Paz en la tierra
De todos los films de Ford que más admiro es este el más misterioso para mí, y del que menos he conseguido averiguar que pudiera ayudarme a comprender cómo es posible que Ford rodase en 1934 una premoción de la II Guerra Mundial tan precisa como la que figura ominosamente en la penúltima escena. No he leído nunca la menor alusión a tal posibilidad, de la que por lo demás, no hay el menor indicio en la película, pero solo lo entendería si el cierre de la película fuese un añadido muy posterior –de 1937 o 1939, o más bien 1941–, lo que tampoco parece probable, ya que por lo visto estuvo muy lejos de ser un éxito de esos que se reponían periódicamente en los cines.
Porque el caso es que esta película, cuyo guion Ford dice haber encontrado poco satisfactorio –aunque es muy suya esa progresiva desintegración de una familia– y que para mi gusto cuenta muy bien entrelazadas varias cosas más, todas ellas sumamente interesantes –una historia de amor a lo largo de varias generaciones, la evolución industrial hacia las empresas multinacionales, el crack de 1929, el peligro de los nacionalismos y las aspiraciones hegemónicas de las principales potencias–, termina, de forma harto sorprendente, con una visión de una guerra inminente, en la que en un bando estarían –como acabaron estando, pero a finales de 1941– Alemania, Italia y Japón y en el otro Inglaterra, Francia, Estados Unidos y ¡la Unión Soviética! Esto no está meramente dicho, sino mostrado en un montaje de documentales o noticieros que, para colmo, señala qué armas iban a ser las principales de cada futuro contendiente y hace ver cómo las Juventudes Hitlerianas que desfilan ante Hitler y los balillas de camisa negra que lo hacen ante Mussolini estaban siendo preparados para luchar unos años más tarde. ¿Es que Ford, por su colaboración con el O.S.S., es decir, los servicios secretos, tenía información anticipada o sospechas fundadas que se atrevía a airear en 1934 con –algo bien raro– permiso de la Fox?
Hay que admitir que The World Moves On es una película muy rara, e incluso con algunos rasgos no muy claramente fordianos mezclados con otros que sí lo son. Producida por Winfield Sheehan (y no por Ford), se basa en un argumento de Reginald Berkeley, que firma el guion (en el que intervinieron al menos otras siete personas no acreditadas). Berkeley había adaptado la obra de Maurice Rostand para The Man I Killed/Broken Lullaby (Remordimiento, 1932), de Lubitsch, y escrito el guion de la famosa Cavalcade (1933), de Frank Lloyd, que por lo visto era la película favorita de Jean-Pierre Melville, aunque yo la encuentre fallida y aburridísima. Todo hace pensar que Berkeley era un pacifista, además de un interesante guionista, y que tal vez la Fox aspirase a hacer algo parecido a Cavalcade, aunque en definitiva la postura de la película en su conjunto sea más bien dubitativa y contradictoria: raro que ocho años antes de entrar Estados Unidos en la guerra se permita atacar los nacionalismos y se alinee con sus (futuros) aliados (incluida la URSS, cuyo alineamiento no era evidente entonces, y más dudoso debió resultar a raíz del pacto germano-soviético de 1938), aunque, por otra parte, se muestre irreductiblemente antibelicista. Cabe que Ford compartiese esas vacilaciones, pero es más probable aún que sean producto de las muchas manos que intervinieron en el guion y de la proverbial prudencia de las productoras, deseosas siempre de no perder mercados.
Aunque Ford ya había dado por concluido su periodo de adoración por Murnau, hay en The World Moves On un insólito número de largos travellings, de panorámicas y de leves picados que hacen pensar en Max Ophüls, aunque la historia casi fantasmal de sensaciones de dejà vu y de haber conocido ya a alguien que ve por primera vez en ese instante y los amores entre descendientes que prolongan los de sus antepasados recuerdan más bien algunas películas de Frank Borzage, tanto del mudo como de los años 30 y 40. Todo eso, junto con una pareja protagonista nada “fordiana” –Madeleine Carroll y Franchot Tone–, por atípico que sea, funciona muy bien y resulta emocionante. La crónica histórica a saltos (1825, 1914, 1918, 1925, 1929, 1934) permite recorrer algo más de un siglo elípticamente, y están bien aprovechados y montados planos de la Primera Guerra Mundial procedentes de una película francesa muy apreciada por los americanos, Les Croix de bois (1932), de Raymond Bernard. Otro elemento no del todo extraño en Ford (véanse, por ejemplo, The Informer, The Fugitive, Three Godfathers), pero más enfáticamente presente de lo habitual, es la abundante simbología religiosa que los encuadres y las composiciones destacan, en especial el gran crucifijo de la mansión familiar en Nueva Orleans. Pese a esos rasgos un poco atípicos y un tanto sorprendentes, The World Moves On es una historia muy interesante, magníficamente contada con un estilo que, aunque no del todo “fordiano”, encuentro sumamente adecuado y eficaz.
En “El universo de John Ford”, editorial Notorious (2017)
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