viernes, 7 de julio de 2023

Ovejas negras (José María Carreño, 1989)

Cosa infrecuente en el cine español de los últimos veinte años, Ovejas negras cuenta no sólo con una idea argumental ingeniosa y original, sino con ese factor que tan a menudo se echa en falta: un guion meditado, meticulosamente construido, cuidado hasta el último detalle, repasado una y otra vez, analizado y corregido. Afortunadamente, ese rigor autocrítico ha sido sazonado por el humorismo que preside, discreta pero persuasivamente, la estructura del relato y la propia ironía implícita en la historia que cuenta Carreño.

Aunque no hay pistas —salvo el apellido del protagonista, trasparente y no entorpecedora alusión al que encamó Ernesto Alonso en Ensayo de un Crimen—, porque todo ha sido digerido y asimilado, Carreño tiene en este su primer largometraje tres maestros principales: el Buñuel hispanoparlante, y sobre todo mexicano; Hitchcock y el mediometraje de Antonio Drove La caza de brujas. No hay “buñueladas”, y sólo los que conocen muy bien el modo de hacer de Hitchcock serían capaces de detectar su magisterio, que se ejerce soterradamente, lejos de los aspectos más evidentes y espectaculares, en determinados planos. Son influencias, más que estéticas, morales; más de formas de pensar y de enfocar la narración en general que de detalles vistosos o planos concretos; más producto de afinidades que de un afán de emulación. Lo que Carreño ha aprendido de ellos no se “estudia” en hora y media, no se puede copiar y hasta es difícil de detectar: es algo que él llevaba dentro, y que ha reconocido en esas películas, como en ciertas comedias italianas o inglesas. Más que influencias, pues, son afinidades electivas de las que Carreño es consciente y ha aprendido.

Ovejas negras es una película nada ostentosa, singularmente sólida y densa, compacta, pese a cierta fragilidad aparente, probablemente subsanable cuando ruede con más tiempo y más medios; por eso, y porque es modesta, y formalmente muy clásica, muy “normal”, se resiste al análisis. La gracia de la historia se pierde si se resume, si se cuenta oralmente o por escrito, porque está ahora discretamente plasmada en imágenes, tonos de voz, gestos apenas perceptibles que delatan inquietud o impulsos retenidos con esfuerzo, miradas de temor, angustia, humillación, turbación o sospecha.

Presidida por la lógica —aunque eso sí, una lógica perversa, desviada de sus fines, llevada hasta sus últimas consecuencias— y por una cierta complacencia en la ambigüedad salvo la pequeña broma final, totalmente coherente y por tanto irreprochable desde un punto de vista dramático, Ovejas negras es una primera película sorprendentemente madura y clara, hecha con seguridad y sin caer nunca en la arbitrariedad o el capricho.

En “Todos los estrenos. 1990”, Ediciones JC

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