¡Qué grande es el cine! (26/04/1999) |
José Luis Garci moderan el debate en torno a la película ‘Hannah y sus hermanas’ de Woody Allen (1986). En compañía de Juan Miguel Lamet, Antonio Martínez Sarrión y Miguel Marías.
Hannah and Her Sisters es la película que prefiero de cuantas ha dirigido Woody Allen o puede considerársele "autor" - es decir, Play It Again, Sam, realizada por Herbert Ross, por ejemplo; no, en cambio, La tapadera de Martin Ritt -, seguida de Everyone Says I Love You (1996), Manhattan (1979) y Annie Hall (1977).
Debo advertir que, aunque la mayoría de sus películas - sobre todo a partir de 1977 y Annie Hall - me gustan mucho, no todas me entusiasman e incluso hay algunas que encuentro totalmente detestables y soporíferas, incluso feas e irritantes, como Stardust Memories (1980) y Deconstructing Harry (1997), curiosamente - sospecho - obras de desconcierto y transición dubitativa, ya que se producen, respectivamente, tras la ruptura con Diane Keaton y tras el escándalo montado por Mia Farrow a raíz de su divorcio.
No soy, por tanto, uno de sus "fans" incondicionales. Ni como autor ni como persona, ni como personaje público ni como portaestandarte cultural, ni como ingenio oficial ni como actor, ni como director ni como clarinetista de jazz tradicional me parece infaliblemente admirable. No espero con impaciente avidez su próxima entrega en cuanto he logrado ver la última. No leo sus libros ni me deleitan sus guiones, sketches, artículos o entrevistas (no recuerdo una profunda y seria sobre su trabajo como director, aunque reconozco que puede existir y habérseme escapado).
Su indudable talento y que comparta con él ciertas aficiones o entusiasmos - desde el jazz a la ciudad de Nueva York - no me llevan a cegarme ante sus defectos, que los tiene, y de considerable tamaño y prominencia, ya que los exhibe sin pudor alguno como si fueran virtudes, y que son, para mayor incordio, sumamente convencionales y hasta previsibles en un americano del Este y con pretensiones culturales: desde su excesiva advocación a Federico Fellini e Ingmar Bergman, no sé si todavía Michelangelo Antonioni, pero - en cuanto se le pregunta - extensibles a otros "totems" de la "alta cultura" tan poco relacionados con él y su cine como Akira Kurosawa o Vittorio De Sica, con el esperable menosprecio de gran parte de lo hecho en su propio país - no se ven referencias a Jerry Lewis ni a Howard Hawks, ni a Blake Edwards, Richard Quine, Stanley Donen, Billy Wilder, Vincente Minnelli, George Cukor, Leo McCarey, Frank Capra, Preston Sturges, Mitchell Leisen o Gregory LaCava, de quienes, por lo demás, no duda en tomar prestadas cosas, vengan o no a cuento, lo mismo que ha hecho con John Cassavetes, Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd, Harry Langdon, Larry Semon, François Truffaut o Jacques Demy; y digo eso porque es llamativo y característico, a pesar de que precisamente en Hannah y sus hermanas haya un par de alusiones a películas americanas, ciertamente "de culto": que la madre actriz, encarnada por la madre actriz de Mia Farrow, Maureen O'Sullivan, se llame "Norma", parece no una casualidad, sino un guiño intencionado hacia Sunset Blvd. o El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder, y que se vean algunos fragmentos de Duck Soup o Sopa de ganso, la película de McCarey con los hermanos Marx, es, sin duda, más una prueba adicional de su admiración por estos cómicos que indicio de que tenga idea de la existencia del director - hasta su desmedida proclividad a las frases altisonantes y lapidarias, no siempre de intención humorística, sino con ínfulas filosofantes, desde sus referencias "de vibrante actualidad" - vestigios de las "morcillas" que introducen habitualmente los cómicos de revista, no olvidemos su origen -, alguna tendencia más "radiofónica" que teatral, también explicable por precedentes laborales y por su influencia en años formativos (documentada por él mismo en Radio Days), cierta autocomplacencia "confesional" - como si recitar sus gustos personales no sirviese, más que nada, para hacer un poco de proselitismo a costa de emborronar la línea divisoria entre actor/personaje y autor/persona, ya de por sí tenue y ambigua en casos tan señalados de "Juan Palomismo" como el que representa Woody Allen -, una reincidente caída en el esteticismo y en el contagio de las modas formales de cada temporada que no se compaginan bien con su estilo, fundamentalmente clásico, o la asombrosa hipocondría (enfermedad genuinamente americana explícita en el personaje de Micky que interpreta en esta película, pero omnipresente en toda su carrera), y la quejumbrosidad generalizada que a menudo propicia.
