Vi en cuanto se estrenó, en su primera sesión pública madrileña, la muy publicitada película La pelota vasca, la piel contra la piedra, a cuya promoción han contribuido decididamente, tras su estreno en "campo propio" en el marco del Festival de Cine de San Sebastián - mucho más propicio que Berlín, Cannes, Venecia, Málaga o Valladolid - cuantos imprudentemente hablaron contra ella antes de verla. Pero, una vez vista, parece inevitable pronunciarse, y sin imitarla en su vocación de escurrir el bulto y dar (aparentemente) "una de cal y otra de arena". Naturalmente, dada la incultura cinematográfica que - cada vez más - nos aqueja, los comentarios sobre ella, tanto los previsiblemente favorables como los no menos previsiblemente en contra, pero también los evasivos y los conformistas, los complacientes y los oportunistas, los prudentes y los timoratos, han omitido hablar de ella como tal película, como cine: se argumentará, sin duda, que es ante todo un gesto político, con una finalidad política, y que su aspecto artístico es meramente secundario, si es que existe.
Creo que tal enfoque es un doble error, que sobrevalora e infravalora al mismo tiempo el trabajo de Julio Medem. Considerar La pelota vasca como un gesto político es dar demasiada trascendencia a un saludo, a mostrar un carnet de identidad o un pasaporte, o una chapa o insignia, para ser reconocido como "uno de los nuestros": viene a decir "ojo, que estoy con vosotros"; no sé si el ademán es espontáneo, responde a un ominoso consejo de buen amigo o es producto de una coacción, de una llamada al orden, de un toque de atención; sólo por esa posibilidad, no me atrevería a calificarla de oportunista, aunque, ciertamente, me parezca excesivamente condescendiente y servicial. Decir que tiene una finalidad política - aunque, ciertamente, se pone al servicio de una política muy determinada, y no de ninguna otra, y servirá para confundir a los que carecen de elementos de juicio y para enardecer a los que compartan "a priori" los supuestos en los que se fundamenta o las aseveraciones que recoge y difunde de manera totalmente acrítica - es también darle demasiada importancia y confundir los términos; por un lado, porque es más bien un desmedido (110 minutos) y no muy eficaz "spot" publicitario - de las tesis nacionalistas, y en concreto del Plan Ibarretxe; pero también del propio Medem en cuanto "autor y estilista cinematográfico" -, al que le falta claridad para ser una manifestación política: la película juega con la ambigüedad, con el equilibrismo - no de otro modo cabe calificar lo que equipara lo no equivalente - de la forma de ambigüedad e indefinición que se enmascara bajo denominaciones como "objetividad" o "equidistancia", y, para colmo, resulta que Medem finge dar la palabra a "los demás" para no tener que pronunciarse él. Todo está tan calculado y legalmente medido que, a pesar de sus retóricos arrebatos líricos, destila una profunda frialdad, sin que se vea asomo de ningún verdadero sentimiento, ni por los muertos ni por los vivos que sufren una falta de libertad incomparable a la que pueda tener, desde 1975, el resto de España.
