Cuando uno sostiene que esta película es convencional, académica, pedante, fría, pesada y aburrida, siempre sale alguien que, como único argumento, opone el enorme éxito comercial que tiene en todas partes. Esta defensa carece de valor, ya que no es esta película concreta, el «individuo», lo que triunfa, sino la propia especie —más industrial que cinematográfica— a la que pertenece, y no tiene nada de extraño que un producto cultural de sus características tenga una explotación rentable: para eso está y para eso se ha hecho tal como se ha hecho.
The French Lieutenant’s Woman (La mujer del teniente francés) es el film de qualité del año, como lo fueron, en los suyos, A Man for All Seasons (Un hombre para la eternidad, Fred Zinnemann, 1966), Accident (Accidente, Joseph Losey, 1967), Morte a Venezia (Muerte en Venecia, Luchino Visconti, 1971), The Go-Between (El mensajero, Joseph Losey, 1971), Julia (Julia, Fred Zinnemann, 1977), Mon Oncle d’Amérique (Mi tío de América, Alain Resnais, 1980), etc. Con independencia de su efectiva calidad, han de ser películas «de categoría», «con clase», «serias» hasta el tedio, «respetables» como difuntos, que se limiten a ilustrar —a veces muy bien, con gusto pictórico notable— con bellas imágenes y rostros conocidos algún tema «importante» o de moda, de forma digerible e inofensiva, con ciertos ajustes actualizadores (de ahí el toque «moderno», con diez o doce años de retraso, del «cine dentro del cine» con que juega aquí Reisz, mero artificio para llamar la atención y eludir el planteamiento dramático que la historia pedía). Es un cine de paisajes vacíos —preferentemente «marinas»—, bodegones y «naturalezas muertas» de historiadores con fondo de tarjeta postal (para contrastar con los forillos de sus antecedentes wylerianos), reveladoramente proclive al flou —es decir, a la falta de definición, a la vaguedad, a lo aproximativo, borroso o vaporoso—, sin pasión ni aventura, asegurado contra todo riesgo (en especial el de comprometerse con los personajes y turbar o conmover a los espectadores). Es, en resumen, el tipo de cine que menos me interesa, que más me aburre e irrita, sobre todo por la astucia tendera con que ofrece perchas y muletas a los críticos que no quieren pensar y a numerosísimos visitantes ocasionales de las salas oscuras, supuestamente cultivados, que sólo estas películas movilizan ya (les dan lo mismo que ven a diario en la televisión).
Harold Pinter se ha convertido en un especialista del género —no es casual que entre las películas que me han venido primero a la memoria haya otras dos suyas—, por lo que me extraña que la BBC no le haya contratado todavía para el cargo vitalicio de «supervisor de adaptaciones literarias» que merece, lo cual nos libraría de sus monótonas aportaciones al cine, cada vez más tendentes al autohomenaje. En cambio, lamentaría que el apreciable Karel Reisz, único representante algo libre y con talento del fantasmagórico Free Cinema británico, se convierta en el Wyler de los años 80, precisamente cuando su película anterior, Who’ll Stop the Rain/Dog Soldiers (Nieve que quema, 1978), permitía esperar cualquier cosa menos ésta: apuntaba a High Sierra (El último refugio, Raoul Walsh, 1941) no a Mrs. Miniver (La señora Miniver, William Wyler, 1942). No mencionaré al soso bigotudo que pretenden convertir en estrella emparejándole con la frígida Meryl Streep, que lleva camino de cubrir la plaza, vacía desde hace tiempo, que en los años 40 monopolizó —con más modestia, todo hay que decirlo— Greer Garson, y que, evidentemente, necesita que un loco como Cimino la descongele y le quite sus aires de diva. De otro modo, me parece inaprovechable, y ahora que no hay serie B, y que no es probable que caiga en manos de Fuller, me temo que su enfermedad no tenga cura.
Pero no hay que preocuparse: que tal peliculón pase por una «obra de arte» y sea soportada con resignación o complacencia por millones de personas es sólo una consecuencia del vigente sistema de comunicación e intercambio; la información, la publicidad, la distribución, la industria editorial y la prensa se ocupan de que un plato que se presenta como «exquisito» y exclusivamente destinado al refinado paladar del lector-tipo de ABC sea tragado por todo el mundo, por las malas o por las buenas, mediante un bombardeo de «spots», anuncios, reportajes y gacetillas encubiertas. Así que es normal. Además, nadie se acordará dentro de unos meses de The French Lieutenant’s Woman; también está previsto y programado que no pueda hacerle la competencia a la «gran película» del siguiente ejercicio, y como será, forzosamente, muy parecida, es preciso que ésta se olvide fácilmente, una vez consumida o «degustada» por el público, en cuanto esté amortizada por los que la produjeron.
Publicado en el nº 14 de Casablanca (febrero de 1982)
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