miércoles, 19 de julio de 2023

Noémie Lvovsky (París, 1964)

Es más que probable que a la mayoría de los aficionados españoles el nombre de Noémie Lvovsky, pese a ser llamativo, no les diga estrictamente nada. Algún memorioso asiduo del cine francés de los 90 (y la combinación, aquí, parece demasiado pedir) la reconocerá como una de las bastante numerosas mujeres que han intervenido en los guiones de varias películas no estrenadas en España, de Desplechin, de Garrel, las dos realizadas por Valeria Bruni Tedeschi; a algún otro le sonará, quizá, como actriz, que es tal vez, aún hoy, la actividad que practica con mayor asiduidad, aunque sea también intermitente y ocasional —unas diez veces desde 2001—, sin duda porque debe ser la única que, en lugar de precisar dinero, le permite obtener algún ingreso, aparte de que es probable que le divierta trabajar, a veces con sus amigos. Tras cuatro cortos, desde Oublie-moi (1994), ha dirigido cinco películas, de las que dos corresponden a las versiones de TV (Petites, 1997, en la serie Les Années lycée) y de cine (La Vie ne me fait pas peur, 1999) de una misma historia y la última, L'Ami de Fred Astaire (2007) está aún pendiente de estreno. Quizá choque, aunque he visto las otras cuatro, que dé a Noémie Lvovsky una enorme importancia en el actual cine francés, pero es que en ella encuentro, en lugar de ambicioso intelectualismo y un desmedido peso de la viejísima Nouvelle Vague, el verdadero espíritu de libertad y soltura de las primeras películas de la Nueva Ola, unido a una muy diferente actitud con respecto al relato y al cine americano, que se nota es en ella, si acaso, una referencia en segundo grado, absorbida a través de la más directa experimentada por sus predecesores, de los que no trata de rehuir la influencia, pero sin obsesionarse por emularlos ni, menos aún, por superarlos. Creo, además, que si uno entra en una de sus películas sin saber quién es el autor, pronto sospecha y deduce que es una mujer, pero no porque haya una proclama feminista ni los personajes masculinos sean unánimemente detestables. Que su primer largo, Oublie-moi, siga pareciéndome su máximo logro es posible que la disgustara —suele suceder que los directores prefieran que se les vea evolucionar y progresar—, pero simplemente revela, creo yo, las circunstancias adversas en que le ha tocado tratar de ser cineasta. Las otras son también, aunque no tanto, y no tan sorprendentemente, satisfactorias, y sí es revelador, creo yo, que la versión más larga, para cine, de Petites, supere la versión televisiva. Son, a la vez, sumamente divertidas y discretamente emocionantes, relajadas y estrictamente imprevisibles.

En Miradas de Cine nº 63, junio-2007

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