miércoles, 21 de junio de 2023

A Song Is Born (Howard Hawks, 1948)

A partir del relato From A to Z, de Billy Wilder y Thomas Monroe, Hawks hizo dos películas, producidas por Samuel Goldwyn para R. K. O., con fotografía de Gregg Toland, decorados de Perry Ferguson y montaje de Daniel Mandell en ambas ocasiones. Ball of Fire (Bola de fuego, 1941) fue rodada en blanco y negro con guión del propio Wilder y su habitual colaborador, Charles Brackett, mientras que su remake en color fue escrito por Harry Tugent. La historia —como la versión originaria deja en claro con un rótulo de cuento: «Erase una vez… en 1941, en un bosque alto y extenso llamado Nueva York…»— se inspira en Blancanieves y los siete enanitos, a partir del encuentro de un grupo de profesores —ocho en Ball of Fire, siete en A Song Is Born— que llevan nueve años enclaustrados escribiendo una enciclopedia —general en un caso, musical en el segundo— con una cantante de cabaret, amante de un gángster, que les vuelve a poner en contacto con el mundo y les hace sentir añoranza o deseo sexual. En la primera versión Hawks contó con grandes actores para el principal de los profesores y su seductora: Gary Cooper era Bertram Potts y Barbara Stanwyck dio vida a Sugarpuss O'Shea; siete años después, tuvo que conformarse con Danny Kaye —ahora Robert Frisbee— y Virginia Mayo como la sensual Honey Swanson. Los secundarios fueron excelentes en ambas películas, tanto el bando académico (Oscar Homolka, Henry Travers, S. Z. Sakall, Tully Marshall, Leonid Kinskey, Richard Haydn y Aubrey Mather, frente a Benny Goodman, Hugh Herbert, J. Edward Bromberg, Felix Bressart, Ludwig Stossel y O. Z. Whitehead) como representación de los bajos fondos (Dana Andrews y Dan Duryea frente a Steve Cochran, Sidney Blackmer, Paul Langton, Ben Weldon y Ben Chase).

Creo que sobre todo por ser un remake interpretado por actores muy evidentemente inferiores, Nace una canción es uno de los films más injustamente olvidados y menospreciados de Hawks: si me atengo a la versión chabacana y morcilleramente doblada que he podido ver de la primera, prefiero la segunda; en todo caso, no creo que pueda existir una gran diferencia de nivel entre una y otra, ya que lo que pierde A song… en los principales intérpretes lo gana, en cambio, al sustituir el objeto de investigación que súbitamente llama la atención de los investigadores (un célibe, varios solterones y un viudo) en Ball… —el slang barriobajero— por una música que ignoraban (el jazz, el swing, el boogie-boogie), idea que tiene su origen en Bola de fuego —la canción de Sugarpuss con Gene Krupa y su orquesta, o cuando enseña a los profesores a bailar la conga— y que permite que el humor de Nace una canción sea menos verbal Ball… es, probablemente, la película con más diálogo que hizo Hawks y no dicho al trepidantemente ritmo que supieron imprimirle Cary Grant y Rosalind Russell en His Girl Friday (Luna nueva, 1939), pues Cooper y Stanwyck eran más pausados—, más dinámica y visual. Hasta las limitaciones de los actores resultan adecuadas a los personajes: Kaye puede ser estúpido y ridículo, cualidades que quedaban fuera del registro interpretativo de Cooper —que, a lo sumo, parece tímido y distraído—, lo mismo que Virginia Mayo, por su vulgaridad apática, fría y desdeñosa (véase Los mejores años de nuestra vida), no necesita grandes dotes histriónicas para componer una gangster’s moll más convincente que la entusiasta y temperamental Barbara Stanwyck.

Rodada con más soltura, aparentemente sin el menor esfuerzo, Nace una canción consigue ser más ágil y flexible que el original, lo que hace de ella una de las películas más gozosamente contagiosas que he visto (casi como Parade, de Tati), especialmente en la revelación del jazz a cargo de los dos limpiaventanas negros (Buck & Bubbles), la improvisación del profesor Magenbruch (Benny Goodman) con los jazzmen o la delirante jam session for intellectuals que organiza Virginia Mayo con los musicólogos, sin omitir la participación de Louis Armstrong, Charlie Barnet, Lionel Hampton, Tommy Dorsey, Mel Powell, The Golden Gate Quartet, etc. Por otra parte, la escena más emotiva de la película —la despedida de soltero del protagonista, en la que el profesor Oddly le da consejos y rememora a su difunta esposa y todos cantan «Sweet Genevieve», es más conmovedora en A song is born, donde alcanza una intensidad casi fordiana (no en vano, O. Z. Whitehead, actor frecuente de Ford, reemplaza al excesivamente pulcro Richard Haydn); también la secuencia más loca y divertida —la victoria de los científicos sobre los hampones, que les tienen secuestrados a punta de pistola para que no puedan impedir la boda de su jefe con la cantante— está mejor resuelta en la segunda versión, al sustituir como arma un microscopio y el ejemplo de Arquímedes en la batalla de Siracusa por la vibración producida por los instrumentos musicales y el recuerdo del asedio de Jericó.

En “Casablanca” nº 7-8, julio-agosto 1981

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