¿Recuerdan el sketch de Rossellini en Siamo donne? Pues imagínense ahora aquella obra maestra de intimismo, aquella mirada cotidiana dirigida no hacia las aventuras de Ingrid Bergman y una gallina intrusa, sino hacia un rey francés del siglo XVII, y empezarán a comprender la importancia de La Prise de pouvoir par Louis XIV. Jamás nadie, tal vez ni el mismo Rossellini, había logrado instalarnos en el pasado de forma tan natural, sin producirnos la menor extrañeza. Asistimos así, comprendiendo verdaderamente, a la ejecución metódica y rigurosa de un sutil golpe de estado, como si presenciáramos una retransmisión en directo desde el pasado. La lógica del proceder de Luis XIV se ve potenciada por la de la forma rosselliniana de hacer cine, que permite que, casi sin darnos cuenta, como dando por sabidas cosas que ignorábamos, aprendamos lo más importante de la concentración del poder que Luis XIV realizó en su persona, convirtiéndose en un monarca absoluto. Muerto el dominante cardenal Mazarino, el joven rey —que astutamente pretendía estar más interesado por la caza y las mujeres que por el gobierno— sorprende a todos asumiendo la máxima autoridad religiosa, manteniendo a la reina madre fuera del Consejo del Reino y conjurando la amenaza de la Fronda mediante la construcción de Versalles y la creación de una complicada y variable etiqueta cortesana, que mantuvo a la nobleza en palacio, lejos de sus tierras, ocupada de estar a la última moda y gastando su dinero y sus energías en vestuario y ceremonias, y no en organizar ejércitos. Pequeños gestos de autoridad —como detener en sus tierras al intrigante Fouquet—, pero sin excesiva dureza, se alían a una reducción de los impuestos que gravan a las clases humildes para mantener a raya a la aristocracia y al pueblo satisfecho. De esta forma, Luis XIV hace del gobierno un espectáculo, convirtiendo su corte en un teatro cuyo actor principal es él, y los demás meros comparsas. Cada gesto, cada acto cotidiano —el despertar, el almuerzo— se transforma en un premioso ritual que debe ser ejecutado al pie de la letra. La Prise de pouvoir par Louis XIV nos ofrece, por tanto, una visión concreta y científicamente exacta de la actuación del rey Sol, a través de una serie de secuencias reveladoras. Sin embargo, Rossellini no se limita a describirnos el espectáculo, ni a explicarnos su funcionamiento: cuando el rey se retira a sus aposentos privados, la comedia acaba. Entre bastidores, Luis XIV se despoja de su complicada indumentaria, se quita la peluca y, en su soledad, se nos muestra como el hombre que es en el fondo: no sin amargura, lee pensativamente una máxima de La Rochefoucauld: «Ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente».
En Nuestro cine nº 95 (Marzo de 1970)
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