El autor de esta insólita película es un joven crítico americano, gran admirador de Josef von Sternberg (cuyas huellas pueden detectarse, por ejemplo, en los numerosos planos de cajitas de música con muñecos móviles que esmaltan el film). De 1942 a 1955 realizó nueve cortometrajes experimentales, cuyos títulos nos pueden suministrar alguna pista sobre sus preocupaciones: el primero de ellos fue una adaptación de The Fall of the House of Usher, de Edgar Allan Poe; entre los siguientes encontramos títulos como Crescendo, Renascence (Renacimiento), On the Edge (En el borde), Dangerouses Houses (Casas peligrosas), etc., que nos indican un cierto espíritu barroco, una tendencia decorativo-expresionista y un interés muy marcado por lo misterioso. En 1961 realiza su primer largo, Nigh Tide (Marea nocturna), producción independiente que no logra estrenar hasta 1963, gracias a la American-International (compañía con la que, de una forma u otra, se ven asociados casi todos los jóvenes directores americanos, como Hellman, Hopper, Nicholson, Kessler, Bogdanovich, etc., ya que, por su afinidad con la difunta serie B, es la única alternativa al underground y a la televisión como medio de debutar). En 1966 realiza Queen of Blood, film del que ignoro todo salvo lo que el título sugiere (Reina de sangre), y en 1967 penetra en Hollywood con un film extraño pero híbrido y fallido, La muerte llama a la puerta (Games), que no deja de tener algunos puntos de contacto con Night Tide (importancia del decorado, barroquismo, complots psicológicos para dominar a la persona amada, irrupción de lo fantástico, elementos de brujería, etc.).
Night Tide, pese a tener las vacilaciones típicas de un primer film, y dejar traslucir ciertas influencias plásticas (el Welles de Sed de mal, Sternberg en general) y temáticas (el Hitchcock de Vertigo, mediante el cual enlaza también con la posterior Marnie), es una obra mucho más lograda, profundamente enigmática y atractiva, y de la que emana una fascinación bastante desacostumbrada en el cine americano de los años 60, si se omiten algunas excepciones como Marnie, Lilith o The Naked Kiss, que son las únicas comparables -en este sentido- con The Night of the Hunter, Moonfleet, Strangers on a Train o Vertigo, obras de origen vagamente romántico-expresionista que supieron bucear en los arcanos de lo inquietante, lo latente, lo inconsciente, lo onírico y lo fantasmagórico, como antes lo hicieron, por diversos caminos, el cine de terror (Dracula, Freaks, The Most Dangerous Game, King Kong, The Devil-Doll) y el cine negro en sus ejemplares más nocturnos o apocalípticos (The Lady from Shanghai, Out of the Past, Laura, The Woman in the Window, Secret Beyond the Door…), sin olvidar los melodramas psicológicos basados en la memoria y el olvido (Random Harvest de LeRoy o Portrait of Jennie de Dieterle, que prefiguran algunos aspectos de Vertigo).
La fascinación que Night Tide ejerce sobre el espectador obedece, por un lado, a su tratamiento estético (la sorprendente fotografía de Vilis Lapenieks, recuerda algunos trabajos de Stanley Cortez, operador de Welles, Laughton y Fuller en notorias ocasiones; los decorados y escenarios naturales de un parque de atracciones de la costa californiana, con la invasora presencia del mar y de la noche; la extraña y muy variada música de David Raksin; el impenetrable rostro de Linda Levson) y, por otro, a la historia misma que relata, a través de una estructura sinuosa pero fluida, que evoca la del cine negro de pesquisa (Somewhere in the Night o The Big Sleep), sin eludir la obsesión necrofílica que preside films como Laura o, sobre todo, Vertigo, que nos devuelve al punto de partida de la obra cinematográfica de Harrington: Edgar Allan Poe, cuyo fantasma errante vaga casi siempre por el cine de Hitchcock y en especial en Vertigo, verdadera antología de temas de Poe (Morella, The Oval Portrait, Ligeia, The Assignment -base de otro de los cortos de Harrington-, A Descent into the Maelström), pero también en obras de apariencia más cotidiana, como Extraños en un tren (que tiene profundas concomitancias con William Wilson).
