martes, 2 de mayo de 2023

Estrella solitaria

John Sayles

Aunque el cine americano esté cada vez menos interesante, siempre queda algún independiente como John Sayles, cuya obra es, en su diversidad, una de las más sinceras y personales que nos llegan de allí.

Este ha sido un año de suerte: junto a Passion Fish (1992) y City of Hope (1991), El misterio de la Isla de las Focas (1993) y Lone Star (1995) se cuentan entre sus mejores trabajos. Una enlaza con el lado metafórico y parabólico de algunos de sus guiones para otros; la otra es la más vasta y compleja de sus indagaciones en la realidad multicultural de los Estados Unidos, que le fascina como al Fuller de los años 50 y analiza con una precisión digna del Preminger de los 60.

Fiel al más puro clasicismo, actualiza los temas y el enfoque desde una perspectiva que, ahora que está de moda el conservadurismo desmantelador, me supone un alivio: no consigo encontrar divertida a la gente que me repele y que hace irresponsablemente barbaridades estúpidas, ni soporto tanta mirada resignada a considerar normal, irremediable o hasta positivo lo que hace años le indignaba; en cambio, agradezco ver en la pantalla personas con las que no me importa compartir dos horas: débiles o cobardes, falibles e imperfectas, pero con principios o buena voluntad, cierto tesón o sentido del deber, o al menos remordimientos; que actúan con motivos racionales —aunque sean innobles—, y son capaces de rectificar y aprender, de resistir o tratar de ser justos. Al poder interpretar sus gestos y detectar coherencia en sus conductas, seguimos con interés las peripecias en que se ven envueltos y a las que tratan de sobreponerse. En una isla de la costa de Irlanda o en un condado de Texas, se trate de fantasías legendarias o de «la vida misma» con la historia y el pasado gravitando sobre ella, todo resulta real, creíble y apasionante.

Publicado en El Mundo (30 de noviembre de 1996)

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