The Unforgiven significa realmente “Los no perdonados”, y se refiere a la mestiza Rachel (Audrey Hepburn) y, por extensión, a los blancos que fueron raptados por los indios y a sus descendientes (tema tratado por Ford en Centauros del desierto y Dos cabalgan juntos). Aunque Huston se proponía respetar las normas clásicas del género, su personalidad se ha impuesto sobre las convenciones, y se ha instalado cómodamente en los dilatados márgenes del western: The Unforgiven es un western insólito, poblado por extraños personajes al borde de la locura, como la errante silueta vengativa que es Abe Kelsey (Joseph Wiseman) o la nostálgica Mathilda Zachary (Lillian Gish), que interpreta Mozart al piano en medio del desierto y parece escapada de Duelo al sol (King Vidor) o The Night of the Hunter (Charles Laughton), films igualmente descabellados y delirantes. Como ellos, The Unforgiven convoca en sus exaltadas imágenes turbias pasiones y desquiciados moradores, que ocultan secretos del pasado bajo la apariencia idílica de sus vidas. Lo ya acaecido gravita constantemente sobre los personajes, e impone su presencia obsesiva sobre el presente, cargado por tanto de tensiones que sólo paulatinamente serán dilucidadas. Irrumpen entonces en nuestra memoria otros tres westerns, igualmente borrascosos y enigmáticos: Pursued, de Walsh; El último atardecer, de Aldrich, y Estrella de fuego, de Siegel. Con este pentágono de referencias nos hallaremos en condiciones de recorrer el tortuoso camino narrativo emprendido en este film por Huston, y así veremos que Kelsey monta guardia en el horizonte como un fantasma del capitán Ahab cuya ballena blanca fuera Rachel, típico personaje desarraigado. Rachel se encuentra entre las dos razas a las que pertenece: los indios kiowa quieren recuperarla por la fuerza, Kelsey quiere asesinarla y por ello Ben (Burt Lancaster), a quien Rachel cree su hermano, le mata; los colonos la discriminan, sus «hermanos» se pelean entre sí y finalmente se aíslan para defenderla. Tras el combate con los kiowas, Rachel y Ben se abrazan entre las ruinas de su rancho, cubierto de cadáveres y libre de misterios. No son, pues, los lazos de la sangre los que importan (que Ben no sea hermano de Rachel es un dato en este sentido), sino aquellos libremente elegidos por cada uno. Que Rachel no vuelva con los indios no significa que prefiera ser blanca (pues acepta su parte kiowa —se pinta la cara y está dispuesta a entregarse—, y los blancos la repudian), sino que ama a Ben y se queda a su lado.
Publicado en Nuestro cine nº 100/101 (agosto-septiembre de 1970)
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