lunes, 29 de mayo de 2023

Aleksandr Nevski (Serguéi M. Eisenstein, 1938)

El primer film sonoro que Eisenstein logró acabar está realizado inmediatamente antes de la segunda guerra mundial, cuando sin duda ya se intuía un enfrentamiento entre la U.R.S.S. y la Alemania nazi. De ahí, en parte, el carácter desaforadamente nacionalista y anti-germánico del film, lo que, unido al culto de la personalidad de Stalin, configura y determina decisivamente el estilo de la película. Si Stachka, Bronenosets Potemkín, Oktiábr y Siaroie i novoíe (ex-Generalnaia linnia) obedecían a un planteamiento silenciosamente coral, y sus héroes eran grupos colectivos o individuos que simbolizaban un cierto sector más amplio, Aleksandr Newski aparece, en cambio, como un canto a la figura del líder, del jefe, aunque sus mejores escenas son precisamente aquellas que enfrentan grandes masas, alcanzando ahora una verdadera dimensión coral, gracias al contrapunto imagen-sonido y a la partitura de Prokofiev. Todo esto da lugar a una película enormemente contradictoria y discutible: formalmente revolucionaria e innovadora (aunque inmadura: estamos muy por debajo de Octubre); utilizando el sonido con una complejidad pocas veces alcanzada por entonces; con un nuevo concepto del montaje, que supera ya el «de atracciones» y da mayor importancia al montaje dentro del plano, es decir, que la composición predomina sobre la yuxtaposición, reemplazada ésta por la dialéctica sonido-imagen (trayectoria ya apuntada en la inconclusa Que viva México), la película se resiente de una limitación de perspectiva muy considerable, que se traduce en un maniqueísmo que llega a irritar y que, en la oposición eslavos-teutones, llega incluso al racismo. Esto resulta patente en la elección de los actores, en los cascos (guarnecidos de arbitrarias y simbólicas garras de pájaro los teutones, que suelen llevar tapado el rostro; sencillos y con el rostro visible los rusos), en la forma elegante (rusos) o pesada (teutones) de caer al suelo durante la batalla, en los ángulos desde los que se encuadran los avances de unos y otros (contrapicados que hacen de los teutones una maquinaria amenazadora) en la música empleada respectivamente con unos y con otros en sendas ocasiones (cuando los teutones son derrotados y perseguidos la música es burlona, cuando los que llevan la de perder son rusos la música se hace trágica y plañidera). Para colmo, la figura de Newski es mitificada y hasta sacralizada (aparece de forma muy clara el carácter ritual y litúrgico que se apunta en todo Eisenstein a partir del Potemkín, pese a que en la época de Octubre sus poses napoleónico-afeminadas serían ridiculizadas y caricaturizadas (véanse Kerensky, Kornilov, los miembros del Gobierno Provisional).

En conjunto, resulta que Aleksandr Newski es un film grandioso y magnífico, pero casi detestable, ya que Eisenstein se vio obligado a utilizar su talento y su rigor en una misión tan poco encomiable como glorificar la figura de un príncipe presuntuoso y dictatorial, que se mostraba condescendiente con su pueblo, presentado funcionalmente como una masa desordenada, inútil, sumisa e inconsciente.

Publicado en Nuestro cine nº 100/101 (agosto-septiembre de 1970)

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