lunes, 13 de noviembre de 2023

The Great Gatsby (Jack Clayton, 1974)

EL GRAN GATSBY

Que la película de Jack Clayton traicionase la novela de F. Scott Fitzgerald no sería demasiado grave si aquella fuese una gran película. Desgraciadamente, el problema no es ese, ya que, aunque nos olvidásemos de la existencia de esa genial novela, The Great Gatsby sería una película torpe y ampulosa, blanda e insípida, totalmente superficial y vacua. Pero como, para colmo, empobrece y malbarata —casi diría que intencionadamente, o al menos con una censurable falta de interés— la novela cuyo título utiliza como reclamo, creo señalar hasta qué punto la empresa del productor David Merrick —o el de la Paramount— constituye un caso flagrante de oportunismo —en vista del éxito actual de las películas situadas en décadas anteriores de nuestro siglo— y se caracteriza por una irresponsable falta de seriedad de la que existen numerosas pruebas: así, sabemos que Ali McGraw fue sustituida por Mia Farrow, cuando el único punto común entre ambas actrices es su limitada capacidad interpretativa y su absoluta inadecuación al personaje de Daisy Fay; se ha alardeado de la fabulosa suma pagada a Truman Capote —escritor que no se parece en nada a Fitzgerald— por adaptar la novela, para que luego Francis Ford Coppola escribiese en dos semanas —cosa no difícil, ya que parece haberse limitado a subrayar párrafos del libro— el guion definitivo; se consideraron como posibles directores a personas tan diferentes entre sí como Mike Nichols, Peter Bogdanovich y Arthur Penn —a pesar de que ninguno de ellos tiene la menor afinidad con el autor de la novela, ni conoció los turbulentos años 20—, para acabar eligiendo a Jack Clayton, un inglés cuya reducida y mediocre filmografía está muy lejos de justificar semejante decisión. Estos datos sirven para indicar la temeridad y la ligereza con que, desde un principio, se planteó el negocio —pues de eso se trataba, como demuestra el lanzamiento publicitario del film—, y la falta de respeto de casi todos los que han intervenido en la penetración de la película. Salvo, ocasionalmente, Robert Redford y Sam Waterston, ninguno de los cómplices de esta eficaz labor de empequeñecimiento parece tener la más vaga noción de lo que Fitzgerald supo expresar magistralmente. Resulta ya ocioso recordar que existen otros muchos directores más capacitados de Clayton —Mankiewicz, Minnelli, Cukor, Wilder, Donen, Quine, Kazan, King— para llevar al cine las novelas del autor de The Beautiful and Damned The Last Tycoon, pero cabe lamentar que Clayton se haya creído obligado a inventar una serie de escenas de enlace cuyo único objetivo parece ser el conseguir que una breve novela de 180 páginas se estire hasta rellenar un film de 135 minutos, y que se haya dejado dominar por el director artístico John Box, cuyos feos pero suntuosos decorados se dedica a exhibir ostentosa y morosamente hasta darnos la molesta impresión de estar hojeando las crónicas de sociedad de “Vogue”, “Look”, “Life”, “Better Homes & Gardens” o el “Ladies’ Home Journal” de los años 20. Porque la fidelidad de la película para con la novela es totalmente superficial: respeta su argumento y su letra —incluso cuando sus diálogos resultan inadecuados para el cine—, sin enterarse de que The Great Gatsby es una novela bastante frágil desde un punto de vista narrativo, y sin captar ni una sola vez los sentimientos ni las emociones que constituyen lo esencial de la novela. Por eso, la novela no tiene nada que ver con la película: cuando Daisy llora diciendo que nunca había visto una camisa tan bonita como una de las que le enseña Jay Gatsby, ni Clayton ni Mia Farrow parecen haberse percatado de que, naturalmente, no es la camisa lo que la hace llorar. Mia Farrow hace el ridículo, y privaría por sí sola de sentido a la película, al hacer del gran amor de Gatsby una mujer estúpida y grotescamente afectada. Robert Redford soporta con dignidad —a solas, o con Nick Carraway (Waterston)— el peso de un papel que le queda ancho, pero Clayton tiende a reducirle a un figurín de moda “retro”, de forma que su Gatsby carece de empuje, de interioridad y de auténtica amargura —Humphrey Bogart debiera haber interpretado a Gatsby alguna vez—; los secundarios cumplen con corrección —Bruce Dern , Waterston, Karen Black— o sin ella —Scott Wilson—, siendo la elección de Lois Chiles para encarnar a Jordan Baker el único acierto pleno de todo el “casting” de la película.


Lo que comprende menos es que Clayton haya creído adecuado al estilo brillante y poético, pero sencillo e intimista de Fitzgerald, el empleo de una estética espectacular y decorativista más propia de un filmlet publicitario que de un largometraje argumental. Así, todo resulta blando y aburrido, hasta tal punto que no creo que a nadie que la desconozca pueda incitarle a leer la novela. En cuanto a los que consideramos The Great Gatsby una de las grandes obras maestras de la literatura de este siglo, la película nos ha impulsado a releerla por enésima vez, para quitarnos el mal sabor de boca que el film de Clayton nos ha dejado, y del que sólo pueden salvarse los títulos de crédito, los instantes que preceden el asesinato de Gatsby y la primera aparición de Robert Redford, visto a contraluz, a una cierta distancia, convertido en una melancólica y fantasmal silueta que, al ponerse el sol, intenta vislumbrar la luz verde del embarcadero de Daisy, al otro lado de la bahía, soñando con recuperar el pasado.

En "Dirigido por" nº18 Nov-Dic 1974

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