El primer film sonoro que Eisenstein logró acabar está realizado inmediatamente antes de la segunda guerra mundial, cuando sin duda ya se intuía un enfrentamiento entre la U.R.S.S. y la Alemania nazi. De ahí, en parte, el carácter desaforadamente nacionalista y anti-germánico del film, lo que, unido al culto de la personalidad de Stalin, configura y determina decisivamente el estilo de la película. Si Stachka, Bronenosets Potemkín, Oktiábr y Siaroie i novoíe (ex-Generalnaia linnia) obedecían a un planteamiento silenciosamente coral, y sus héroes eran grupos colectivos o individuos que simbolizaban un cierto sector más amplio, Aleksandr Newski aparece, en cambio, como un canto a la figura del líder, del jefe, aunque sus mejores escenas son precisamente aquellas que enfrentan grandes masas, alcanzando ahora una verdadera dimensión coral, gracias al contrapunto imagen-sonido y a la partitura de Prokofiev. Todo esto da lugar a una película enormemente contradictoria y discutible: formalmente revolucionaria e innovadora (aunque inmadura: estamos muy por debajo de Octubre); utilizando el sonido con una complejidad pocas veces alcanzada por entonces; con un nuevo concepto del montaje, que supera ya el «de atracciones» y da mayor importancia al montaje dentro del plano, es decir, que la composición predomina sobre la yuxtaposición, reemplazada ésta por la dialéctica sonido-imagen (trayectoria ya apuntada en la inconclusa Que viva México), la película se resiente de una limitación de perspectiva muy considerable, que se traduce en un maniqueísmo que llega a irritar y que, en la oposición eslavos-teutones, llega incluso al racismo. Esto resulta patente en la elección de los actores, en los cascos (guarnecidos de arbitrarias y simbólicas garras de pájaro los teutones, que suelen llevar tapado el rostro; sencillos y con el rostro visible los rusos), en la forma elegante (rusos) o pesada (teutones) de caer al suelo durante la batalla, en los ángulos desde los que se encuadran los avances de unos y otros (contrapicados que hacen de los teutones una maquinaria amenazadora) en la música empleada respectivamente con unos y con otros en sendas ocasiones (cuando los teutones son derrotados y perseguidos la música es burlona, cuando los que llevan la de perder son rusos la música se hace trágica y plañidera). Para colmo, la figura de Newski es mitificada y hasta sacralizada (aparece de forma muy clara el carácter ritual y litúrgico que se apunta en todo Eisenstein a partir del Potemkín, pese a que en la época de Octubre sus poses napoleónico-afeminadas serían ridiculizadas y caricaturizadas (véanse Kerensky, Kornilov, los miembros del Gobierno Provisional).
En conjunto, resulta que Aleksandr Newski es un film grandioso y magnífico, pero casi detestable, ya que Eisenstein se vio obligado a utilizar su talento y su rigor en una misión tan poco encomiable como glorificar la figura de un príncipe presuntuoso y dictatorial, que se mostraba condescendiente con su pueblo, presentado funcionalmente como una masa desordenada, inútil, sumisa e inconsciente.
Publicado en Nuestro cine nº 100/101 (agosto-septiembre de 1970)
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