miércoles, 24 de mayo de 2023

La tierra sin pan y la isla sin gente

Nada une, en principio, las dos películas que - no del todo por azar - se proyectan esta noche, salvo que ninguna de ellas circula lo bastante como para ser conocida - no digamos para que se reconozca su valor -, y, quizá, la importancia que en ambas tiene el espacio como territorio aislado - una "isla" de subdesarrollo y miseria en la empobrecida España de 1932, una isla desierta en medio del Océano, si acaso visitada ocasionalmente por caníbales, a la que va a parar el superviviente único de un naufragio - y, sobre todo, una cierta ingenuidadque no es precisamente la característica que más suele asociarse con la compleja y contradictoria personalidad de Don Luis Buñuel, que hoy tendría 100 años, de seguir entre nosotros, pero cuyas películas permanecen extrañamente jóvenes, frescas y actuales gracias, creo yo, a que hasta en sus últimas horas consiguió mantener la curiosidad, la capacidad de maravillarse y el sentido del humor que casi todos tenemos durante la infancia y que la mayoría vamos perdiendo con el paso del tiempo.

Un tanto en solitario, sostengo desde hace tiempo que el cine de Buñuel, más que serio y trascendentalista, es predominantemente bromista y chistoso, que siempre quiso intrigar y divertir, y a ser posible inquietar y hacer dudar, más que enviar mensajes o impartir lecciones. Desafío a cualquiera a que me diga lo que significan exactamente algunas películas suyas, o que resuma su sentido sin incurrir en escandalosas y empobrecedoras simplificaciones, para las que bastaría un papel y una pluma, y no muchas palabras, sin que nada reclamara el empleo del cine, recurrir a actores e inventar o adaptar historias de ficción, narradas siempre con tal ingenio que resultan indefectiblemente sorprendentes e imprevisibles, a menudo hilarantes, en ocasiones escalofriantes pese a la ausencia de énfasis y aspavientos.

Las Hurdes, también conocida como Tierra sin pan, un cortometraje, es la tercera obra de Buñuel; la primera producida y rodada en España, la primera prohibida. Supuso, aunque hoy quizá no se advierta, una ruptura con el género documental, ya por entonces falseado y distorsionado por los comentarios añadidos y por la manipulación del montaje. Su propósito estribaba, confiando en la fuerza de unas imágenes sin adorno y en el carácter realmente terrible de lo que mostraban, en rehuir todo intento de convencernos de la patética situación de abandono en que vivían, sin ser siquiera conscientes de ello, los hurdanos. De ahí la indiferente, neutra voz de Pierre Unik en el comentario de la versión francesa de origen, la única que se exhibió, y que contrastaba - tanto como la música de Brahms – con las imágenes desoladas; esto, lamentablemente, se ha perdido en la versión comentada por Francisco Rabal que parece hoy la única visible, ya que resulta redundante su aspereza desgarrada.

Dos señales inequívocas de que Buñuel dio en el blanco: la difusión de Las Hurdes fue impedida por el Gobierno (y eso que ya no era la Dictadura de Primo de Rivera ni todavía la de Franco, sino la Segunda República); todavía hoy, los jóvenes de la comarca, que obviamente ignoran la situación fotografiada por Buñuel mucho antes de que naciesen, prefieren seguir ignorándola, y detestan a Buñuel, con curiosa ingratitud, por dar "mala fama" a su tierra, sin darse cuenta, por lo visto, de lo que ha contribuido esta película a cualquier mejora de sus condiciones de vida.

Robinson Crusoe era, cuando Buñuel era niño y todavía cuando lo fui yo, una de esas novelas universalmente conocidas, cuyos personajes habían adquirido la consistencia inquebrantable de los mitos, como John Silver el Largo, el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, Sherlock Holmes, los Tres Mosqueteros o Tarzán. Hoy sospecho que ya nadie lee a Daniel Defoe, ni siquiera los estudiantes universitarios de Filología Inglesa, y ellos se lo pierden; sería lamentable incluso que se leyera tarde, dado que pertenece al género de lecturas prematuras que nos fascinan cuando aún no podemos comprenderlas cabalmente, y que, dadas por sabidas y etiquetadas como "infantiles", no suelen releerse, como sería preciso, en la edad madura, y que no basta con leerlas por vez primera de mayores: ilumina más esa deseable segunda lectura, desde otra fase de la vida, que se superpone a la primera sin borrar su recuerdo.

Esta "relectura desde el conocimiento y la madurez" es precisamente lo que hace con su película Buñuel, descubriendo en su flujo narrativo, al simplificarlo para adaptarlo al cine, una prodigiosa metáfora socioeconómica, sin que ello le impida, sin embargo, recobrar y restituir el encanto y la fascinación de la primera y más inocente lectura. Aunque falta aún mucho para que sea reconocida como una de las muestras más ilustres del cine de aventuras de los años 50, creo que es eso lo que, en primer lugar, me ha atraído siempre de esta película, de una belleza plástica incomparable, si es que el estado de la copia permite apreciarlo. Pero, si la colocamos junto a las otras películas de Buñuel de aquellos años, desde El Gran Calavera en 1949, Los Olvidados en 1950, El Bruto en 1952, Él en 1953, Abismos de Pasión en 1954 o Ensayo de un Crimen en 1955, comprenderemos que se trata de un eslabón más en la cadena de su obra, pues las prolonga, complementa o anuncia, según los casos.

Texto escrito como preparación para la presentación de las películas. 2000.

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