Aunque la mayor parte de los aficionados pueden desconocer hasta su nombre, Piavoli no es un joven cineasta surgido en los últimos decenios (su primer largo data de los 80), sino un veterano de 77 años cuya obra suma cuatro largos y nueve films de menor duración, de los que es guionista, productor, fotógrafo y, en ocasiones, montador y encargado del sonido. Por supuesto, ninguno ha tenido un gran éxito comercial, y su circulación se ha visto restringida a los festivales, en una época en la cual el tipo de cine que practica resulta cada vez más impopular y a la vez menos apreciado por la crítica. Quizá en los años 50 hubiera ganado palmas y leones, ya que una mirada distraída podría confundir sus películas con algunas de Bert Haanstra o Albert Lamorisse, entonces prestigiosas y que hoy, sin embargo, provocan un desdén automático.
Súmese que son, por lo general, films sin actores y carentes de los atractivos del relato y del drama, reemplazados por una reflexión sobre la mirada, la forma cinematográfica y el decurso del tiempo, con gran peso de los fenómenos meteorológicos, el sonido y el silencio, la luz y la sombra. Films presuntamente «poéticos», en el fondo tratan de la materia misma del medio rural. Para colmo, son demasiado lacónicos (a veces «mudos»), poco discursivos para ser «ecologistas», y excesivamente modestos y pausados para merecer la etiqueta de «experimentales». De hecho, no extraña que su último trabajo sea el argumento y las tomas adicionales de Terra Madre (2009), de Ermanno Olmi.
Lo antedicho no obsta para que su figura, sin duda excéntrica, tal vez incluso anacrónica, destaque en el desolador panorama del cine italiano desde mediados de los 70 con una luz propia que tal vez ilumine, dentro de unos años, a algunos jóvenes cineastas italianos todavía inexistentes.
En “Cine XXI: directores y direcciones” (Ed. Cátedra, 2013)
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