Selvático y extremadamente romántico —hasta en su cinismo de viejo lobo de mar—, The Roots of Heaven es un film maldito y olvidado no ya por su postura vital (conocida de sobra por los que apreciamos el cine de Huston), sino porque nos muestra a su director desnudo, sin la protección y el prestigio que guiones más perfectos y mejores condiciones de producción le han otorgado con frecuencia. Es decir, que Las raíces del cielo nos presenta a Huston como el ilustrador que de hecho es siempre, hasta cuando —como suele ocurrir— se ilustra a sí mismo. Porque si Huston tiene un mundo propio y coherente, y una personalidad no sólo bien definida sino simpática, que incita a la complicidad, no es por ello un autor cinematográfico, sino un autor literario que se expresa a través de actores, decorados, imágenes y sonidos (es decir, del cine), pero sin un estilo personal y consistente. En Huston la imagen no hace surgir la idea —Hitchcock, Buñuel— ni la acompaña —Godard, Rossellini, Hawks—, sino que la ilustra, la comenta, la «pone en escena»: las películas de Huston corren tras sus guiones, y en esta carrera, no siempre victoriosa, está su interés y su fuerza, y también su limitación, ya que el resultado final depende en exceso de la calidad del punto de partida, puesto que determina el punto de llegada (por eso sus mejores films son The Misfits, Key Largo, Moby Dick, The Asphalt Jungle, The African Queen, The Unforgiven, Freud-The Secret Passion, The Night of the Iguana, Sinful Davey, The Treasure of the Sierra Madre).
Las raíces del cielo son los viejos elefantes, a punto de extinguirse a manos de caprichosos cazadores y que Morel (Trevor Howard) intenta preservar. Reaparecen así viejos y queridos temas hustonianos: el exterminio de animales (de Moby Dick a The Misfits), el grupo exiliado lejos de su patria, el retorno a la naturaleza, la lucha desesperada por un ideal, la soledad y la aventura, pese a que Romain Gary poetice en exceso la quijotiana gesta del cazador cansado y sus compañeros de empresa (entre los que destacan un Errol Flynn alcoholizado y agonizante de tristeza y una Juliette Gréco no por previsible menos eficaz). Hay muchos errores y limitaciones, insuficiencias y tropiezos en esta película, pero consigue ser, a pesar de todo, un árbol bastante enderezado en el bosque hustoniano, que nos dice mejor que otros más elevados lo que Huston oculta tras su ironía. No es por eso extraño que sean los «hustonistas» (Benayoun, por ejemplo) los más severos para con esta endeble película, frágil pero hermosa, que nos muestra a Huston en lucha con la adversidad y superándola a veces, y no manteniéndose bajo la línea de flotación de una genial novela de Dashiell Hammett (The Maltese Falcon). Con esto quiero decir que, si bien The Maltese Falcon es mejor y más perfecta, The Roots of Heaven representa una mayor victoria.
Publicado en Nuestro cine nº 100/101 (agosto-septiembre de 1970)
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