Aunque las ediciones en DVD más fiables, por lo general, sean las de las majors americanas (Columbia, Fox, MGM, etc.), conviene estar pendientes de las pequeñas editoras y distribuidoras españolas, sobre todo si uno no quiere olvidar que existen otros cines. Junto a chapuzas (que alguien debiera impedir, o se desprestigiará el DVD) y errores estrepitosos, y una política de selección de material verdaderamente insondable, en alguna de ellas duerme algún cinéfilo que ocasionalmente despierta y nos depara una grata sorpresa. No suelen recibir mucha publicidad, en las tiendas apenas están visibles y es fácil que tenga el descubridor de la rara avis que ir dando aviso a los amigos, sin que estos logren cobrar la pieza: la confianza en sus posibilidades comerciales debe de ser tan reducida, que las tiradas son exiguas y la distribución limitada, y los contados ejemplares se esfuman tan por encanto como habían aparecido. La caza de DVDs empieza a recordarme la de rarezas literarias en librerías de viejo o “de lance”, lo cual es a veces desesperante, pero no deja de tener su encanto.
Confieso cierta debilidad, al menos a primera vista -luego hay que pensárselo dos veces, y a menudo desistir-, por las cosas que saca Vellavisión, en un formato más plano del habitual, que llama la atención, y en plan relativamente económico (en torno a 18 euros). Quizá más valiera ahorrar menos en la producción y hacerlas más vendibles. Despojadas de “extras” -a veces en lamentable demasía: editar Stromboli y Alemania año cero es encomiable, pero no, ciertamente, hacerlo solamente en italiano, cuando cabían varias versiones y las “más originales” son, respectivamente, en inglés (aunque no, por supuesto, la americana mutilada por RKO) y en alemán-, suelen tener buena calidad de imagen (aunque parecen, por lo general, trasposiciones a CD de masters de vídeo, no negativos digitalizados, es decir, no verdaderos DVD) y de sonido. Pese a la imperdonable pifia de no sacar El tigre de Esnapur y La tumba india (existe una edición americana admirable, aunque en 2 DVDs), sino, con el título de la segunda parte, la escandalosa “compresión” de ambas (en la mitad de metraje), y mal doblada al inglés, que perpetraron en Estados Unidos desaprensivos explotadores denostados por Fritz Lang, lo que hace de esta edición algo tan rechazable -y negativo, ya que limita la probabilidad de que salga la buena al mercado: la ley de Gresham también se aplica aquí- como la de Río Lobo de Hawks que ha cometido otra casa, de cuyo nombre prefiero seguir sin acordarme, a Vellavisión le debo, entre otros placeres renovados, el rescate de El inocente de Visconti y El desierto rojo de Antonioni, obras maestras desde hace mucho invisibles en cine y sistemáticamente deformadas en sus pases televisivos.
La gran sorpresa reciente de esta compañía es The Diary of a Chambermaid, la más extraña y maldita de las películas realizadas por el gran Jean Renoir en su etapa americana -asombra que le dejaran rodarla y que, hasta mal, se distribuyese-, que había visto varias veces, pero nunca en una copia tan deslumbrante, que al fin hace justicia (y me permite a mí hacérsela) a esta auténtica obra maestra, absolutamente imprescindible y central en la carrera de Renoir, ya que en su habitual (y no poco desconcertante para muchos) oscilación entre el realismo y la fantasía estilizada -casi teatral a menudo- supone un punto de milagroso equilibrio. Con una prodigiosa Paulette Godard (aunque todos los actores están admirables, de Judith Anderson a Francis Lederer o Hurd Hatfield, hay que señalar que Burgess Meredith intervino en el guión y la produjo con Benedict Bogeaus) y unos decorados de Eugène Lourié que recrean la esencia de una Francia añorada -por pasada, distante y ocupada-, fotografiados por Lucien Andriot, se trata de una película en la que Renoir rinde homenaje a sus dos grandes maestros, Stroheim y Chaplin, y se revela más buñueliano (y anticipadamente, su última obra era Las Hurdes) que el propio Buñuel (que rodó 19 años después una muy distinta versión -también excelente- del libro de Octave Mirbeau, con Jeanne Moreau).
Recordemos, para los aficionados a las bandas sonoras, que la música es del nada pródigo Michel Michelet y, como de costumbre, ajena a los caminos trillados.
En El Cultural, 21/11/2002
No hay comentarios:
Publicar un comentario