Primera de cuatro películas consecutivas que rodó Mankiewicz para «aprender la técnica y el oficio de director y a alejarme lo más posible de la óptica de guionista en el planteamiento de un film», responde plenamente al arquetipo del thriller de la inmediata posguerra (con soldado desmovilizado y amnésico). Interpretado con monótona angst existencial (variedad crispada) por un actor del todo ajeno a Mankiewicz (John Hodiak), Somewhere in the night (Solo en la noche, 1946) pudo sugerir al autor de All About Eve (Eva al desnudo, 1950) algunos temas que le obsesionan desde entonces y debió hacerle pensar mucho acerca de la narración cinematográfica.
Una de las claves de la peculiar dramaturgia de Mankiewicz —que, pese a las apariencias, no procede del teatro— estriba en que es, si no me equivoco, el primer gran cineasta poswellesiano. Parte de Welles, pero no olvida a Lubitsch, y su obra contiene —en particular All About Eve (Eva al desnudo, 1950) y The Barefoot Contessa (La condesa descalza, 1954)— una aguda crítica del subjetivismo cinematográfico impuesto por Citizen Kane en 1941. Somewhere in the night cuenta el drama de un hombre que teme ser culpable de un crimen que no recuerda, pero del que ni siquiera se siente inocente, y que se ve empujado a una doble investigación: busca, por un lado, a un criminal que responde a su nombre, y, por otro, su propia identidad, y teme tanto que coincidan como que la policía le capture. El clásico recorrido de escenarios más o menos siniestros o pintorescos —bares, hoteluchos, estaciones— para sonsacar informes de una no menos clásica nómina de patéticos comparsas solitarios, alcoholizados, inquietantes o inquietos acaba convirtiéndose en un recorrido de pesadilla; pero Mankiewicz rehúye la identificación del espectador con un protagonista que ignora su identidad y la requiere tácitamente para sí mediante la introducción de otros puntos de vista, en especial los de Nancy Guild y, a mayor distancia, Richard Conte. Esto evita, por otra parte, que las febriles pesquisas de Hodiak sean despachadas como el producto alucinatorio de una mente enferma, por lo que resultan bastante más inquietantes para el espectador, sin ahorrarle malos tragos al amnésico.
Publicado en el nº 14 de Casablanca (febrero de 1982)
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