El entramado profundo de Night Tide responde con notable fidelidad a uno de los más grandes poemas de Poe, Annabel Lee, cuyos últimos cuatro versos, precisamente, cierran la película en sustitución de la palabra “fin”, confirmando así una filiación presentida a lo largo de todo el desarrollo del film. Reproduzco parte de dicho poema:
“Y ésta fue la razón por la que, hace mucho,
En este reino junto al mar,
Un viento sopló desde una nube por la noche
Helando a mi Annabel Lee;
Así que sus ilustres parientes vinieron
Y la apartaron de mí
Para encerrarla en un sepulcro
En este reino junto al mar.
Los ángeles, ni la mitad de felices en el cielo,
Tenían envidia de ella y de mí:-
¡Sí! Esa fue la razón (como todos los hombres saben,
En este reino junto al mar)
Por la que el viento surgió de la nube, helando
Y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era mucho más fuerte que el amor
De aquellos que eran más viejos que nosotros-
De muchos mucho más sabios que nosotros-
Y ni los ángeles arriba en el cielo
Ni los demonios abajo bajo el mar,
Pueden jamás separar mi alma del alma
De la hermosa Annabel Lee: -
Porque la luna nunca brilla sin traerme sueños
De la hermosa Annabel Lee;
Y las estrellas nunca se levantan sin que yo vea los ojos brillantes
De la hermosa Anabel Lee;
Y así, durante toda la marea nocturna, yazgo al lado
De mi amada, mi amada, mi vida y mi novia,
En su sepulcro allá junto al mar –
En su tumba a la orilla del mar.”
Night Tide, aludiendo con frecuencia a la mitología griega, es la historia del joven Johnny Drake (Dennis Hopper) que, al morir su madre, se hizo marino, y que en un permiso conoce a una hermosa y extraña mujer, llamada Mora (Linda Lawson; obsérvese la semejanza de su nombre con Moira, la muerte griega, reforzada por ser precisamente ésta la nacionalidad de la joven), que se gana la vida como atracción de feria, disfrazada de sirena. Esta mujer se alimenta de pescado y mariscos, tiene su piso decorado con caracolas y estrellas de mar, atrae a las gaviotas y vive pendiente del agua. Poco a poco, el viejo capitán Murdock (Gavin Muir), que la encontró de niña en una isla griega, una adivina (Marjorie Eaton) y otros comparsas advierten a Johnny del peligro que corre con Mora, pues mató a dos novios que tuvo y es una auténtica sirena (criaturas míticas, mitad mujer y mitad pez, que atraían a los jóvenes marinos y les hacían ahogarse). Johnny no lo cree, aunque se inquieta, pero Mora le revela -pese a que teme perderle- que es una sirena, que pertenece al mar y que los seres marinos la llaman, pidiéndole que abandone la tierra y vuelva con ellos, y cree haber causado la muerte de los antecesores de Johnny, que empieza a sentirse sugestionado y a tener pesadillas. Sin embargo, Mora promete olvidar todo eso, y le propone ir a bucear, y en el fondo del mar priva a Johnny de sus botellas de oxígeno -obligándole a subir a la superficie- y desaparece en las profundidades. Entonces Johnny deserta, y se oculta en un hotel, hasta que en un periódico ve anunciada a Mora la Sirena como atracción de una feria, y acude al lugar, donde encuentra a Mora muerta y a Murdock con una pistola amenazándole y acusándole de matar a la joven. Detenidos por la policía, Murdock confiesa que estaba enamorado de Mora desde que era niña, y que para no perder su amor le hizo creer que era una sirena y que nunca podría tener relaciones normales con otros seres terrestres, y que al ver que empezaba a salir con jóvenes, él los mató e hizo creer a Mora que ella era la culpable. Pero su treta psicológica tuvo demasiado éxito: Mora, enamorada de Johnny, prefirió suicidarse antes que causarle la muerte. Johnny, tras esta confesión del viejo marino (cercana a la de Charles Bickford al final de Fallen Angel de Preminger, que enlazaba con el personaje de Clifton Webb en Laura), queda libre, pero totalmente anonadado, como Scottie al final de Vertigo, y condenado a yacer mentalmente junto a la tumba marina de su amada, que le fue arrebatada por el mar y por la fuerza misma del amor que ella sentía por él. Y esta explicación final no ilumina todos los misterios: una cierta ambigüedad perdura, porque Murdock dice no saber nada de una extraña mujer que atemorizaba a Mora (pues era para ella un ser marino, que la llamaba) y que Johnny vio tres veces con sus propios ojos.
Artículo inédito. Escrito para Film Ideal en 1971.
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