Como no soy un "allenófilo", se comprenderá que tenga cierta preferencia, a "posteriori", por sus películas a) menos deliberada y exclusivamente cómicas, con elementos dramáticos; b) menos centradas en su propio personaje, que prefiero sea simplemente "uno más", no necesariamente secundario, pero tampoco el protagonista absoluto (aunque me inquieta que no aparezca, pues tiende a proyectar sus rasgos personales en alguien inadecuado); c) aunque no por ello han de ser los más "corales", como con tanta cursilería se tiende a decir, con cuantos más y mejores y más atractivos y simpáticos compañeros de reparto, como Gena Rowlands, Sam Waterston, Jack Warden, Alan Alda, Denholm Elliott.
Dadas estas premisas, que son deducciones a "posteriori" y no suponen exigencias rígidas, entiendo mi predilección por Everyone Says I Love You y, sobre todo, Hannah y sus hermanas. En ésta, la que hoy nos ocupa, salen - y con mayor importancia que Allen y que Mia Farrow (pese a ser la Hannah del título) - Michael Caine, sin duda uno de los mejores actores del último cuarto de siglo, y Barbara Hershey, una de las mejores, más simpáticas y más atractivas actrices que ha dado el cine americano desde el fin del "star system". Con eso bastaría, pero están también Lloyd Nolan, Dianne Wiest, Maureen O'Sullivan, Sam Waterstone, Max Von Sydow, etc.
Además, una película que empieza, como si se tratase de cine mudo, con un rótulo que reza "God, she's beautiful..." para mostrarnos a una espléndida y sonriente Barbara Hershey, mientras la voz interior de Caine repite la frase y aclara que "es la hermana de mi mujer", no puede ser, en esencia, y por feliz o divertida que pueda resultar a ratos, sino dramática y muy seria.
Toda la película combina los diálogos con rótulos "de cine mudo", que actúan como las antiguas titulaciones descriptivas de los capítulos de las novelas, con breves intervenciones de voces interiores (rotatorias, de casi todos los personajes y no de uno solo), y con las canciones, que suelen estar elegidas no sólo porque Allen sienta predilección por ellas, sino porque aportan indirectamente un comentario o un sentido adicional (véase, por ejemplo, en esa escena inicial, que Lloyd Nolan canta, acompañándose al piano, la célebre y maravillosa "Bewitched, Bothered and Bewildereed", es decir, "Hechizado, preocupado (o turbado) y desconcertado", que es una excelente y completísima descripción del estado de ánimo de Caine ante el descubrimiento amoroso que acaba de hacer y manifestarse a sí mismo en su breve intervención interior, en presente).
Gracias a un económico y juicioso empleo de este sistema que podríamos llamar "polifónico" o "a varias voces" (en sentido literal y figurado), Allen ha conseguido que en Hannah y sus hermanas resulte concisa y de una claridad meridiana una historia múltiple, que trata, más que de sucesos narrados en orden cronológico y de acuerdo con una estructura de tensión ascendente, acerca de sentimientos y de relaciones interpersonales complejas y cambiantes, y que no sigue una línea única, simplificada y dramáticamente reforzada, sino parece una crónica compuesta con fragmentos de los diarios íntimos - no escritos, registrados como pensamientos instantáneos en sus memorias respectivas - de los personajes principales, que son, además de los que desencadenan el conflicto y ponen en marcha la película, es decir, Elliot (Michael Caine) y su cuñada Lee (Barbara Hershey), la esposa del primero, que es hermana de la segunda e hija de Evan (Lloyd Nelson) y Norma (Maureen O'Sullivan), y para colmo ex-mujer del aprensivo Micky (Woody Allen), Hannah (Mia Farrow), sus otras dos hermanas, April (Carrie Fisher) y Holly (Dianne Wiest), los ya mencionados padres de todas ellas y Mickey, e incluso algunos amigos como David (Sam Waterston) y el amante de Lee, Frederick, un artista torturado que encama con la seguridad de la costumbre (pero sin caer en la autoparodia) Max Von Sydow. Es decir, que juega básicamente con unos once personajes de cierto relieve, a los que podrían agregarse, quizá, algunos otros exponentes típicos de la fauna woodyalleniana de más breve aparición.
La estructura, en sí misma muy compleja y ominosamente dispersiva, resulta tan clara como ordenada gracias a la división en capítulos de duración muy variable, tan pronto muy cortos como bastante largos, y con tonalidades no ya diversas sino incluso cambiantes en el interior de cada escena. Los escenarios son, lógicamente, muy numerosos, pero tan característicos que no hay problema de identificación y de localización del entorno. Sabemos en todo momento quiénes y cómo son, y además donde están y si se sienten a gusto o incómodos, gracias a lo cual no sólo no hay pérdida o desorientación posible, sino que es posible que nos importe lo que va a ser de ellos, que podamos enjuiciar su conducta, si lo deseamos, que rechacemos sus puntos de vista o compartamos su opinión.
Texto escrito como preparación para su intervención en la sesión de “¡Qué grande es el cine!” emitida el 26 de abril de 1999
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