viernes, 9 de junio de 2023

Henry King, el caballero de Virginia

Cineasta-aviador —como Hawks, Wellman, De Mille, Renoir, Dreyer y otros pioneros del cine, reveladoramente atraídos por dos de las grandes aventuras que comenzaron, más o menos como ellos, con el siglo XX—, Henry King ha sobrevivido veintiún años a su muerte como director de películas, envuelto en un espeso manto de olvido. Una de las figuras históricas de Hollywood, no se sabe a ciencia cierta si nació en 1886, 1888, 1892 o precisamente el 24 de enero de 1896 —ahora le atribuyen noventa y seis años, antes le iban rejuveneciendo cada vez más—, ni cuántas películas hizo: muchas, evidentemente, por lo menos 97 largometrajes y 21 cortos, entre 1915 y 1961.

Nacido en Christianburg, Virginia, e hijo del propietario de una plantación de algodón, no es extraño que se haya visto en él un fiel heredero de D. W. Griffith: su origen sureño, el que rodase en 1935 un remake de Way Down East, y lo poco que hoy se conoce la obra de ambos facilita la asimilación, más allá del sólido y un tanto impersonal clasicismo del cine de King, que en nada cambió desde —por lo que puedo juzgar— 1921 a 1961. Que el antiguo actor Harry King fuese un hombre de inclinaciones sedentarias parece desmentido por el hecho de que fue de los primeros cineastas americanos en trasladarse al extranjero para rodar, en 1924-25, dos películas en Italia, The White Sister y Romola, pero su dilatadísima permanencia en la Fox —entre 1930 y 1961 sólo una vez trabajó para otra productora— corrobora, en cambio, su apego a la seguridad y la costumbre: así, 28 de sus películas fueron montadas por Barbara McLean, 16 las produjo Darryl F. Zanuck, en 14 el fotógrafo fue Leon Shamroy, y repitió a menudo con varios guionistas, como Stephen Foz (11), Edmund Goulding (3), Lamar Trotti (6) o Nunnally Johnson (4). Sus personajes preferidos, tanto masculinos como femeninos, responden al «retrato robot» compuesto, sucesivamente, por William Russel (14), H. B. Warner (13), Richard Barthlemess (5), Ronald Colman (4), Tyrone Power (11) y Gregory Peck (6), en cuanto a los hombres, en general distinguidos, algo distantes y melancólicos, y, entre las mujeres, dos tipos muy distintos, dibujados por Lillian y Dorothy Gish (2), Jennifer Jones (3), Susan Hayward (4), Alice Faye (3), Jean Peters (3) y Ava Gardner (2), casi siempre más enérgicas y tenaces de lo que a primera vista se piensa.

Esta afición a recurrir una y otra vez a los mismos colaboradores, hecha posible, en buena parte, por la permanente asociación con la Fox, ha hecho que su estilo —caso de tenerlo— se confunda con el de la productora, olvidando hasta qué punto, como director titular de la casa especializado en series «A», él mismo contribuyó a modelarlo. Abordó todos los géneros, con desigual e imprevisible fortuna, desde los más «prestigiosos» — biografías de hombres ilustres como Stanley, Livingstone, Woodrow Wilson, etc.— hasta los peor considerados —de piratas, de santos, de vaqueros—, sin eludir el melodrama ni la comedia musical —en la que, sorprendentemente, no siempre fracasó, como evidencia la genial Alexander's Ragtime Band (1938)—, con tal de que las historias que narraba le pareciesen interesantes. Aceptó, con tanto eclecticismo como conformismo, prácticamente todo lo que le ofrecieron, sin tomar casi nunca la iniciativa. Más eficiente que inspirado, a partir de la llegada del sonoro abandonó la producción y rehuyó sistemáticamente los proyectos arriesgados, al contrario que otros compañeros de generación, como John Ford o King Vidor, por lo que nunca pareció echar de menos la independencia a la que había renunciado.

State Fair

Hoy, dentro de una obra inmensa y poco conocida, cuya revisión podría deparar grandes sorpresas, destacan un film que Pudovkiín estudió con admiración y que todas las Historias del Cine mencionan, el sentimental y espléndido Tol’able David (1921); la citada biografía musical; su impresionante Jesse James (Tierra de audaces, 1939, que Nicholas Ray no logró superar y cuyas huellas pueden rastrearse en algunos planos de Grupo salvaje); dos adaptaciones de Hemingway muy denostadas, pero que yo encuentro sublimes, Snows of Kilimanjaro (Las nieves del Kilimanjaro, 1953) y The Sun Also Rises (1957); y su doble visión de F. Scott Fitzgerald —muy discutida—, tanto desde dentro, en una equivocada adaptación de Tender is the night (Suave es la noche, 1961) no exenta de emoción, como desde fuera, siguiendo la mirada de Sheila Graham —y, por tanto, justificadamente mitificadora—, en la que considero su obra maestra, Beloved Infidel (Días sin vida, 1959), película que, pese al barato sensacionalismo de su punto de partida, alcanza una discreción y una elegancia que, creo yo, rinden justo tributo al gran escritor.

Hay otras películas: la muy digna y sobria The Gunfighter (El pistolero, 1950); la trágica y sobria The Bravados (El vengador sin piedad, 1958); las epopeyas In Old Chicago (Chicago, 1938) y Little Old New York (El despertar de una ciudad, 1940), de un tanto moroso caudal; la truculenta pero excesivamente poco briosa The Black Swan (El Cisne Negro, 1942), que revela lo que le separa de Walsh; el intimismo candoroso de su versión sonora de Seventh Heaven (El séptimo cielo, 1937, muy inferior a la realizada diez años antes por Frank Borzage) o de su episodio de O. Henry's Full House (Cuatro páginas de la vida, 1952), The Gift of the Magi. Más vale olvidar, en cambio, aunque no son tan deplorables como se presume, The Song of Bernadette (La canción de Bernadette, 1943), King of the Khyber Rifles (El capitán King, 1954), Untamed (Caravana hacia el sur, 1954), Love is a Many-Splendored thing (La colina del adiós, 1955) o This Earth is Mine (Esta tierra es mía, 1959), que podrían disuadir al no muy paciente de una pesquisa a la que invitaría a todo el que tenga oportunidad: averiguar cuánto valía Henry King.

Publicado en el nº 19-20 de Casablanca (julio-agosto de 1982)

2 comentarios:

  1. Interesante artículo. Al parecer, la estimación de Marías respecto a Henry King ha aumentado considerablemente. Sobre todo, respecto a las películas que en 1982 recomendaba olvidar (y muy especialmente, "The Song of Bernadette"). Por otra parte, la que considera su obra maestra, "Beloved Infidel", se titula aquí "Días sin vida", no "Días sin huella", que es de Billy Wilder).
    Gracias por vuestro trabajo.

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    1. Cierto, José Antonio; así venía publicado en la revista. Ahora corregimos la errata.
      Y gracias a ti por tu interés.

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