The Civil War
“… y John Ford, el más brechtiano”
(Jean-Marie Straub)
El Cinerama, ese invento aún tan imperfecto, tan toscamente espectacular, sirvió en 1962 para hacer con él un film interesante: La conquista del Oeste (How the West Was Won), compuesto de cinco episodios. De ellos hay uno, Las llanuras, carente del menor atractivo, aunque con ese tema Walsh, Allan Dwan o Jacques Tourneur habrían hecho maravillas. Pese a este fallo, Henry Hathaway se mantuvo en buena forma en Los ríos y Los forajidos, e incluso en El ferrocarril, que acabó y corrigió tras la retirada de George Marshall. Estos cuatro episodios hubieran quedado de todos modos a un nivel muy por debajo del de, por ejemplo, Los inconquistables, de DeMille, si no fuese porque el restante lo dirigió John Ford.
El cortometraje es una dimensión ingrata. Es difícil conseguir algo bueno en tan poco tiempo, y las pocas veces que se logra, parece insuficiente y deja insatisfecho. Por eso La guerra civil (The Civil War), que a mí me parece una de las cinco o seis mejores de John Ford, es una obra olvidada.
El de Ford es el más corto de los episodios de La conquista del Oeste. Es el más serio y dramático, el más denso y autosuficiente. Dura veinte minutos y se compone de unos ochenta planos fijos, pues Ford notó que las imágenes se curvaban al mover la cámara de Cinerama. Cada plano es perfecto, límpido, ordenado. No sobra ni falta ninguno: todos son necesarios. Todos duran lo justo, dando esa sensación de fluidez temporal que sólo se siente contemplando algunos films como Más allá de la duda o Akasen Chitai, Al borde del río o Pasión bajo la niebla, Le Caporal épinglé o Río Bravo, Dies Irae o Los pájaros, Le Mépris o Carmen Jones. Los actores, admirables y espontáneos como de costumbre en Ford. Los encuadres, amplios y sencillos, con algo de los del Cinemascope en sus principios. La música, suave y escasa, casi imperceptible. La fotografía y el color, perfectos. Ford, huyendo del efectismo y la espectacularidad, es el que mejor ha usado hasta ahora el Cinerama.
Por otro lado, Ford ha evitado cualquier idealización de la guerra, los himnos y desfiles, las marchas militares, los derroches de heroísmo, los tonos épicos o gloriosos. Lo quesu film nos muestra es el absurdo y la crueldad de la guerra, el horror de matar, el miedo y el desconcierto de los soldados, las dudas y la soledad de los generales, el asco y la decepción del protagonista, que tanto deseaba ir a luchar. Y todo esto con una sencillez sobrecogedora, con una tristeza lúcida y callada. No hay duda de que The Civil War es una de las obras más pesimistas de Ford, como ya lo era Misión de audaces, hecha tres años antes, sobre el mismo tema. Y ambas son dos de los films más antibelicistas que se han podido ver en España.
Por su tono de “historia ejemplar”, de apólogo moral, por su estructura lógica y clara, por su estilo sencillo, por su brevedad misma, La guerra civil recuerda enormemente a los admirables Cuentos del almanaque de Bertolt Brecht, autor con el cual Ford tiene mucho que ver, como notará cualquiera que recuerde de Brecht algo más que la “distanciación”.
El guión de este sketch, contrariamente al del resto de la película —que se resiente del deshilachamiento típico de los films-río—, está lógica y funcionalmente construido, a base de fuertes y claras elipsis y de oposiciones dialécticas temático-formales, de modo que este breve film puede analizarse esquemáticamente dividiéndolo en siete fragmentos:
1. A modo de prólogo, una voz en off nos explica las circunstancias anteriores al estallido de la guerra de Secesión, mientras la cámara nos muestra a Lincoln y los primeros incidentes.
2. Una granja de Ohio. Día luminoso (exteriores naturales), planos llenos de aire y verdor. La familia Rawlings trabaja. Llega, uniformado, el gordo cartero (Andy Devine), que trae una carta para Mrs. Rawlings (Carroll Baker). Esta llama a Zeb (George Peppard), su hijo mayor, para leérsela e intentar persuadirle de que se vaya a California, y no a la guerra, como ya hizo su padre. Zeb se resiste, desea ir a luchar. Su madre, cansada, se rinde. Él decide que desde ahora la llamará “madre” y no “mamá”. Ella le besa y se va a prepararle el equipaje.
3. Tras una breve elipsis, aparece Zeb, muy ridículo, con corbata, sombrero y un traje que le está pequeño. Su madre le despide, sin decir palabra, dolida, arreglándole el cuello de la camisa, y reza ante la tumba de sus padres mientras él se aleja feliz, seguido por su perro.
4. Corte brusco. Noche (rodaje en estudio): campamento nordista. Heridos, enfermería (el padre de Zeb, muerto), cadáveres. Llenan de arena una fosa común, Zeb lo ve, se vuelve hacia la cámara, desorientado, cansado, manchado de sangre.
5. Zeb se acerca al río para beber, pero el agua sabe a sangre y está roja. Un desertor rebelde (Russ Tamblyn) se le acerca, hablan. Los dos están desconcertados, no saben qué hacen allí, no creían que la guerra fuera así. No han matado a nadie, tienen horror y miedo. Escuchan a los generales Sherman (John Wayne) y Grant (Henry Morgan), que discuten. El sudista intenta matar a Grant, pero Zeb se lo impide y le ensarta con la bayoneta, y le grita: “¿Por qué me has obligado a hacer esto?”.
6. Corte brusco. Día. Explosiones. Batalla de Shiloh. La batalla está evocada en diez breves planos, el último de los cuales muestra a una batería de cañones, de noche, haciendo fuego a la orilla del río.
7. Corte brusco. Día. Río Ohio. Un ferry-boat deja a Zeb en la orilla. Camina contento, de vuelta al hogar. De pronto, nota que hay dos tumbas nuevas: las de sus padres. Habla con su hermano Jeremiah (Claude Johnson), del que se despide dejándole la granja y se va, errante, en busca de una nueva vida.
Aquí tenemos una buena serie de temas fordianos: la desintegración de la familia, los males de la guerra, el joven que aprende y madura a base de decepciones, el solitario errante, el retorno al hogar. Y todo ello en unos pocos planos fijos, reposados, muy largos algunos, hermosos y callados, llenos de emoción. Un film, en suma, que reencuentra la pureza de Griffith, y que evoca también los catorce geniales planos-secuencia que forman esa increíble y modernísima obra maestra que es el primer western de la historia del cine: el Asalto y robo a un tren (The Great Train Robbery, 1903), de Edwin S. Porter.
Publicado en El Noticiero Universal el 16 de septiembre de 1968
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