viernes, 9 de junio de 2023

Gloria (John Cassavetes, 1980)

Hay películas que empiezan mal, o despacio, con dificultades de acceso para el espectador, pero que luego por fin arrancan, se remontan, se crecen y acaban en beauté, y permiten que uno salga del cine con buen sabor de boca, satisfecho, olvidados o perdonad o s los errores o rozamientos del inicio. Son películas que recompensan la paciencia o la tolerancia del público y que tienden, con un poco de suerte, a ser sobrevaloradas. Otras, en cambio, despegan tan rápida e impresionantemente, a tal altura, que es raro que puedan mantenerse a ese nivel durante todo su metraje: a menudo, tienen altibajos; en ocasiones, descienden lenta y progresivamente, para no recobrar nunca el esplendor del comienzo: alguna vez —éste es el caso de Gloria (1980)— terminan muy mal, y le dejan a uno insatisfecho, defraudado con respecto a las grandes esperanzas que tuvo al empezar a verlas. Resulta entonces muy difícil ser justo, tratar de sopesar equilibradamente los aciertos y las escorias de la obra.

Sospecho —pues no he visto más que cinco de sus películas y ninguna de las que más reputación tienen— que el actor John Cassavetes puede ser uno de los  mejores cineastas americanos surgidos en los años 60, tal vez el que, con Martin Scorsese, da prueba en estos días de una mayor vitalidad y de un más asombroso talento visual; tiene, además, sentido del ritmo, de la música y del valor de la luz, y es un gran director de actores. Parece rodar febrilmente con pasión y nervio, y no con esa aplicación, entre astuta y timorata, que distingue a muchos «neoclasicistas» de sus presuntos o proclamados modelos. Nada tiene que ver la furia de Mean Streets (Malas calles, 1973) o Taxi Driver (1976) de Scorsese, o de la primera media hora de Gloria, con la violencia excesivamente sensata y calculadora, cuando no esteticista, del Saint Jack (1979) de Bogdanovich o del —por lo demás excelente— Days of Heaven (Días del cielo, 1978) de Malick, no digamos del siniestro Fingers (Melodía para un asesinato, 1978) de Toback; nada la emoción, la angustia y el humor de Alice Doesn’t Live Here Anymore (Alicia ya no vive aquí, 1974) o New York, New York (1977) de Scorsese, o de Minnie and Moskowitz (Así habla el amor, 1971) de Cassavetes, con el sentimentalismo hábilmente dosificado de Kramer vs. Kramer (1979) de Robert Benton, An Unmarried Woman (Una mujer descasada, 1978) de Mazursky o tantas otras películas en el fondo blandas y asépticas.

Habría que relacionar a Cassavetes, además de con Scorsese —por el nervio de su puesta en escena y sus constantes hallazgos plásticos— con otro actor convertido en gran director, el profundo y durísimo Paul Newman de Rachel, Rachel (Raquel, Raquel, 1968), Sometimes a Great Notion (Casta invencible, 1971) y, sobre todo, The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds (El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, 1972), para tratar de comprender por qué Gloria, que empieza tan bien, que tantos valores tiene y que tan atractiva resulta en principio, acaba por ser una película híbrida, decepcionante e incluso preocupante; y hablo de recurrir a comparaciones precisamente porque en España no se conoce la obra de Cassavetes: de Shadows (1959) sólo se vio —hace mucho, en cine-clubs— la segunda versión, en 35 mm. y al parecer suavizada y abreviada, hecha en 1960 por el propio cineasta; Too Late Blues (1961) se vio en TV, en blanco y negro y con un atroz doblaje «centroamericano»; A Child is Waiting (Ángeles sin paraíso, 1962) fue remontada por su productor Stanley Kramer y se ha visto espantosamente doblada (aunque, a mi entender, es notable); A Woman Under the Influence (1974) se ha estrenado, también doblada, en algunos puntos de España, pero no ha llegado a mi alcance y no parece que nadie le haya prestado la menor atención; Minnie and Moskowitz se estrenó en cines de tercera fila —apenas tuvo eco ni críticas y, como Gloria, doblada. Nada sabemos, pues, de Faces (1968), Husbands (1970), The Killing of a Chinese Bookie (1976), Opening Night (1977) ni —si es que existe— One Summer Night (1979), que son, con A Woman Under the Influence y la versión en 16 m. de Shadows, las películas más afamadas de Cassavetes (hasta tal punto no se sabe de ellas que se ignora su existencia a hablar del cineasta).

