Sí, puede decirse, como se ha escrito y se volverá a decir, que The Spiral Staircase congrega casi todos los que (retrospectivamente) cabría considerar como tópicos del cine de terror y de suspense, desde oportunas lluvias y truenos hasta animales con los que se tropieza, desde viento y ventanas que se abren a ramas que se mueven, chirridos y otros elementos típicos de una lista casi interminable, y que casi sin excepción hacen acto de presencia (oportuna y funcional) en esta eficacísima y muy disfrutable película de género más fluctuante que impreciso pero de gran precisión en su factura, realizada con impecable maestría por Robert Siodmak, un enorme técnico que a menudo añadía imaginación e inspiración a su casi invariable competencia y a su no desdeñable sentido plástico.
Y señalaba antes (discretamente) que esos reproches son sobre todo retrospectivos, porque a mi entender su influencia, tanto en películas inmediatamente posteriores (pienso en algunos planos de Notorious, Encadenados, 1946) como en otras ya bastante alejadas en el tiempo (como Psycho, Psicosis, 1960, nuevamente de Hitchcock, o Bunny Lake is Missing, El rapto de Bunny Lake, 1965, de Otto Preminger), sin contar otras menos ilustres y que se limitaron a copiar (a menudo mal, de modo más efectista que efectivo) algunos o muchos de los aciertos de este film de Siodmak en el que, por el contrario, no sobra un plano –salvo unos cuantos, demasiados, del “ojo del asesino en serie”, curiosamente uno de los del propio Siodmak– ni pesa un segundo vacío, ni transcurre un minuto sin que algo nos inquiete o sorprenda, tentándonos a sacar conclusiones que una vez tras otra se revelan precipitadas, sin fundamento, provisionales o dudosas, y estas mismas percepciones erróneas las padecen prácticamente todos los abundantes personajes que pueblan la oscura y tenebrosa mansión de los Warren, una familia poco y mal avenida y no poco desequilibrada, propia de los relatos más o menos góticos, románticos o fantásticos que tanto abundan en la literatura anglosajona.
Porque, conviene advertirlo, aunque formalmente tenga puntos en común con ese género tan frecuentemente practicado por Siodmak, La escalera de caracol no es cine “negro”, sino una película “de época”, temporalmente situada en los primeros años del siglo XX, con calesas, teléfonos y películas que aún resultaban novedosas (como The Sands of Dee, 1912, de D.W. Griffith), y que indirectamente aborda –a través de un personaje que odia y desprecia toda deformidad o defecto físico, naturalmente sin darse cuenta de que mentalmente él está mucho peor que cualquiera de sus víctimas– la política de raza pura y superior y la tendencia a la eugenesia, la esterilización y la eutanasia de todos aquellos que consideraba enfermos o débiles que había predicado y practicado el nazismo (no se olvide que, aunque estrenada en 1946, fue terminada en 1945).
Por último, no conviene olvidar que, si el talento y la precisión de la puesta en imágenes de Siodmak es decisiva en el éxito de la película, es una producción de Dore Schary para la RKO, con el concurso de varios de los técnicos fundamentales de esa modesta productora, como el genial director de fotografía Nicholas Musuraca, el músico Roy Webb, los montadores Harry Gerstad y Harry Marker, los directores artísticos y decoradores Albert S. D'Agostino, Jack Okey y Darrell Silvera, además de contar con el guionista Mel Dinelli (el de House by the River, 1949/50, de Fritz Lang) adaptando (con muchas innovaciones) una novela de Ethel Lina White, la autora de The Lady Vanishes (Alarma en el expreso, 1938) de Hitchcock y de The Unseen (Misterio en la noche, 1944) de Lewis Allen. Sin olvidar a la excelente actriz Dorothy McGuire, en un papel sin diálogo ni voz, y a un montón de competentes secundarios.
Cineclub Santander, julio-2020
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