PRIMERA PLANA
Preguntado por la continuidad futura de la línea emprendida con “The Private Life of Sherlock Holmes” (1970) y “Avanti!” (1972), en vista de su fracaso crítico y comercial, Wilder replicó, con humor pero no sin amargura ante la incomprensión que saludó a dichas obras maestras —como a las dos precedentes, “Bésame, tonto” y “En bandeja de plata”—: “¿De qué sirve ser un maravilloso compositor de polkas si ya nadie baila la polka?”. Esta respuesta trasluce la sensación de destierro que actualmente padecen los veteranos de Hollywood, su temor a haberse convertido en reliquias vivientes del pasado, la decepción y el desencanto que impregnan progresivamente su visión del mundo (no necesariamente el mundo “actual”: “The Front Page” sucede en 1929). En cualquier caso, el legendario y celebrado “cinismo” que caracteriza a Billy Wilder le ha permitido, hasta el momento, sobrevivir con integridad, sirviéndose de cualquier envoltorio aceptado —la moda “retro”, una clásica comedia de Broadway— para seguir minando la auto-complaciente fe de la gente en algunos principios considerados inmutables o invulnerables.
Esta nueva adaptación cinematográfica de la célebre comedia de Ben Hecht & Charles MacArthur tiene la saludable cualidad de incitar al público a participar, de forma más o menos voluntaria y consciente, en una burlona puesta en cuestión del funcionamiento de una serie de instituciones “respetables” que, por definición, se consideran incontestables: la prensa —cuya “libertad de expresión” no garantiza el desinterés o la veracidad de las ideas que expresa—, la policía —cuya defensa del “orden” tiende a ser la de ciertos intereses, y desencadena con frecuencia el desorden—, la justicia —cuya aplicación de las leyes favorece a quienes tienen el poder—, incluso la democracia —cuyos resultados pueden verse seriamente comprometidos por la estupidez de un público como el que canturrea bobaliconamente la canción cuya letra le es dictada desde la pantalla de un cine; o por los turbios manejos de ciertos grupos de presión, que pueden convertir una elección en una simple designación—. Es indudable que muchas de las personas que se ríen cordialmente con “The Front Page” de los representantes de la autoridad estarían dispuestas —fuera de la oscuridad de la sala de proyección— a defender la permanencia en el poder de figuras no menos grotescas que las que Wilder ridiculiza con mordacidad implacable. Pero también es posible que algunas otras personas reconozcan en el paranoico anticomunismo del deshonesto sheriff “Honest” Pete un discurso muy reiteradamente escuchado en la vida real y que bien pudiera tener tan poco fundamento como en la película, que comprendan la función represiva que constantemente se ejerce a través de la prensa, la psiquiatría o el espectáculo. En consecuencia, y aunque su eficacia subversiva pueda verse a la vez disminuida —por subterránea— y potenciada —por subliminal— a través de las convenciones dramáticas, narrativas y formales de que se sirve magistralmente Wilder, cabe considerar liberadoras las carcajadas que “The Front Page” arranca del público —y la complicidad que establece con el— en su despiadado ataque satírico y caricaturesco a figuras de las que, habitualmente, no es fácil reírse, y que un género cinematográfico actualmente tan taquillero como el “político” —Costa-Gavras & Co.—, en la medida en que también subraye su función opresora, más bien parece invitar a temer, sufrir o soportar pasivamente (tal parece ser su omnipotencia, y tan fácil resulta que llegue “del cielo” un héroe libertador). Y conste que la actitud de Wilder no tiene nada de revolucionaria; es simplemente rebelde, inconformista, petardista, iconoclasta y sanamente anarquista. Ni propone soluciones ni incita a otra cosa que al descreimiento; admite con lucido pesimismo que el alcalde de Chicago proseguirá su ascendente carrera política y que el sheriff, si “el Moscón Verde” no le encuentra un sustituto más eficiente —más peligroso—, seguirá en su puesto. Porque, a fin de cuentas, no se le pueden pedir peras al olmo —como con frecuencia se exigen—, y Wilder es un vienés nacido en 1906, afincado en Hollywood y probablemente muy rico. Además, no es un político, sino un director de cine, y “The Front Page” es una comedia clásica (hiperdeterminada por su condición de tercera versión filmada de un texto teatral preexistente y datado en 1928; aunque Wilder, no creo que por casualidad, dado el paralelismo que se ha señalado con frecuencia entre 1974 y 1929, haya trasladado la acción al año del crack de Wall Street, meses antes de que este tuviese lugar), perfectamente inscrita en el interior de un género bien definido del cine americano. Lo que si vale la pena resaltar es que, frente a tantas comedias insultantes para el espectador y represivas —como el 99'99 por ciento de las que se hacen en España—, “Primera plana” tiene un carácter sanamente irreverente y liberador, y que en ella los únicos personajes que no salen del todo malparados son precisamente los más marginados, los más directamente víctimas de las fuerzas que Wilder desmonta y pone en solfa: el chiflado —por inocente e ingenuo— “anarquista” Earl Williams (interpretado por el divertidísimo Austin Pendleton), la prostituta Mollie Malloy, la mujer de la limpieza. Es más, un personaje tan suciamente tramposo y fraudulento como Walter Burns, el director del periódico, capaz de cualquier cosa con tal de incrementar la tirada del “Chicago Examiner” o de adelantarse a la competencia con una noticia o una foto sensacionalista, resulta simpático tan solo en la medida en que se comporta —según el guion de Wilder e I.A.L. Diamond— “en la gran tradición de Drácula, Rasputín y Maquiavelo”, es decir, en relación directa al descarado cinismo de sus artimañas y a la falta de respeto o sumisión a la corrompida legalidad que expresa maravillosamente la actuación truculenta y delirantemente villana de Walter Matthau, y que hace de Burns un agente del caos, sin duda destructivo y contaminado por el ambiente, pero cómplice, hasta cierto punto, de la actitud humorísticamente dinamitera y perturbadora del caustico Billy Wilder (a quien Matthau reconoce interpretar cuando trabaja con él, imitando sus gestos y expresiones).
