John Sayles
Aunque el cine americano esté cada vez menos interesante, siempre queda algún independiente como John Sayles, cuya obra es, en su diversidad, una de las más sinceras y personales que nos llegan de allí.
Este ha sido un año de suerte: junto a Passion Fish (1992) y City of Hope (1991), El misterio de la Isla de las Focas (1993) y Lone Star (1995) se cuentan entre sus mejores trabajos. Una enlaza con el lado metafórico y parabólico de algunos de sus guiones para otros; la otra es la más vasta y compleja de sus indagaciones en la realidad multicultural de los Estados Unidos, que le fascina como al Fuller de los años 50 y analiza con una precisión digna del Preminger de los 60.
Fiel al más puro clasicismo, actualiza los temas y el enfoque desde una perspectiva que, ahora que está de moda el conservadurismo desmantelador, me supone un alivio: no consigo encontrar divertida a la gente que me repele y que hace irresponsablemente barbaridades estúpidas, ni soporto tanta mirada resignada a considerar normal, irremediable o hasta positivo lo que hace años le indignaba; en cambio, agradezco ver en la pantalla personas con las que no me importa compartir dos horas: débiles o cobardes, falibles e imperfectas, pero con principios o buena voluntad, cierto tesón o sentido del deber, o al menos remordimientos; que actúan con motivos racionales —aunque sean innobles—, y son capaces de rectificar y aprender, de resistir o tratar de ser justos. Al poder interpretar sus gestos y detectar coherencia en sus conductas, seguimos con interés las peripecias en que se ven envueltos y a las que tratan de sobreponerse. En una isla de la costa de Irlanda o en un condado de Texas, se trate de fantasías legendarias o de «la vida misma» con la historia y el pasado gravitando sobre ella, todo resulta real, creíble y apasionante.
Publicado en El Mundo (30 de noviembre de 1996)
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