viernes, 7 de julio de 2023

Street of No Return (Samuel Fuller, 1989)

Como adaptación de una de las más trágicas y angustiosas novelas de David Goodis, empresa por demás imposible actualizándola y sin rodarla en Nueva Orleans, Street of No Return es un fracaso. Pero como la película se sigue con interés, más vale olvidar su punto de partida y acompañar a Fuller en su alocada carrera suicida hacia una meta desconocida.

Y no es sólo que no se intuya muy claramente cómo va a terminar esta complicada historia de fatalidad e intrigas, sino que no se comprende el objeto de una producción franco-portuguesa, rodada en inglés en Lisboa y sin clientela suficiente en perspectiva. Dado que el novel productor es Jacques Bral, director, entre otras, de la interesante Polar, quizá sea una idea de cinéfilo, deseoso de permitir que un viejo cineasta americano no se vea obligado a un retiro prematuro, y que siga rodando, aunque no sea en condiciones ideales, ni con los medios y técnicos a los que está habituado. Tampoco es la primera vez que Fuller se encuentra en una encrucijada, y ha demostrado como pocos que sin tiempo ni dinero es posible hacer una buena película, cosa que prueba una vez más, y de paso que la energía, la imaginación y el ritmo no son patrimonio de la juventud.

Ocurren todo tipo de locuras, trágicas o grotescas, o ambas a la vez, y sin parar. Pese a una estética contaminada de videoclips, de lo que ahora se ve, no en las salas de cine, sino en la televisión o en la calle, y que extraña en Fuller, pues parece del todo ajena a su mundo y a su imaginería, hay también planos muy hermosos, que brillan aún más en un conjunto tan dudoso. Al borde del naufragio permanentemente, la película hace gala de un saludable descaro, y confía siempre en que brote el chispazo que vivifique el interés del espectador mientras Fuller salta a otra escena más disparatada todavía, antes de que se vaya a pique la anterior.

Quizá sea pirotecnia, pero funciona, y antes de que dejemos de creernos todo, la película desemboca en su final, dejando la sensación de que, bueno o malo, lo que uno acaba de ver es indudablemente cine, pobre pero auténtico, no un sucedáneo.

En “Todos los estrenos. 1990”, Ediciones JC

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