Fue una de las primeras películas americanas que abordaron, tras la segunda guerra mundial, la llamada «cuestión racial». Es todavía, pese a que su conclusión puede parecer un tanto tímida, una de las pocas que se han planteado honradamente, sin tapujos ni paliativos, en qué consiste el racismo, qué formas —violentas o educadas— adopta y cómo funciona. Sin embargo, podrían haberla dirigido Losey, Kazan, Rossen, Polonsky, Dassin, Brooks, Dmytryk o cualquiera de los cineastas que por entonces, con más o menos libertad, valentía y talento, trataban de exponer los conflictos latentes en la sociedad de su país, olvidados durante la contienda y que, con la paz, podrían estallar. Parece como si las «buenas intenciones» y la «seriedad» del tratamiento ahogasen a Mankiewicz, al impedir la manifestación del ácido y malicioso sentido del humor y de la paradoja que le caracteriza: para problemas raciales, el que hubiera inspirado a Mankiewicz hubiera sido uno basado en la ironía, como el de la mulata que ignora que tiene sangre negra y cree ser una «damisela sureña», que escribió Robert Penn Warren y filmó Walsh, La esclava libre. De este modo, Un rayo de luz (No Way Out) resulta previsible, sin sorpresas. Lo que se puede admirar de ella es un subproducto de la inteligencia y la elegancia de Mankiewicz: más bien lo que no hace (las tentaciones a que no sucumbe, los vicios en que no incurre, las trampas que no tiende) que lo que hace en su lugar. No es esquemática, pero no llega a ser compleja; es justa y precisa, pero sería exagerado atribuirle profundidad. Su valor es considerable si se compara con otras películas «sociales», porque llega más lejos y más limpiamente, pero se reduce mucho cuando se piensa en las películas inmediatamente anterior y posterior de Mankiewicz.
Publicado en el nº 14 de Casablanca (febrero de 1982)
No hay comentarios:
Publicar un comentario