miércoles, 14 de junio de 2023

The Postman Always Rings Twice (Bob Rafelson, 1981)

Menos mal que está muerto, porque seguro que Tay Garnett nunca fue tan vilipendiado como en los últimos meses. No acabo de entender que haya que elegir una y sólo una de las versiones cinematográficas que se hagan de una misma novela, y menos aún que para elogiar la más reciente sea preciso desacreditar la anterior, como —con rara unanimidad— intenta el grueso de la crítica mundial, que da abundantes pruebas de desconocer o haber olvidado la de 1946, o despacharla como «otra cosa», que es lo que, sin haberla visto hasta 1980 (y no entera), pretende Rafelson, sospecho que interesadamente. Los que, por una u otra razón, o por motivos que no aciertan a explicar —si es que lo intentan—, tampoco han quedado satisfechos con la nueva, recurren como criterio valorativo al muy discutible —si no impertinente— de la fidelidad a la novela escrita en 1934 por James Mallahan Cain, autor hasta hace poco relegado al limbo del olvido y puesto de dudosa «actualidad» por su fallecimiento—a finales de 1977—, en un momento en que, por causas que no veo claras, se decide imponer la moda de la novela negra y el cine del mismo color, confundiendo al autor de Serenade con los supuestos miembros de una hipotética hard-boiled school (Hammett, Chandler, Macdonald), lo que hace pensar que casi nadie ha leído más de tres de sus libros (The Postman Always Rings Twice, Double Indemnity y supongamos, benévolamente, que otro), si no se ha limitado a ver las películas de Garnett y Billy Wilder basadas en ellos y convertidas en cine negro (no se olvide que la segunda fue adaptada por Raymond Chandler). Lo malo es que la mala memoria —o la relectura parcial y apresurada— juega malas pasadas, y así se critica —atribuyendo a Cain palabras que pone en boca de su protagonista, y que no han de tomarse al pie de la letra— que Jessica Lange no se comporte como «the great grandmother of every whore in the world» (¡Pues claro que no! Además, Frank Chambers sólo dice que «lo parecía», en un momento muy concreto y según su muy particular opinión).

Así que yo me alegro de que existan por lo menos tres excelentes The Postman Always Rings Twice: la novela y sus dos versiones cinematográficas americanas. Aunque sigo prefiriendo la de Garnett con Lana Turner, John Garfield y Cecil Kellaway, hay que reconocer que la realizada por Bob Rafelson en 1981 también sigue con fidelidad la historia urdida por Cain, y que su «tonalidad» se acerca más a la del original literario: a pesar de que la maravillosa Jessica Lange tampoco se parezca mucho a la Cora del libro, la nueva película es, como éste y otros de Cain (Galatea, The Moth, The Butterfly, en parte Mildred Pierce) más una tragedia rural que otra cosa, mientras que Garnett hizo un gran (y nada convencional, dicho sea de paso) film negro. Ambas lecturas, directa y traspuesta o «genérica», me parecen válidas y latentes en la novela: si Garnett extrajo de ella un film negro se debe, en parte, al clima de la época (no se olvide que en 1946 vieron la luz The Big SleepDead ReckoningThe LocketGildaThe KillersThe Dark MirrorSomewhere in the NightA Stolen Life, etc., lo que «ennegreció» incluso The Razor’s Edge o Humoresque y al precedente de Double Indemnity (Perdición, 1944), pero también a que, al respetar la estructura narrativa de Cain —monólogo interior retrospectivo del protagonista en vísperas de su ejecución—, contó la historia desde el punto de vista del personaje masculino y con un recurso tan negro como la voz en off subjetiva; esto explica, junto con la aureola que aportan actores tan «caracterizados» como Lana Turner y John Garfield, que su Cora sea una mujer fatal, peligrosa y poco de fiar, mientras que en la película de Rafelson es mucho más inocente y menos ambigua que en la novela.

