Cualquiera que haya leído el fundamental libro de entrevistas de Antonio Castro “El cine español en el banquillo” sabe ya, por los propios interesados, que las carreras artísticas de nuestros cineastas raramente empiezan bien y casi nunca tienen un “happy ending”. Parece que ahora, tras muchos esfuerzos y considerarse invicto tras varias derrotas, le ha llegado a Gonzalo Suárez la hora del desánimo. El que abandone —siquiera momentáneamente— el cuadrilátero de forma poco humillante y aun honrosa, el que la autodisciplina que le ha impuesto llevar a la pantalla “La Regenta” pueda serle muy beneficiosa en el futuro, no impiden que esta película no sea un film de Gonzalo Suárez, sino una obra artesanal, defendible y apreciable en cuanto tal, pero desgajada de sus restantes películas y de sus novelas. La publicación de su último libro, “Operación Doble Dos”, simultánea al estreno de “La Regenta”, nos demuestra que Suárez no ha cambiado, que sigue siendo el mismo, pero que en su último film, en lugar de crear directamente —aun desordenadamente— una historia personal, se ha limitado a ilustrar una obra ajena y, lo que es peor, no la novela de Leopoldo Alas “Clarín”, sino un pobre guion “inspirado en los personajes” de “La Regenta”.
Después de un libro de relatos —"Trece veces trece“— y cuatro novelas —”Los once y uno“, ”Fata Morgana“, ”Rocabruno bate a Ditirambo“ y ”El roedor de Fortinbrás“— de creciente originalidad en el actual panorama de nuestra literatura, y de muy reducido impacto editorial, Suárez cambió la máquina de escribir por la cámara y se lanzó, en plan de espontáneo, al deslucido ruedo del cine español. Tras dos cortometrajes —”Ditirambo vela por nosotros“ y el inconcluso ”El horrible ser nunca visto“—, Suárez escribe, dirige e interpreta ”Ditirambo“ (1967) —que, personalmente, sigo considerando una de las mejores películas jamás rodadas por un español—, de éxito reducido y confidencial. Sin arredrarse, Suárez se lanza a una empresa suicida: "las diez películas de hierro”. “El extraño caso del Doctor Fausto” (1969) y “Aoom” (1970), menos perfectas pero más audaces, continuarían una trayectoria apasionante que rompía por completo con todo lo que el cine español —incluso el, entonces, llamado todavía “nuevo"— había sido hasta entonces (y hasta ahora, por lo demás). Tanto ”Ditirambo“ como ”El extraño caso“ hallaron todo tipo de oponentes que obstaculizaron su acceso al público; con ”Aoom“ —en San Sebastián—, la maniobra se vio coronada por el éxito más absoluto: remontada varias veces, empeorando para ser aceptada, ”Aoom“ sigue sin encontrar distribuidor y probablemente acabará —si la Filmoteca Nacional no la rescata, para que haga compañía al ”Sexto sentido“ (1928) de Nemesio M. Sobrevila, otro film maldito que pudo ser fundamental para nuestro cine— peinando las canas de sus detractores de hace cinco años. El trauma del aborto público de ”Aoom“ ha marcado profundamente, como es lógico, a Suárez, al igual que la muerte oficial de ”Canciones para después de una guerra“ ha marcado a Patino. Armándose de un forzado cinismo que no le pega nada, y sustituyendo la aventura por el cálculo, Suárez realiza con eficacia y numerosas concesiones-cepo un film llamado ”Morbo“ (1972), que significa el comienzo de una nueva etapa. Causas exógenas e inauditas quiebran el fulminante éxito de ”Morbo“, y dan al traste con las posibilidades de ”Al Diablo, con amor“ (1972), una atrevida tentativa de "musical distanciado” de aventuras fabulosas que, a pesar de algunos errores y de ciertas concesiones a una fracción de sus antagonistas, suponía la resurrección de las cenizas de “Aoom”. “Rocanegra” (1973) hubiera sido un film admirable, barojiano y stevensoniano a la vez, de no haberse