No se puede acusar a Medem de hacer apología del terrorismo, pero su película disculpa a los terroristas y minimiza sus crímenes, para los que una y otra vez busca justificaciones, reales o ficticias, remotas o recientes, las haya o no. Ya el título es un error; mejor dicho, una trampa deliberada tendida al espectador ingenuo o desinformado, que, de hecho, propone una lectura metafórica, entre líneas, que juega con los sobreentendidos y los supuestos compartidos. Creo que - por no ironizar con "El pelota vasco", como merecería por su complaciente actitud hacia el poder establecido y su escaso valor para enfrentarse al poder en la sombra – debería llamarse, para dejar claro lo que es, y que nadie se llamara a engaño, "El conflicto vasco", es decir, utilizando la expresión convenida - la contraseña, lo que ahora bobamente se llamaría el password - para ser aceptado por los que piensan de una determinada manera y que, casualmente, gobiernan en el País Vasco desde hace un cuarto de siglo y controlan EITB, la televisión pública que ha financiado mayoritariamente la película. Desde mi punto de vista, y ante lo que la película muestra, temo que debiera más bien llamarse "El complejo vasco" o "El síndrome vasco", pues si algo deja claro la película (lo único, y probablemente sin querer, y sin percatarse de ello) es que lo que ellos llaman "el conflicto" y cuya culpa atribuyen a "España", al PP o, más grotescamente, a "Castilla" (¿en qué siglo vivirán?) es, simplemente, el problema, en parte hereditario, en parte sembrado y cultivado, de algunos vascos, que los que lo padecen se empeñan en extender y agravar, contagiándoselo o imponiéndoselo a los que se habían librado de él; no sé si requeriría un bastante extenso tratamiento psiquiátrico individual o sería más adecuado algún enfoque de sociopsicología, pero la película viene a confirmar, lamentablemente, que el problema no se resuelve exclusivamente por medios policiales, y que puede que tampoco tenga una solución estrictamente política - nunca, de ningún modo, con ninguna fórmula - porque excede ese ámbito. Mucha gente tiene problemas de identidad, y más personas aún se sienten frustradas; hasta, generalizando, podría decirse que son dolencias que afectan a países enteros, a generaciones. Lo que sucede es que, en general, los frustrados se aguantan, no matan a los que no están de acuerdo con ellos o no padecen con igual virulencia ese trauma, y buscan cura, si es que la requiere (como la civilización podría definirse como una serie de frustraciones, conviene en ciertos casos apechugar con ellas). Si yo viviera frustrado por no tocar el saxo como Lester Young, no hacer películas como John Ford, no cantar como Frank Sinatra y no bailar como Fred Astaire, eso no me daría derecho ni siquiera a quejarme de mi mala fortuna; desde luego, esas aspiraciones no me harían superior ni siquiera a los que ambicionasen mucho menos. Y eso es lo que viene a contar, como quien no quiere la cosa, en resumidas cuentas, Julio Medem en La pelota vasca: que hay un sentimiento de frustración; de qué no queda ya muy claro, más allá de unos sueños arcaizantes sin base real alguna, y no creo que tan compartidos como pretenden los que los confiesan, y que están lejos del alcance de la mayor parte del mundo desde hace casi dos siglos. Y sí queda claro que consideran culpables de esa frustración a cualquiera menos a ellos mismos. Lo que no es un buen punto de partida para curarse.
La primera de las muchas falsedades (o fracciones ínfimas de verdad convertidas en mentiras al no reconocer su carácter de fragmentos y darlas por certezas absolutas) de la aburridísima película de Medem está en el subtítulo, "Un film documental de Julio Medem": ni es tan personal como para que se la apropie "autoralmente" (varios podrían reclamarte derechos y hasta acusarle de plagio, entre ellos Arzalluz, Ibarretxe, HB, ETA, Elarki, a ratos Aralar, incluso Sabino Arana), ni, sobre todo, es - ni tiene nada que ver con - un documental, etiqueta que últimamente se viene prodigando como si se tratase de un género - y no de una actitud moral, una voluntad, un método, basados siempre en el respeto a la realidad -, y cuya pretendida expansión reciente en el cine español se suele interpretar como un progreso, cuando yo encuentro doblemente sospechoso que se trate de películas que tienen menor coste que las de ficción y que tal "fenómeno" se produzca al unísono con la moda de los espectáculos televisivos que se califican de "reality show".
En realidad, ni siquiera es "un documento", ni un testimonio, ni tampoco un desahogo personal. Ni una interrogación. Ni (todo lo contrario, y creo que no principalmente por incapacidad de Medem, o no sólo) una tentativa de "clarificación", menos aún una invitación al cacareado "diálogo". Es, más bien, un intento de hacer pasar por "la realidad", con una serie de coartadas y apariencias que le confieran cierto aire de "verosimilitud" y una cierta "credibilidad", lo que es, básicamente, a fin de cuentas, un panfleto contra el PP, pero formalmente, y en un porcentaje algo menor y menos unánime, un gigantesco "spot" publicitario (financiado, si no encargado, por EITB y Canal+España) de casi 2 horas (en la copia estrenada en Madrid han desaparecido ya los que pidieron ser retirados) del Plan Ibarretxe, que sin duda será usado profusamente en los próximos meses por los únicos a los que esta película puede ser útil.
