No es que Otto Preminger abandonase nunca, en el fondo, el cine negro —¿qué son, en el fondo, Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959), Tempestad sobre Washington (Advise & Consent, 1962) y, sobre todo, aunque visualmente parezca muy alejada, y a pesar de que Françoise Sagan no fuese precisamente Ross MacDonald, Buenos días, tristeza (Bonjour Tristesse, 1957/8), aparte de las más evidentes El hombre del brazo de oro (The Man With The Golden Arm, 1955) y El rapto de Bunny lake (Bunny Lake Is Missing, 1965)?—, pero la fama de la inolvidable Laura (1944) e incluso de ¿Ángel o diablo? (Fallen Angel, 1945), las más míticas —y quizá también las únicas algo románticas— de sus películas, ha hecho menospreciar injustificadamente películas tan magistrales y perfectas como Vorágine (Whirlpool, 1949), Al borde del peligro (Where The Sidewalk Ends, 1950) y Angel Face (1952), que me parecen tres de las mejores de este director siempre infravalorado (y hoy tan injustamente olvidado) y tres obras maestras del género.
Las dos primeras en orden cronológico completan con Laura —más que una trilogía— un fascinante retrato de la actriz que encarna a sus protagonistas respectivas, la simpar e insondable Gene Tierney; la tercera se centra en otra encantadora actriz, la dulce e inocente Jean Simmons, que en manos de Preminger se revela sumamente inquietante. Aunque en todas ellas les den la réplica actores enérgicos y con inconfundible personalidad (Richard Conte y José Ferrer en la primera, Dana Andrews, Gary Merrill y Tom Tully en la siguiente, Robert Mitchum y Herbert Marshall en la última; como Andrews y Clifton Webb en Laura y de nuevo Andrews y Charles Bickford en Fallen Angel), son obras dominadas por un rostro de mujer tan atractivo como misterioso.
Si la Ann Sutton de Whirpool es claramente víctima de una maquinación hipnótica, no hay quien esté a salvo del peligro que representa Diana Tremayne en Angel Face, mientras que la Morgan Tyler de Where the Sidewalk Ends es un paradigma de normalidad —hasta en su fascinación por los tipos dudosos— que casi la hace vulgar (es probable que el personaje careciese de interés si lo hubiese interpretado cualquier otra actriz de la época, incluso la conmovedora Linda Darnell de Fallen Angel). Pese a estas divergencias o gradaciones, pueden establecerse reveladores paralelismos entre las cinco películas negras de Otto Preminger: desde la fuerte relación de la protagonista con su padre (Tom Tully y el diametralmente opuesto Herbert Marshall) que une Where The Sidewalk Ends y Angel Face (y empareja ésta un apunte de Bonjour Tristesse), o al menos con una figura paterna (el Dr. Korvo de Whiripool, el Clifton Webb de Laura), hasta el detective encarnado tanto en Laura como en Al borde del peligro por Dana Andrews, pasando por los problemas psíquicos que (en grado muy diferente) padecen las heroínas de Vorágine y Angel Face, aunque varios de los hombres no estén precisamente a salvo de perturbaciones más o menos graves (Ferrer en Whirlpool, Andrews en Where The Sidewalk Ends, como antes Waldo Lydecker en Laura).
Esto permitiría caracterizar el cine negro de Preminger como perteneciente a su variante psicológica, y situarlo en la región del género fronteriza con el melodrama, asiduamente frecuentada en los años 40. Pero en Preminger se trata de un dramatismo que, al rehuir el director todo enfatismo, adquiere la naturaleza de una indagación, de una investigación que corre a cargo del propio cineasta —cuya perspectiva distanciada y ajena a la tentación expresionista predomina sobre cualquier punto de vista subjetivo de los personajes—, más que de los detectives, cuando los hay, o los psiquiatras que a veces los suplantan. Esto hace que resulte inadecuado clasificar como policiales incluso las películas protagonizadas por un detective (las de Dana Andrews), profesional no excesivamente brillante en Laura, decididamente turbio, obsesivo y delictivo en Where The Sidewalk Ends, y que Whirlpool escape a las convenciones del subgénero conyugal en el que sin duda se sitúa de partida (el ilustrado por Rebeca, Sospecha, Luz que agoniza, Secreto tras la puerta y tantas otras de ese decenio).
La comparación —a la que abundantes factores en común incitan, desde Mitchum en adelante— entre Angel Face y Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), de Jacques Tourneur, revela de nuevo el dominio de la visión y el estilo de Preminger sobre los rasgos característicos de cada productora: más tiene en común Angel Face (pese a ser RKO, igual que la obra cumbre de Tourneur) con las restantes películas negras de Preminger, producidas todas por la Fox.
Se trata, evidentemente, de películas de autor que se sirven del marco de referencias, del territorio de ficción que brinda el género, y que en cierto sentido desbordan, tanto cuando se centran en pasiones y rencores privados (Angel Face, Whirlpool, Laura, Fallen Angel) como cuando tangencialmente tocan el tema del hampa o del crimen organizado (como sucede, excepcionalmente, en Al borde del peligro).
Hay que reconocer, por otro lado, que el estilo (la manera de ver y de contar) de Otto Preminger parece incompatible con el suspense, aunque sea, en cambio, consustancial al misterio, a condición de que termine por disiparse; es evidente, en cambio, que la estructura episódico-ambulante del cine negro se presta como pocas a la presentación sucesiva de multitud de personajes que se encuentran y desencuentran constantemente, y no precisamente por azar, sino por causas casi siempre racionales y deliberadas (véanse las idas y venidas de Dana Andrews en la noche de autos que ocupa buena parte del metraje de Where The Sidewalk Ends), y al ejercicio de desvelamiento de las apariencias —casi siempre muy engañosas— al que ha sido tan aficionado este cineasta, empeñado como Hitchcock o Lang (cada cual a su modo) en demostrar que las cosas y las personas no son como parecen, y que todo el mundo —hasta los de aire más inofensivo e inocente— guarda o disimula algún secreto.
Obras maestras de una concepción sumamente original (sin precedentes e inigualada) del relato cinematográfico ya perfectamente madurada, de un rigor expositivo sólo comparable a su afán de claridad, las películas de Preminger avanzan imparables como un tren en marcha desde el momento mismo de su arranque hasta el de su clausura, habitualmente disgregadora o disolvente —recuérdense los finales de Anatomía de un asesinato o Tempestad sobre Washington—, tendencia que alcanza su culminación en el sorprendente y brutal cierre de Angel Face.
En “Nickel Odeon” nº 20, otoño de 2000
No hay comentarios:
Publicar un comentario