Por lo demás, ambas adaptaciones empatan en fidelidad a los hechos y los personajes, al clima moral y el ambiente del libro, que respetan en gran medida —más o menos equivalente—, aunque alterando detalles, a veces los mismos pero en general otros. No creo, por cierto, que las variaciones introducidas por Garnett y su guionista, Niven Busch —el de Duelo al solPursuedLas furiasTambores lejanos—, se deban —al menos, no sólo— a las limitaciones expresivas impuestas por el código Hays, pero en cualquier caso no cabe decir que la historia de Cain quedase «edulcorada» ni «asexuada»: el estilo indirecto, ciertamente, pero alusivo y sugerente de Garnett hace que su versión sea mucho más erótica, turbia y obsesiva que la de Rafelson, que muestra las cosas más francamente, con naturalidad, dejando poco lugar para el misterio: la nueva película es más sexual, más carnal, pero pierde la tensión mental que le daba a la versión de 1946 la cantidad de deseos reprimidos, de maquinaciones, de miradas y gestos tentadores, de movimientos de cámara insinuantes y sinuosos, que cuadra bastante más con la situación de acoso que viven los personajes y explica su conducta criminal.

Este mayor grado de elaboración es precisamente el que hace que la adaptación de Garnett sea cinematográficamente más interesante que la de Rafelson: para hacerse una idea de lo que quiero decir basta comparar la excelente fotografía de Sven Nykvist —dejando lo que pueda haber de esnobismo en contratar al operador de Ingmar Bergman para un trabajo que han hecho igual de bien Joe Biroc, Richard H. Kline, Burnett Guffey o Ernest Laszlo— con la del desconocido Sidney Wagner, en blanco y negro y sin reconstrucción «de época», pero mucho más funcional y expresiva, más integrada a la narración, más controlada por el director con el fin de transmitir al espectador el erotismo de la situación.

Pero dejo ya las comparaciones —de las que un remake se arriesga siempre a ser objeto— y voy a centrarme un poco en la película del autor de la memorable Five Easy Pieces (Mi vida es mi vida, 1970), probablemente uno de los jóvenes directores americanos más prometedores y tal vez el que, con Monte Hellman, encuentra más obstáculos en su carrera.

The Postman Always Rings Twice no es meramente una película «retro», ni un remake de encargo, sino una obra muy personal y admirablemente dirigida —sin una tontería, sin un descuido—, sobre todo en lo referente a los intérpretes —una vez muerto Papadakis (John Colicos), el marido de Cora, Jack Nicholson parece, como el personaje que encarna, sentirse más relajado y abandona su monótona crispación dementoide, con lo que consigue que, tras los excesos de The Shining, volvamos a creer en su talento de actor—. Ahora bien, el acierto de Rafelson va más allá de su capacidad para controlar histriones o infundir vida y sensualidad a una mujer que hasta el momento no había demostrado condiciones de actriz, más allá incluso de demostrar un rigor y un interés por la narración y la composición de las imágenes que parece fuera del alcance de la mayor parte de los rutinarios teledirectores hoy en activo en Hollywood y sus colonias, y consiste en algo que en estos tiempos resulta tan insólito e inesperado que, por eso mismo, puede pasar inadvertido: se le ha reprochado a su película una cierta dosis de esteticismo —¿hasta tal punto nos hemos acostumbrado a ver cine hecho «de cualquier manera», iluminado al tuntún o de la forma más rápida y barata, en copias mal tiradas y deficientemente proyectadas?— y de frialdad —sin duda, por adoptar una perspectiva objetiva, prescindiendo de la voz en off del protagonista—, cuando se trata, precisamente, de un film lleno de pasión.

A la espera de la película que Godard está a punto de rodar con Isabelle Huppert y Hanna Schygulla, titulada Passion, y en la que —teniendo en cuenta que en Sauve qui peut (la vie) varios personajes replican a otros «la passion, c'est pas ça»— se juega mucho, puede sumarse The Postman Always Rings Twice al contado grupo de películas que en los últimos años han mostrado lo que es la pasión: Lo importante es amarLa SabinaGeneración perdidaToro salvaje y pocas más. 

En “Casablanca” nº 7-8, julio-agosto 1981

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