Donde más comparten las tesis expuestas, donde menos sensibilidad/capacidad/libertad/voluntad crítica haya (la película es lo bastante taimada como para que el sentido quede a menudo implícito y se produzca más por omisión que por afirmación, o por yuxtaposición y asociación o generalización, o por la tendencia muy asimétrica a "equilibrar" en el montaje lo que no tiene el mismo peso... cargando siempre la balanza del mismo lado, y descargándola del otro), La pelota vasca tendrá éxito, difundirá "slogans" y líneas de acción y servirá como "revelador" de los disidentes, si es que se atreven a manifestar su opinión (aunque puede que baste que no expresen suficiente entusiasmo para que sean apuntados en una lista negra). Advertir - darse cuenta de ello, recordar lo olvidado - lo que NO está en la película requiere conocimiento y memoria, dos cosas que no abundan, y encuentra en Medem fáciles excusas para la omisión, por sistemática que sea (véase la entrevista que le hizo a Medem el día de su estreno en "El Mundo" la periodista Isabel San Sebastián, que no me es nada simpática pero que al menos no se arredra ante el entrevistado): Medem remite a la serie TV o al DVD - que serán más insufribles y soporíferos aún, y de momento no están disponibles - o se evade diciendo algo tan socorrido como que "no cabía todo" - nunca ha cabido todo en ningún sitio -; lo que pasa es que lo que sí tiene cabida y las dimensiones relativas con que encuentra acomodo y el peso y el lugar que Medem le confiere son datos muy elocuentes, muy delatores del - más que sesgo - disimulado y hasta negado, pero innegable, partidismo de su visión. Por supuesto, está muy medido lo que dice y no dice, como si hubiese tenido a su lado, mientras montaba, a un censor y a un abogado. No es, faltaría menos, una "apología del terrorismo"; sólo es, suavemente, solapadamente, "comprensiva", "exculpatoria" y hasta "compasiva" con los terroristas y sus auxiliares, cómplices, seguidores, beneficiarios, etc., mucho más que con sus víctimas o sus familias, mucho más que con los amenazados o con los muchos ciudadanos (inexistentes para Medem) que han tenido que irse del País Vasco.
De inmediato (al que sepa y quiera ver no le engaña... ni le deja esperanza) revela Medem sus cartas: una retórica machacona y cursi, que bordea a la vez el sentimentalismo pueril y la ingenuidad fingida (¿cómo se compadece esto con Lucía y el sexo?), la solemnidad engolada y el efectismo formalista, entre la tarjeta postal y el poster y la pintada mural, con que muestra (sin gusto ni ojo plástico, a menudo empleando material de archivo muy visto ya) la evidente belleza del País Vasco (es mucho más hermoso, y menos relamido, y más terrenal) en plan de "travelogue" de promoción turística y la "quiebra" de esa idílica, bucólica e inexistente "Arkadia" por una anónima y amalgamada "violencia", que parece entrecortar, a hachazos de montaje, una existencia ociosa y poco productiva, consagrada al corte o arrastre de troncos, al frontón y al jalar de cuerdas, entre otras muestras de alta cultura, sin olvidar los ridículos pasos de danza (no particularmente "viriles", por cierto) del trasunto actual (?) de los Coros y Danzas de la Sección Femenina o de la Demostración Sindical de los 1° de Mayo franquistas (Savater no exagera ni ironiza en su artículo de "El País"... más bien se queda corto hasta al citar el supercarca discursito de Otegui: ni mi abuelo materno dijo nunca - ni en los años 50 - nada tan retrógrado y eso que era militar, muy de derechas de toda la vida, y debía ser coetáneo de Griffith). Tres o cuatro cartelitos (más la insufriblemente utilizada música, "celestial" y retóricamente insistente, de Mikel Laboa, y el subtitulado canto sobre el pájaro tan pesadamente glosado por Medem en su famosa "memoria" sobre el proyecto) "exponen", en