martes, 2 de mayo de 2023

Semana Cultural de Cine Francés

Bajo este lema —y sin otro criterio selectivo aparente que la colaboración de la distribuidora Félix Films—, el Instituto Francés ha proyectado las siguientes películas: Le Deuxième Souffle (1966), de Jean-Pierre Melville, que me resulta, pese a no tener nada realmente malo, tan insuficiente como las demás de su autor. El último cuarto de hora es magnífico, pero esperar más de dos horas a que llegue resulta demasiado. Sin embargo, su ausencia de las pantallas españolas sólo puede obedecer a razones más bien sórdidas.

Hitler connais pas (1963) es el primer film de Bertrand Blier —hijo de Bernard— y se resiente de la juventud de su autor (tenía veintidós años), que le impide ser lo riguroso que hacía falta para no abandonar los duros territorios de la verdad, desfigurados por un artificioso montaje que convierte este film-encuesta en una película (mal) puesta en escena, hecho lamentable, dado el gran interés que, a priori, como idea, tenía.

Lamiel (1967), de Jean Aurel, es sólo apta para fanáticos de Anna Karina con gran resistencia. Que Un été sauvage (1969), de Marcel Camus, fuera presentado en estreno mundial, sólo sirve para convertirnos en sus primeras víctimas.

Del segundo largo de Eric Rohmer, La Collectionneuse (1966), se dará cuenta en un bloque dedicado al autor de Ma nuit chez Maud. Y de Une femme est une femme (1961), de Jean-Luc Godard, voy a hablar ahora.

EL ESPÍRITU DEL “MUSICAL”

Une femme es une femme es el tercer largometraje de Godard, el segundo con Anna Karina, el segundo con Belmondo y el primero en Scope, en color, con sonido directo y con rodaje en estudio. Si À bout de souffle es un falso film “negro”, Le Petit Soldat, un falso film “político” —pero un verdadero film negro y un Cuento Moral—, Vivre sa vie, un falso film “sobre la prostitución”, y Les Carabiniers, un falso film “de guerra”, Une femme est une femme es un falso film musical. Es, más bien, la ausencia de la comedia musical, su imposibilidad, su recuerdo, su nostalgia, su fantasma. Sería, en todo caso, un “musical” pensado por Bresson, es decir, la esencia del musical, si no su presencia. Es, por tanto, el más profundo y auténtico de los “musicales”, por oposición a los films de Demy —muy estimables en mi opinión—, que no son sino la apariencia del “musical”. En este sentido, Une femme est une femme está más cerca de Adieu Philippine —o incluso de Lola— que de Les Demoiselles de Rochefort. No hablemos ya de Funny Girl y compañía, que son a “Cantando bajo la lluvia”, “Siempre hace buen tiempo”, “Carmen Jones” o The Band Wagon lo que un espantapájaros a un hombre (pues ni siquiera tienen la honestidad de ser su calavera o su esqueleto).

Bruno Forestier, el soldadito, desprecia a los actores, porque obedecen las órdenes del director: ríen o lloran según se lo manden, y no son, por tanto, personas libres. Godard dice que el cine consiste en filmar a personas libres, es decir, que miran a su alrededor. Por eso sus actores —veamos a Belmondo y Karina, paseando la Porte Saint-Denis— se mueven con toda libertad; por eso Godard incluye un plano en que Anna se equivoca, llora, interrumpe su frase, la dice bien por fin. Y así caemos de lleno en el terreno del cine-verdad, porque a Godard le gusta mezclar la realidad y la ficción, la máxima verdad y el máximo artificio (la comedia musical). Por eso acierta cuando dice que Une femme est une femme es un musical neorrealista: filma como Rossellini a personajes cotidianos, que sueñan ser intérpretes de una comedia musical de Gene Kelly & Stanley Donen. Pero como no lo son, no bailan: la danza queda fijada, suspendida en el aire; no cantan: hablan mientras la música invasora de Michel Legrand da ritmo de canción a sus palabras (evitando así el artificio de Les Parapluies de Cherbourg). Estamos, pues, a mitad de camino entre One Hour with You, de Lubitsch & Cukor, y Due soldi di speranza, de Castellani, entre Le Carrosse d’or, de Renoir, y Rio Bravo, de Hawks; entre “La muñeca”, de Ernst (cuyo apellido lleva Alfred-Belmondo) y Europa ‘51. Godard recuerda que Chaplin decía que la tragedia es la vida en primer plano, y la comedia lo mismo en plano general, y hace una comedia en primer plano. No se sabe, por tanto, si estamos en una tragedia o en una comedia. En todo caso, en una persecución. Angéla, Alfred y Emile (Jean-Claude Brialy) disponen de veinticuatro horas para decidirse, y mientras tanto Godard les sigue con su cámara, intentando captar el momento en que sus personajes se dilatan: al son de una canción de Aznavour (en recuerdo de Tirez sur le pianiste), haciendo un strip-tease en primer plano, andando por las calles, corriendo para dar con la cabeza contra la pared.

Une femme est une femme es un film hecho con sentimientos e imaginación, con imágenes y sonidos, con una música cuyo aliento se corta —À bout de souffle— y reemprende la marcha, con tres actores que se mueven a lo largo de la pantalla ancha, tras las huellas de Gene Kelly, Cyd Charisse y Fred Astaire, en un París nublado, en un barrio sucio y multicolor, para acudir a una cita con el Cine.

Publicado en el nº 97 de Nuestro Cine (mayo de 1970)

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