El destino final de los personajes, añadido por Wilder a la comedia de Hecht & MacArthur, supone un pequeño ajuste de cuentas —fuera ya del tiempo del film— que explicita el sentido profundo de la película, y muy particularmente sus implicaciones sexuales. A este respecto, hay que destacar que Wilder haya rehuido la innovación introducida por Hawks en su versión libre de “The Front Page”, la fabulosa “Luna nueva” (His Girl Friday, 1940): el respeto de Wilder al original no puede extrañar en el autor de “Traidor en el infierno”, “Con faldas y a lo loco”, “En bandeja de plata” o “La vida privada de Sherlock Holmes”, pues para él no tenía sentido el convertir a Hildy Johnson en una mujer. Por el contrario, Wilder ha subrayado el homosexualismo latente en las relaciones entre Hildy (Jack Lemmon) y Walter Burns, haciendo no solo que los otros periodistas aludan a ellos como a un matrimonio indisoluble, sino que las tretas —especialmente crueles— del director del periódico para alejar de Hildy a su novia tengan un marcado carácter sexual (presentándole como exhibicionista, pervertido sexual, casado y padre de varios hijos, adicto del periodismo, etc.). Además, el Hildy de Wilder hace imposible que creamos que su trabajo sea imprescindible para el periódico, por lo que no es su calidad como reportero lo que explica el encarnizamiento con que Burns trata de impedir su boda, ni es su vocación la que justifica su retorno al “Examiner” (sin casarse); un personaje nuevo, Bensinger, caricaturescamente homosexual, y su inequívoca actitud hacia, precisamente, el sustituto de Hildy, acaba de matizar la cuestión, al igual que otros personajes secundarios inventados por Wilder y Diamond —el psiquiatra vienes Eggelhofer, el emisario del Gobernador, etc.— tienen la función de integrar en la trama cómico-satírica central los elementos melodramáticos (la inminente ejecución de Williams, el intento de suicidio de Molly) introducidos por Hecht & MacArthur con más oportunismo que acierto, y que habían desequilibrado las anteriores adaptaciones cinematográficas de la obra. Tales cambios de énfasis, el cuidado con que se han enmendado las deficiencias estructurales del original escénico, la significativa y funcionalmente precisa ambientación de época, la acertadísima elección de los actores, su estilización interpretativa, y la sabiduría de la planificación wilderiana han permitido darle a la historia un ritmo acelerado —como el de “Con faldas y a lo loco” o “Uno, dos, tres"— que no resta claridad narrativa al relato, acercando su dinamismo al de las viejas películas mudas de Mack Sennett. Todo ello contribuye a que "The Front Page” —pese a ser el primer film de Wilder desde 1959 en el que no actué como productor; pese a habérsele ofrecido su dirección ante la negativa de Mankiewicz— no sea un mero “encargo” admirablemente realizado, sino una película típicamente wilderiana, y una de las pocas verdaderamente serias —hechas responsablemente, por un hombre que sabe lo que hace y por qué lo hace así, que no recurre a trucos fáciles ni se permite coqueterías arbitrarias— que se han visto últimamente en España. “The Front Page”, aunque menos apasionante y audaz que sus pihuelas inmediatamente anteriores, confirma la talla de Wilder, uno de los pocos “grandes” del cine americano tradicional que se mantienen en forma y en activo, sin desmoronarse en un desesperado intento de “ponerse al día” traicionándose a sí mismos, sin perder vigencia ni agresividad. El éxito comercial de “The Front Page” ha reforzado su deteriorada posición en la industria, y nos permite encontrarle ahora, al cumplir los 69 años, no —como en 1973— considerando la retirada, sino inmerso en la preparación de su próxima película. Todavía podremos bailar la polka.
En "Dirigido por" nº 25, jul-ago 1975
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