forma casi de "declaración de principios", las supuestas intenciones de Medem. Hay uno, sobre todo, cuya estupidez y demagogia anularían la película incluso si lo cumpliera: "Esta película respeta todas las opiniones, cualesquiera que sean". Ese principio pseudo-democrático coloca en un plano de igualdad (que no es tal, siempre es de superioridad manifiesta y axiomática) cualquier mito, leyenda, capricho, falacia, creencia sin base, simple mentira, opinión ajena repetida como slogan, consigna, calumnia, con cualquier verdadera opinión personal, dato, verdad, razonamiento o llamada a la razón. No creo respetables las mentiras, quizá caprichosas o pueriles pero ya no tan inocentes, ni los mitos que no se reconocen como tales, ni los credos racistas - por mucha infundada fundamentación científica que se les quiera dar -, ni las imputaciones calumniosas, ni las invitaciones al linchamiento o al crimen. Tendrán libertad de expresar esas "opiniones", aun cuando ellos no la den para expresar las contrarias, pero no serán ni decentes ni respetables ni equivalentes a otras. Y da la "casualidad" - ¿esperaba alguien otra cosa? - de que en "La pelota vasca" hay más - no sólo en número, sino en continuidad y extensión, hasta en ilación y aparente "coherencia" en su presentación - de lo primero (lo inaceptable) que de lo segundo (lo discutible). Es posible que haya hablado cada uno de los participantes/entrevistados de varias cosas y durante una hora o hasta más; pero suele quedar una frase suelta - a menudo sin mucho sentido, o incomprensible por no saberse a qué se refiere, a qué momento -, descontextualizada, y privada de sus razones y argumentos, sin que se sepa si es una premisa o una conclusión, si era algo dicho de pasada o aceptado bajo presión o por no polemizar, o si era la "cal" o la "arena" de tantos discursos oficialistas u oficiosos, no por consabidos menos inclinados a no negar lo que no es prudente negar y a dejar pasar lo que más vale no discutir. La mayoría aparecen diciendo tales tonterías (colocadas al mismo nivel que otras cosas aún peores) que parecen afirmaciones sin base y TAN caprichosas como las diferentes o contrarias (uno dice que el Estado Vasco ha durado 500 años, otro 30 meses, otro que nunca ha existido; sin explicaciones, la conclusión del espectador es: hay disparidad de opiniones, tan radical que obedece a una perspectiva ideológica, no histórica); de hecho, no entiendo que gente como Juan Pablo Fusi no haya pedido, vista la película, ser sacado de ella. El montaje troceado de Medem a menudo anula lo poco que pueda quedar comprensible, o lo pone casi en solfa, al menos entre paréntesis o comillas irónicas, mediante una tosca y fácil manipulación, por contraste sin réplica posible con lo que se dice antes o después. Lo filmado (en incongruentes sillones plantados en medio del campo, casi siempre en puntos "emblemáticos" de la liturgia euskalduna, casi siempre ajenos al que habla, que a menudo se siente incómodo, desplazado, ridículo, en equilibrio inestable) se mezcla, sin advertencia alguna, con algún material de archivo muy troceado (disimulado casi siempre, sin decir que lo es, ni sobre qué, ni de qué fecha y ubicación ni de qué procedencia) y más aún con fragmentos (nunca señalados como tales, no digamos "identificados y datados") de películas de ficción, de modo que muchos aquí, y más en el extranjero, crean que todo es documento y actual (por ejemplo, acciones situadas en los años 50, ya caricaturescas, del film pésimo de Gillo Pontecorvo Operación Ogro o del de Helena Taberna sobre Yoyes, o de El proceso de Burgos o La fuga de Segovia de Imanol Uribe, o de su propia Vacas). No hay más discursos largos y con cierta "coherencia" narrativa a pesar de su troceamiento que (¿significativamente?) la ex-etarra casada con etarra preso en