En plena madurez, ya en 1930 (Scarface), Hawks no podía «progresar» o evolucionar: ¿hacia qué? Mantuvo, pues, la independencia precisa para saltar libremente de un género a otro —reducibles a dos, la aventura y su complementario, su reverso a veces, la comedia— y se consagró a explorar —más a fondo que ningún otro cineasta el suyo— un terreno limitado, pero de márgenes flexibles, en el que se sentía cómodo —como el pez en el gua—, sin llegar nunca a sentir la necesidad de ensanchar su campo de maniobras ni de contar su vida o sus penas al público. Se contentó con hacer su trabajo tan bien como pudo y se dedicó a simplificar y depurar su estilo: lo que ganó —al mismo tiempo— en control y en soltura, lo perdió, tal vez, en capacidad para compartir y comunicar los sentimientos de sus personajes. Por eso sus películas más intensas y cargadas de emoción pertenecen a la primera etapa de su obra sonora —Only Angels Have Wings, To have and have not, Red river, mis preferidas—, con dos excepciones tardías: por su simpatía contagiosa y su vitalidad, encuentro particularmente conmovedora —además de feliz, divertida, armoniosa y audaz— una película tan relajada como ¡Hatari!, suerte de «paraíso perdido» o de irrecuperable «edad de oro» de la aventura, la libertad y la infancia; quizá porque Hawks fue, de joven, corredor de coches, en Red Line 7000 recobró el apasionamiento que había dejado atrás —superado u olvidado— en obras más serenas y distantes, más olímpicamente sabias y dominadas por la visión humorística de la vida.
Red Line 7000 se caracteriza por una precisión visual —encuadres, cambios de plano, escuetos y funcionales movimientos de cámara e intérpretes— sólo comparable a la de la secuencia inicial de Río Bravo y la totalidad de Man’s Favorite Sport? La más elíptica y veloz que hizo, una de las más secas y duras como narración, carece de personajes —maduros o viejos— con los que el director pueda identificarse: todos son jóvenes impulsivos e inseguros, y entre ellos se encuentran varios de los contados neuróticos que Hawks se dignó tratar. ¿Por qué, entonces, tanta emoción? Porque sus verosímiles aventureros modernos, sin la solidez de roca de un John Wayne, la elegancia para disimular del sensible Cary Grant o la impasibilidad del moralmente indignado Bogart, han heredado el modesto y dinámico estoicismo de éstos: no se quejan ni se entregan al dolor, no se rinden ante lo irreversible; vemos que les cuesta mucho más que a los héroes legendarios de antaño resistir, sobreponerse y seguir adelante, pero ni ellos lo confiesan ni Hawks lo subraya. Pocas veces un hombre de sesenta y nueve años ha sido capaz de mirar tan limpiamente —con una mentalidad tan despejada, generosa, libre de prejuicios— a unos personajes que podrían ser sus hijos, sin hacerles reproches ni buscarles disculpas.
Fueron muchos los riesgos que Hawks corrió en la que había de ser su antepenúltima obra. Red Line 7000 es un film barato, nada espectacular, puramente cinematográfico (pues no recurre a los atractivos de ningún otro tipo de expresión artística), sin estrellas, con actores jóvenes y desconocidos, en su mayor parte noveles; por si fuera poco, se atrevió a ensayar una estructura narrativa que, sin renunciar en absoluto a la continuidad, supone una novedad dentro de la tradición que Hawks tan brillantemente representa (no queda muy lejos de la construcción de Masculin Féminin de Godard, por ejemplo). Fue uno de los raros fracasos comerciales de su carrera y es hoy una de sus películas menos conocidas y apreciadas, sobre todo en América, probablemente porque el respeto con que aborda las complejas y conflictivas relaciones entre los personajes está mucho más cerca de Today we Live y Only Angels Have Wings que de las actitudes despectivas o «inmoralistas» que por entonces estaban de moda y que todavía no se han superado por completo, sobre todo en países como el nuestro, en el que los que presumen de estar «al día» llevan siempre unos quince años de retraso. Por eso pienso que sería hora de que una buena retrospectiva dedicada a Hawks, en la Filmoteca o en televisión, permitiese conocerla, en su contexto, a cuantos aún no la hubiesen visto y diese a otros la posibilidad de reconocer su importancia.
Publicado en “Casablanca” nº 7-8, julio-agosto 1981
No hay comentarios:
Publicar un comentario