Desde 1939 se habían estrenado, en España, sólo tres películas rusas: Don Quijote y Hamlet, de Kozintsev, y Guerra y paz, de Bondartchuk, las tres malísimas y las tres muy bien acogidas por crítica y público. Parecía como si sólo fueran a estrenarse películas rusas malas. Así, se olvidaba, por ejemplo, Zachtarovannaia Desna (1964), Povest plamennikh let (1961) y Poema o more (1958), de Yulia Solntseva & Aleksandr Dovjenko, la primera de las cuales fue, incluso, presentada en San Sebastián 1965, y la última en la Filmoteca (como todo el ciclo Dovjenko, ¡sin subtítulos!). Pero he aquí que, por fin, llega una película rusa no ya buena, sino magnífica: Metel (La borrasca, 1964), de Vladimir Basov (y no Bassov, como pone por todas partes), basada en un cuento de Aleksandr Pushkin. Y he aquí que, si se exceptúa la de Ernesto Foyé publicada en este periódico, todas las críticas que he leído —y son bastantes—, se han puesto de acuerdo para maltratar (aunque sin insultar, con un cierto respeto, la U.R.S.S. y Pushkin “obligan”) a esta película, sobre todo con “elogios condescendientes” (tipo “sucesión de bellísimas imágenes”). Pero, sobre todo, La borrasca ha sido atacada desde un punto que, por su especial falsedad, interesa rebatir: el de una “excesiva” fidelidad a La nevasca, de Pushkin, a la que Basov “no ha alterado una línea”, ni se ha atrevido a hacer una “acotación marginal”, con una “veneración” por Pushkin que desemboca en una excesiva “sumisión” al original, convirtiendo La borrasca en “cine literario”. Si alguna de las personas que ha formulado contra Basov y su obra estas acusaciones hubiese leído el cuento de Pushkin (al menos, si lo hubiese releído), hubiera más bien atacado a Basov por “falta de respeto al original”. Lo que ocurre es que a Basov le gusta Pushkin, y que se siente ante una misión de difusión cultural, motivo por el cual, en un estilo muy a lo Pierrot le fou, inserta planos con dibujos hechos por Pushkin (aunque esto no lo ha citado nadie) y usa voz en off del “narrador” (Pushkin), y eso hace suponer fidelidad, a causa de uno de los más inamovibles tópicos críticos: que la voz en off es anti-cinematográfica. No es momento ni lugar para extenderse sobre el asunto de la famosa “especificidad cinematográfica”, pero aparte de estar de acuerdo con Jacques Rivette en que “el cine es lo que hacen los directores de cine” y opinar que toda teoría degenera en un academicismo reaccionario, al intentar encerrar a un arte en continua evolución (y que se autodefine constantemente) dentro de un marco inamovible, creo que el uso de la voz en off en obras maestras como Jules et Jim, Pierrot le fou, The Magnificent Ambersons, The Lady from Shanghai, Made in U.S.A., Le Testament du Docteur Cordelier, Pickpocket, Limelight, La Collectionneuse, A Letter to Three Wives o Senso, basta para legitimarlo, teniendo en cuenta la variedad de funciones que cumple (distanciación, comentario, narración) y que su uso puede alternar entre lo casual y lo sistemático. Señalando, pues, que la voz en off de La borrasca está admirablemente usada, dando el tono de “narración que se nos cuenta”, dirigiendo la marcha de la historia (“pero volvamos un poco atrás, al tiempo en que…” y empieza un flashback), tiñendo de un fino humor algunos pasajes, invitando al espectador más a la contemplación que a identificarse con los excesivos o tímidos protagonistas. Esta voz sí es, en general, muy fiel a Pushkin, aunque no siempre (el final, por ejemplo), y es lógico, puesto que la voz es “de Pushkin”, que es el narrador. Además, nunca cansa ni molesta.
