Aunque muchos no alcanzarán nunca este nivel, es la única película de Mankiewicz que me parece prescindible, la más impersonal. Se trata de una sensible adaptación (por Dunne) de una convencional historia de John Galsworthy, rodada en Inglaterra e inédita en buena parte del mundo. Por eso, más que por falta de interés, no se habla nunca de ella. Lo cierto es que esta romántica historia de un hombre (Rex Harrison), injustamente acusado y perseguido, al que ayuda una joven (Peggy Cummins) que se enamora de él, aunque hubiera encantado a Fritz Lang, no inspiró a Mankiewicz, que se limitó, por una vez, a «poner en escena» —con algo más que corrección, con elegancia incluso— un guión ajeno. Es, narrativamente, la más simple y lineal de sus veinte películas, la única realmente superficial y que se conforma con reflejar la apariencia sin ir más allá, la única filmada a una distancia neutral, uniforme, a la que no llega en pos de una mejor perspectiva, sino en la que, falto de estímulos, se queda.
Publicada en el nº 14 de Casablanca (febrero de 1982)
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