Out of the Blue (1980) es un film de «genuino sabor americano», aunque, curiosamente, de nacionalidad canadiense y rodado cerca de Vancouver. Su nombre está tomado del subtítulo de una canción de Neil Young —My My, Hey Hey— que suena repetidamente en el curso de la película, y no por casualidad ni porque una vez pagados los derechos valía la pena aprovecharla, sino porque su letra enumera, a modo de índice o, mejor, como los largos encabezamientos programáticos de las novelas de antaño —de Dickens, por ejemplo—, casi todos los temas fundamentales que, más o menos a fondo y acertadamente, plantea la tercera película dirigida por Dennis Hopper —Rock ‘n’ roll is here to stay/Rock 'n’ roll can never die; Es mejor arder que desvanecerse; Hay más en la película de lo que ven los ojos—, e incluso establece, en uno de sus versos —Una vez que te has ido ya no puedes volver—, una inquietante relación con Nicholas Ray, que murió dándole vueltas al montaje definitivo de un film titulado No podemos volver al hogar, que amaba este tipo de historias y personajes y que permitió debutar en el cine a un actor llamado Dennis Hopper (en Rebelde sin causa, 1955).
Caído del cielo es una película de la que no sería justo responsabilizar completamente a Hopper, ya que, contratado meramente como intérprete, aprovechó que los productores despidieran, por incompetente, al realizador previsto para volver a ponerse tras la cámara, después de casi nueve años de paro a consecuencia del estrepitoso fracaso comercial de The Last Movie (1971), especialmente grave por venir tras el insospechado éxito crítico y taquillero de su «ópera prima», Easy Rider (1967/69). Así que no le reprochemos el gratuito y efectista cuarto de hora final, que hace dudar de la sinceridad y la casi palpable desesperación con que está contado cuanto le ha precedido, y tengamos en cuenta que apenas tuvo tiempo de reelaborar el guión que le cayó inesperadamente entre las manos, como llovido del cielo; a fin de cuentas, ha sabido sacarle el suficiente partido como para que Out of the Blue sea, en lugar de un supuesto manifiesto «punk», una película existencialista, beat, exasperada, dolorida y capaz de transmitir la emoción con que el trágico andar de sus personajes está contemplado o presentido.
Es una pena que Out of the Blue no llegue a ser del todo, como en algunos momentos parece prometer, el testimonio de un rocker envejecido, de un «rebelde sin causa» cuarentón y cansado, convertido en padre irresponsable e inmadurable de una quinceañera respondona y más endurecida todavía que él en sus «buenos» malos tiempos, de un inadaptado de por vida, que ha perdido ya, de tanto ser un loser, la esperanza de acomodo en su propia casa y con su propia familia, casi la capacidad de indignarse y hasta la posibilidad de huir sin rumbo en busca de nuevos horizontes. Esta película es la que se insinúa, por ejemplo, cuando Don Barnes, con cierta irritación, replica algo así como «Oye, sé quién era Elvis» a su hija CeBe, que se pasa el día oyendo Heartbreak Hotel y dando la matraca con la figura agigantada y dorada, pero de segunda mano, de Elvis Presley, a quien seguramente escuchó por vez primera después de muerto y al que, para colmo, considera el primer «punk», un precursor de Sid Vicious. Esta misma reacción fue la del cineasta Hopper cuando una periodista le espetó: «Tengo la impresión de que ha mitificado a Dean en el recuerdo», y recibió la estupenda repuesta: «Perdone, guapa, le habrá mitificado usted. Yo tengo una memoria buenísima.»
Pero reconozco que la película apunta ese camino sin llegar a tomarlo, entre otros motivos porque no es Don el personaje central, sino CeBe, encarnada impresionantemente por Linda Manz, inesperada heredera de los jóvenes inconformistas que interpretaron hace veinticinco años James Dean, Dennis Hopper, Sal Mineo, Corey Allen, Vic Morrow, Nick Adams y otros discípulos del Actor’s Studio desembarcados en Hollywood con la irrupción del rock 'n’ roll y la preocupación sociológica por los conflictos generacionales y la delincuencia juvenil. Con la diferencia de que Linda Manz, que parece de verdad hija de Hopper, es aún más fiera e impecable, más dura e insensible que sus antecesores; tiene menos ilusiones que, pongamos por caso, la Judy (Natalie Wood) de Rebel Without a Cause, y el mundo en que malvive parece mucho más asfixiante, sucio, corrupto y desagradable, y menos mítico también que los barrios residenciales de Los Angeles, San Diego o Pasadena, o que los suburbios de Nueva York, Chicago o Boston. En este sentido, es terrible lo que dice Hopper de Linda Manz —no de CeBe— a «Fotogramas»: «Es James Dean sin talento. Un producto de la calle, sabe, como Edith Piaf, una de esas flores de asfalto que surgieron en París tras la ocupación. Quiere vivir, quiere quemarse, como Jimmy. Pero tiene la mentalidad de una cría de siete años a sus diecinueve. Se destruirá. No tiene familia, vive en la violencia, no tiene a nadie. Y hay que ser listo para sobrevivir.» Porque tiene aire de ser verdad, y vale también para el personaje sin remedio que representa tan intensamente en la película; en eso se parece a su padre de ficción, en que no tiene arreglo, no tiene más futuro que la destrucción. Y asistimos en Out of the Blue a la trayectoria imparable, indesviable ya, hacia una forma u otra de muerte de los dos personajes —la madre, muy bien interpretada por Sharon Farrell, es más adaptable y sabe atontarse para no sentir el dolor y la soledad— principales, con una angustia cierta —que prueba que los dos personajes han llegado a interesarnos, a preocuparnos e importarnos— y creciente. Esto es lo que hace, precisamente, que el final parezca un pegote falso y artificial, una traca destinada a poner término a una historia que podría acabar, menos espectacularmente, con puntos suspensivos, pues el destino de sus protagonistas no ofrece dudas.
Aparte de una historia de jóvenes, y no tan jóvenes, desesperados y de una prodigiosa y sensible dirección de actores —hay que ver a Linda Manz andando, tocando la batería, encerrándose en el mutismo, fumando, esquivando a unos chicos o a sus padres; a Sharon Farrell bailando o drogándose; a Hopper conduciendo una especie de excavadora, rodeado de basura y desperdicios y envuelto en una nube de gaviotas enloquecidas y chillonas, para comprender que la fiebre de la película no es literaria, sino física, sensible, vivida—, Out of the Blue permite apreciar una considerable maduración estilística por parte de su director, mucho más «clásico» que en Easy Rider, y que ha aprendido ya a expresar con orden y claridad, sin efectismos de cámara, el caos vital de sus personajes.
En “Casablanca” nº 6, junio-1981
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