Pero volvamos a la historia, y a la fidelidad. Tras ver la película, pensé que, en efecto, sería fiel a Pushkin, y que eso no tenía nada de malo, pues el argumento era de un romanticismo digno de Griffith, Douglas Sirk, la genial Guerra y paz, de King Vidor, o Los paraguas de Cherburgo, y con un cruce predestinado evocador de Ophuls y el final de Pickpocket (aunque formalmente Basov esté en los antípodas de Bresson). Pero he aquí que La nevasca es un cuento bastante mediocre, tratado con poco lirismo, y que no tiene de bueno más que la “coincidencia final”. A esta coincidencia se le reprocha inverosimilitud en la película, lo cual es absurdo por innecesario, como decir que Las señoritas de Rochefort, de Demy, es “increíble”: sí, ¿y qué? Pero he aquí que en el cuento sí es increíble (pues tanto el Pope como los testigos conocen a Vladimir, y también la criada), mientras que Basov se ocupa de convertirlos en desconocidos o ausentes, dando mayor verosimilitud a algo justificado por los personajes y que, además, no necesita mucha verosimilitud.
Pero he aquí, sobre todo, que el “fiel” Basov ha tenido la gran idea de alterar completamente la estructura de la narración, en tres flashbacks, enriqueciendo así el misterio y no dejando prever la sorpresa final (que Pushkin ya tenía, pero llena de premoniciones). Además, la novelita es muy insignificante, y Basov ha sacado de ella un largometraje (aunque bastante corto), lo cual implica una serie de episodios inventados por él, que, casualmente, son lo mejor de la película, las ideas más líricas y sinceramente románticas: los pañuelos que quedan prendidos en las bayonetas, las citas de Vladimir y María junto al río, entre los bosques, sus miradas (dignas de The Birth of a Nation), de un lado a otro de la mesa, la troika que abre y cierra la película en espléndidos paisajes nevados, los silenciosos y serios paseos de Burmín y María, la procesión, la escena en que María toca el piano, la escena en que Burmín y María ven sus sombras recortadas en la luz de sus ventanas en la yerba, tantas y tantas cosas nuevas (a cambio de otras suprimidas o alteradas, desde los diálogos a los personajes). Además de que, como dice Godard, “lo filmado es automáticamente diferente de lo escrito, y, por tanto, es original”. En efecto, La nevasca es exclusivamente narrativa, mientras que La borrasca es, primordialmente, plástica, con un asombroso y sensible uso del color, de tal modo que, sin caer ni en el cromo ni en el pictoricismo, Basov debe más a muchos impresionistas que a Pushkin. Y no se piense que el film es ilustrativo, pues la historieta de Pushkin es lo menos descriptiva posible, y, como ya he dicho, poco lírica. Y aquí tenemos un film de lirismo dovjenkiano, con ese ingenuo, primitivo y sincero esteticismo ruso, aliado a un Sovcolor en forma (no como el de Don Quijote o Guerra y paz) y unos increíbles encuadres en Kinopanorama (dignos, por su sensación espacial, del CinemaScope de 1954 o del Technirama de Los dientes del diablo, de Nicholas Ray), a unos actores que parecen del s.XIX, a una sensibilidad, un buen gusto, un pudor y una emoción que evocan las memorables Une vie, de Astruc, y Tiempo de amar, tiempo de morir, de Sirk, a la par que un desenfreno lírico digno de Como un torrente, unas grúas que Mizoguchi no hubiera criticado, y una música melancólica y sentimental, todo esto se une para darnos la más romántica de las películas recientes. No sé nada, apenas, de Basov: que esta es su undécima película y su séptima adaptación, que el guión es suyo, que tiene grandes conocimientos técnicos, sensibilidad y cultura, que tiene unos cuarenta o cincuenta años y, sobre todo, que es un romántico. Lo que no sé es si es un genio o si es un hombre vulgar, como Robert Rossen, que, de pronto, se siente inspirado y hace una obra maestra. Pero, por lo pronto, Basov es un gran intuitivo y La borrasca una maravilla romántica que, como tal, será incomprendida.
Publicado en El Noticiero Universal (11 de abril de 1968)
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