El principal fallo de Gloria —tras el error táctico de empezar tan impresionantemente con unas imágenes de Nueva York que superan incluso las que nos ha dado Gordon Willis en Manhattan (1979) y Annie Hall (1977) de Woody Allen o en su propia y sorprendente Windows (Ventanas, 1980)— es que no se atreve a ser simplemente —como, por lo visto, The Killing of a Chinese Bookie— lo que los americanos llaman un thriller y los europeos nos empeñamos en etiquetar como film negro; nada tengo que objetar —aunque no sea precisamente una novedad, desde Made in U.S.A. (1969) de Godard a Écoute voir… (1978) de Hugo Santiago —a que al protagonista sea una mujer, dado que no puede acusarse de oportunismo a Cassavetes, siempre interesado por las mujeres y en especial por la suya, la espléndida Gena Rowlands, que sabe ser, además, tan dura como Humphrey Bogart; lo que sí me molesta —pese a mi entusiasmo por La isla del tesoro de Stevenson y sus derivaciones cinematográficas Moonfleet (1955) de Lang, The Night of the Hunter (1955) de Laughton, A High Wind in Jamaica (Viento en las velas, 1965) de Mackendrick, y hasta Que la bête meure (Accidente sin huella, 1969) de Chabrol, o Shoot Out (Círculo de fuego, 1971) y True Grit (Valor de ley, 1969) de Hathaway— es la creciente importancia en la narración de un niño que encuentro detestable, el llamado John Adames, que manifiestamente irrita tanto a Gloria Swanson (Gena Rowlands) como a un servidor, lo que hace artificial e inverosímil la relación que acaba por establecer entre ellos el guión, totalmente impuesta desde fuera y en contradicción tanto con el personaje como con la interpretación de la protagonista, para llegar a un abominable y ultracursi final en blanco negro y ralentí en el que el niñito y la mujer dura se abrazan al son de una musiquilla sensiblera.

Queda, además de la espléndida presentación de Nueva York —con una luz, una mugre, unas paredes descascarilladas, etc., realmente inolvidables y llenas de sabor—, y el impecable y brutal comienzo —con el asesinato de toda la familia del niño—, la habilidad y el empuje con que Cassavetes hace avanzar el relato —incluso cuando la historia se empantana y se hace repetitiva, una vez que se ve que no van a lograr salir de Nueva York, que la Mafia está en todas partes y que no hay escapatoria que valga ni trato posible—, mezclando sabiamente las tradiciones narrativas del género con su peculiar sentido de los encuadres aparentemente «descuidados» y su afición al montaje entrecortado y elíptico; queda, por supuesto, la figura amarga y sólida como una roca de Gena Rowlands —que sería capaz de decir sin pestañear los diálogos de John Wayne en Río Rojo o Centauros del desierto, y hacer que nos lo creyésemos—; quedan algunos comparsas, los cuadros de los títulos de crédito, algunos pedazos de la música de jazz-latinoamericana de Bill Conti (cuando es meramente ambiental y sirve para dar el tono, no cuando subraya o comenta), varios centenares de planos prodigiosamente iluminados por Fred Schuler… y sobran, junto con el niñito de marras, ciertos excesos poco serios, que delatan la tentación de tratar del género con condescendencia y de aclarar que Cassavetes no se cree lo que cuenta y es consciente de su inverosimilitud. En resumen, un film muy interesante, aunque fallido por culpa de un guionista (el propio Cassavetes) que, demasiado deseoso de hacer un buen regalo a una actriz (su esposa), se ha dedicado a poner obstáculos al director (él mismo). Esperamos, al menos, que Gloria tenga éxito suficiente como para animar a alguien a traernos FacesHusbandsA Woman Under the InfluenceThe Killing of a Chinese BookieOpening Night y —si existe— One Summer Night, a ser posible en V.O.

En “Dirigido por” nº 78, diciembre-1980

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