lunes, 12 de junio de 2023

The Diary of a Chambermaid (Jean Renoir, 1946)

Aunque las ediciones en DVD más fiables, por lo general, sean las de las majors americanas (Columbia, Fox, MGM, etc.), conviene estar pendientes de las pequeñas editoras y distribuidoras españolas, sobre todo si uno no quiere olvidar que existen otros cines. Junto a chapuzas (que alguien debiera impedir, o se desprestigiará el DVD) y errores estrepitosos, y una política de selección de material verdaderamente insondable, en alguna de ellas duerme algún cinéfilo que ocasionalmente despierta y nos depara una grata sorpresa. No suelen recibir mucha publicidad, en las tiendas apenas están visibles y es fácil que tenga el descubridor de la rara avis que ir dando aviso a los amigos, sin que estos logren cobrar la pieza: la confianza en sus posibilidades comerciales debe de ser tan reducida, que las tiradas son exiguas y la distribución limitada, y los contados ejemplares se esfuman tan por encanto como habían aparecido. La caza de DVDs empieza a recordarme la de rarezas literarias en librerías de viejo o “de lance”, lo cual es a veces desesperante, pero no deja de tener su encanto.

Confieso cierta debilidad, al menos a primera vista -luego hay que pensárselo dos veces, y a menudo desistir-, por las cosas que saca Vellavisión, en un formato más plano del habitual, que llama la atención, y en plan relativamente económico (en torno a 18 euros). Quizá más valiera ahorrar menos en la producción y hacerlas más vendibles. Despojadas de “extras” -a veces en lamentable demasía: editar Stromboli y Alemania año cero es encomiable, pero no, ciertamente, hacerlo solamente en italiano, cuando cabían varias versiones y las “más originales” son, respectivamente, en inglés (aunque no, por supuesto, la americana mutilada por RKO) y en alemán-, suelen tener buena calidad de imagen (aunque parecen, por lo general, trasposiciones a CD de masters de vídeo, no negativos digitalizados, es decir, no verdaderos DVD) y de sonido. Pese a la imperdonable pifia de no sacar El tigre de Esnapur y La tumba india (existe una edición americana admirable, aunque en 2 DVDs), sino, con el título de la segunda parte, la escandalosa “compresión” de ambas (en la mitad de metraje), y mal doblada al inglés, que perpetraron en Estados Unidos desaprensivos explotadores denostados por Fritz Lang, lo que hace de esta edición algo tan rechazable -y negativo, ya que limita la probabilidad de que salga la buena al mercado: la ley de Gresham también se aplica aquí- como la de Río Lobo de Hawks que ha cometido otra casa, de cuyo nombre prefiero seguir sin acordarme, a Vellavisión le debo, entre otros placeres renovados, el rescate de El inocente de Visconti y El desierto rojo de Antonioni, obras maestras desde hace mucho invisibles en cine y sistemáticamente deformadas en sus pases televisivos.

La gran sorpresa reciente de esta compañía es The Diary of a Chambermaid, la más extraña y maldita de las películas realizadas por el gran Jean Renoir en su etapa americana -asombra que le dejaran rodarla y que, hasta mal, se distribuyese-, que había visto varias veces, pero nunca en una copia tan deslumbrante, que al fin hace justicia (y me permite a mí hacérsela) a esta auténtica obra maestra, absolutamente imprescindible y central en la carrera de Renoir, ya que en su habitual (y no poco desconcertante para muchos) oscilación entre el realismo y la fantasía estilizada -casi teatral a menudo- supone un punto de milagroso equilibrio. Con una prodigiosa Paulette Godard (aunque todos los actores están admirables, de Judith Anderson a Francis Lederer o Hurd Hatfield, hay que señalar que Burgess Meredith intervino en el guión y la produjo con Benedict Bogeaus) y unos decorados de Eugène Lourié que recrean la esencia de una Francia añorada -por pasada, distante y ocupada-, fotografiados por Lucien Andriot, se trata de una película en la que Renoir rinde homenaje a sus dos grandes maestros, Stroheim y Chaplin, y se revela más buñueliano (y anticipadamente, su última obra era Las Hurdes) que el propio Buñuel (que rodó 19 años después una muy distinta versión -también excelente- del libro de Octave Mirbeau, con Jeanne Moreau).

Recordemos, para los aficionados a las bandas sonoras, que la música es del nada pródigo Michel Michelet y, como de costumbre, ajena a los caminos trillados.

En El Cultural, 21/11/2002

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