lunes, 19 de junio de 2023

Después de… (Cecilia Bartolomé & José Juan Bartolomé, 1981)

Uno de los hechos notables que se han producido en el cine español de los últimos años es un cierto florecimiento del documental, y no precisamente por obra de los «especialistas» o veteranos del género —hay que tener en cuenta que el No-Do era más bien «cine de montaje» y que no tenía mucho que ver con la realidad—, ni en el marco de producción y difusión que parecería más apropiado —la televisión—, sino que ha tenido lugar en el cine mismo y se ha debido al esfuerzo, por lo general esporádico, sin continuidad, de directores procedentes del cine de ficción o que tienden hacia él. Eso explica, quizá, la variedad de métodos, enfoques y temas que han merecido la atención de estos cineastas, entre los que cabe mencionar a Basilio Martin Patino (Canciones para después de una guerra, Caudillo, Queridísimos verdugos), Jaime Camino (La vieja memoria), Jaime Chávarri (El desencanto), José Luis García Sánchez (Dolores), Gonzalo Herralde (El asesino de Pedralbes), etc., hasta Saura ha coqueteado con el documento sobre una ficción (Bodas de sangre) y la ficción de aire documental (Deprisa, deprisa).

Los hermanos Cecilia y José Bartolomé se han pasado dos años rodando sobre la marcha —según se sucedían los acontecimientos— y montando un mosaico de los últimos años de la transición sociopolítica que parece haber sido detenida —¿en espera de hacerla recular?— o puesta entre paréntesis (si no entre rejas) a partir del grotesco «tercer aviso» del 23-F. Acabada en enero de 1981, su visión a primeros de junio de 1981 no deja de producir cierta tristeza: casi todo lo que se ve, que tiene —como mucho— dos años de antigüedad, y a veces menos de uno, resulta irremediablemente lejano, y para muchos de los que aparecen en el film, sobre todo si hablan —ya se sabe: por la boca muere el pez—, su estreno ha de resultar inoportuno, molesto o irónicamente inconveniente, por lo que no es de extrañar que se esté presionando para impedir la exhibición del film, sin que nadie parezca —tal vez por los vientos que corren— muy dispuesto a defender su derecho a proyectarse en las pantallas del país del que habla y al que, sin un mensaje concreto, se dirige. Creo que Después de… actuaría, más que nada, a modo de recordatorio; tal vez, con un poco de suerte, sirva de despertador y saque a muchos del letargo o la pasividad en que se han sumergido o dejado hundir desde hace poco más de tres meses: al ver que aquellas explosiones de júbilo, aquel ensanchamiento de horizontes, de pulmones, de posibilidades, no se produjo en 1976 o 1977, sino que seguía hace un año, dos a lo sumo, no ha de parecer tan perdido como se tiende a pensar ahora. Por eso creo que es importante que nos veamos reflejados, como en un espejo, en esta película de más de tres horas —dividida en dos partes por imperativos comerciales, pero en realidad una sola, sin cambios en la perspectiva o el método adoptado— que cumple las dos funciones que le atribuyeron al cine sus inventores —casualmente, otro par de hermanos—, los Lumière: por un lado, captar y conservar para el futuro la realidad próxima, vivida, cotidiana; por otro, traer imágenes remotas de pueblos y ambientes desconocidos, para que ampliemos los límites de nuestro entendimiento. Así, los Bartolomé nos recordarán que estuvimos en tal o cual lugar, acto o manifestación, que lo escuchamos en directo por la radio o lo vimos retransmitido —parcialmente y en diferido— por la televisión, o que leímos acerca de aquellos sucesos en la prensa; pero como casi nadie está en todas partes, y el que asiste a unos mítines no suele ir a los de sus oponentes políticos, también nos acercan a unas gentes, unas actitudes, unos gestos, unas opiniones que no conocemos —o tan mal que es peor: ni siquiera nos damos cuenta de nuestra ignorancia— y que, en ocasiones, vale la pena conocer o trae cuenta valorar en su justa medida.

Con excelente fotografía y sonido, con una estructura flexible pero no caótica, sin recurrir jamás a la yuxtaposición de contraste ni al montaje significante, con una voz en off, a mi juicio innecesaria y equivocada de impostación, pero no excesivamente molesta ni invasora, Después de… es una obra esencialmente periodística, sin más pretensiones proclamadas o detectables a primera vista; incluso, si se quiere, puede decirse que carece de una postura ideológica precisa, lo cual, en el fondo, me parece una virtud: está claro que no es un film oficialista (de UCD) y que, por supuesto, no está a su derecha, pero hay en ella cosas que ni al PSOE ni al PCE les hará mucha gracia que se recuerden ahora; del mismo modo que nada está incluido para halagar a nada, ni nadie se libra de que sus propios actos o sus propias palabras resulten ahora chocantes e indiquen cómo han cambiado las posturas en tan poco tiempo, es muy probable que casi todo interese a la gran mayoría de los espectadores. A fin de cuentas, El País es hoy el diario de mayor tirada de España, y si algo realmente no me gusta de la película son los títulos de sus capítulos y apartados, que parecen titulares de dicho periódico y que tienden a sesgar la visión de los documentos que se ofrecen a continuación, mientras que el trabajo de filmación y montaje permite que se contemplen con absoluta imparcialidad y concentrando la atención en aquellos aspectos que más nos interesen o atraigan de lo que se nos muestra.

No es, a mi entender, Después de… un documental extraordinariamente bueno, sino simplemente bien hecho, cuidado, serio, amplio y variado, con sentido del ritmo y de la medida como para no aspirar a contar todo; le echo en falta, quizá, el que no cuente las cosas, el que se limite a enseñarlas sin orden excesivo y sin indicar en qué fecha sucedió cada cosa. Pero es, de todos modos, un documento que hay que calificar, desgraciadamente, de extraordinario, precisamente porque nadie se ocupa de ir registrando una crónica semanal de lo que ocurre en España, sobre todo ahora que ocurren tantas cosas y se nos informa de ellas tan profusa, confusa y contradictoriamente. Haría falta que surgiese un Dziga Vertov con sus activos kinoki y nos diese una especie de Kino-Glaz, si no fuese posible ya aspirar a un Kino-Pravda (recuerdo que «glaz» es «ojo» y «pravda» significa «verdad»), ya que de quien tiene los medios y —en general, parados o subempleados— los hombres, los técnicos y los corresponsales en todo el país, las cámaras y el material, es decir, RTVE, nada cabe esperar en este sentido. Al principio del film salen dos cineastas del Colectivo de Cine de Madrid, hoy extinto, según creo, y uno dice que pretendían hacer lo que llamaban «contrainformación», aunque «eran los otros los que hacían contrainformación»; como los creadores de contrainformaciones, desinformaciones, deformaciones y cuentos chinos parecen estarse multiplicando, sugeriría a los antiguos miembros de colectivos de cine clandestinos que volviesen a empuñar las cámaras y los magnetófonos y se echasen a la calle. De lo contrario, si dentro de unos años todavía es posible hacer otro Después de…, no va a haber material con que cubrir los anteriores a su inicio.

En “Casablanca” nº 7-8, julio-agosto 1981

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