Huelva - cuyo "calvario" autobusístico es equiparado por el montaje no con el de una, sino con el de dos viudas de víctimas de ETA (que se quejan menos) - y la acusada de colaboración con ETA que cuenta (sin que quede clara la fecha) las vejaciones, humillaciones y demás (más que torturas en sentido estricto) a que la sometió la policía durante los 5 días que estuvo detenida, testimonio que algunos han encontrado convincente (las buenas actrices lo consiguen, por otra parte) y yo no mucho, pese a que no descarto que pueda ser verdad parte de ello (diría que, al menos, exagera). Yo creo que de algunos ha cogido lo que le podía ser útil, y omitido lo que podía dañar o contradecir su "discurso" tácito; lo que salen diciendo muchos (Ardanza, Arregi) es o irrelevante o sorprende en ellos; la intervención de Felipe González es incoherente (y sumamente cínica). Se ha triturado hasta devaluarlo incluso lo que más interés podría tener, lo que tiene algún aire de autenticidad, lo que refleja cierta emoción por parte de los que han hecho el esfuerzo de hablar ante la cámara, desperdiciando siempre lo que prometía ser más verdadero, más personal, despreciando su palabra, su rostro, su tiempo, su ritmo, sus sentimientos. Pero importaba más lucirse como "montador" (¿quién habrá hecho que Medem se tome por tal?) y hacer sitio a los que interesaba que soltaran su frase, su consigna, su dosis. Curiosamente, la culpa de todo la tienen el PP y Aznar; su "negativa a dialogar o escuchar" es mucho más repetida y culpabilizada que los muertos por ETA o incluso las tropelías del GAL. Miguel Ángel Blanco, el pacto de Izarra, la entrega de Bilbao a Franco, y otras cosas, pasadas o recientes, no existen. Sí, y profusamente, el bombardeo de Gernika, la tortura de inocentes sospechosos. Parecería que ETA ha cometido vagos "actos de violencia", justificados (aunque se pasen un pelín) por la persecución y represión (hoy mismo campando alegremente) de "todo lo vasco", empezando por la lengua: pobres chicos equivocados, llevados a lamentables excesos por su patriotismo (tal vez mal entendido) y generosidad, y por la "presión" a que se han visto sometidos, por sus frustradas ansias de libertad/independencia. Chantajes, bombas, impuesto revolucionario, secuestros, "ejecuciones", casi 1.000 muertos... todo eso es algo muy desagradable que no se menciona, o apenas muy velada y suavemente, de pasada, para no molestar; que es de mal gusto y peor educación mencionar la soga en casa del ahorcado, y en la del verdugo también. A muchos entrevistados se les pone de "acuerdo" en sólo una cosa: preguntándoles muy cucamente algo sobre el PP, todos reaccionan como era de esperar en cuanto se agita ese trapo, todos están en contra, y se manifiestan mucho más abiertamente - claro - que contra ETA (alguna de las víctimas, por cierto, o padece el "síndrome de Estocolmo" en una variante que no conocía, o simplemente tiene miedo de perder la vida que conservó por los pelos). Luego "le extraña" a Medem que nadie del PP se haya prestado a salir. Cuidado que de muchos de ellos tengo pésimo concepto, que abundan en sus filas los fatuos poco fiables, pero, la verdad, tan bobos no iban a ser como para prestarte a servir de pimpampum y de "malo de la película" gratuitamente.
En fin, como resumí a unas chicas con cámara y micrófono (quizá de la productora, no vi logotipos identificatorios) que pedían opiniones a bocajarro al salir por la puerta única del Alphaville: "Muy aburrida, muy mala como película... y no es seria". Si se piensa un poco, es indignante, verdaderamente trucada, tramposa, demagógica, oportunista... y cinematográficamente es tan deleznable, tan fría, tan afectada y tan aburrida como Lucía y el sexo.
Texto inédito, escrito a mediados de octubre de 2003
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