convertido en “La loba y la Paloma”, dando cabida a concesiones lamentables —todo lo concerniente a los personajes de Carmen Sevilla y su “marido”, innecesario y prescindible, y que enturbia el mágico relato de aventuras y búsquedas de tesoros que en su mayor parte es la película—; concesiones que, sin embargo, no impedían a Suárez proseguir —siquiera marginal e intermitentemente— su obra personal, ni demostrar que es uno de los pocos cineastas españoles dotados de auténtico sentido de la imagen. Pero tan desesperada y devaluadora búsqueda del éxito de taquilla no parece haber dado el resultado apetecido, y Suárez acepta —reemplazando a Pedro Olea, ocupado por “Tormento"— un encargo inexplicable, tanto por parte del productor como del mismo director: no sólo la novela de "Clarín” es inadaptable al cine, sino que, a priori, resultaba difícil encontrar en el cine español a un director menos idóneo que Suárez para llevar a buen puerto tal empresa, sobre todo siendo nula la relación del autor de “Ditirambo” con el “cine literario de prestigio” y sus esquemas narrativos, y siendo tan pobre el punto de partida (un guion esquemático).
Sin embargo, hay que decir que Suárez ha salido airoso de la empresa, y que ha realizado un producto digno y consumible, de éxito comercial muy probable. Ha sabido contenerse y domesticarse, ha conseguido narrar —dentro de lo que cabe, con un guion tan lleno de agujeros— una peripecia dramática y bastante convencional, ha dirigido a los actores con notable precisión y en un registro naturalista que no es el suyo —en mi opinión, Keith Baxter, Nigel Davenport, Adolfo Marsillach y Emma Penella están francamente convincentes, así como la mayor parte de los secundarios—, ha logrado —con los medios puestos a su alcance por Emiliano Piedra y con la dirección artística de Miguel Narros— la mejor y más viva ambientación de época conseguida por el cine español, e incluso ha realizado varias escenas en las que puede percibirse su peculiar e instintivo talento para usar la luz, el color y la música (de A.F. Lavagnino) para crear emoción. Privado de Carlos Suárez, pero ayudado por Luis Cuadrado, ha hecho de “La Regenta” un film visualmente muy atractivo y, fragmentariamente, muy emocionante. Incluso ha conseguido algo que, en España, parecía imposible, y que personalmente encuentro muy interesante: que “La Regenta” parezca, más que otra cosa, un film soviético adaptado de Chejov, Turgeniev o Pushkin, y dirigido por Andrei Mikhalkov-Konchalovski (Dvorianskoie gniesdo, Dyadya Vanya) o Vladimir Basov (La borrasca), y no una académica “ilustración” fríamente esteticista y viscontiana. Esto se debe a que, a pesar de todo, Suárez sigue siendo imprevisible e inclasificable, y no resulta fácil, por tanto, hacerle respetar los pentagramas ni los cuadriculados esquemas. Suárez ha abordado el film con libertad y desahogo —sin sentirse “oprimido” por el respeto a los clásicos, ni creerse obligado a la fría corrección del prestigio academicista—, dirigiendo con ironía y pasión los restos del drama que le han sido confiados, reviviendo el pasado en lugar de recrear salones de museo, teatralizando la interpretación para obtener destellos de verdad de los actores y no limitándose a que hagan “verosímil” un personaje, operando “desde dentro” —aún dispersando por fuerza centrífuga— y no “desde fuera”. Un ejemplo entre otros sería la fantasmal y vampírica aparición, entrando por la ventana y avanzando entre visillos hacia la cama de Emma Penella —que lo está soñando, en un “ralentí” oportuno y justificado—, de Nigel Davenport: recuerda “Nosferatu”, de Murnau.
La prensa ha saludado la llegada de Suárez a las puertas del redil concediendo a “La Regenta” mejor acogida crítica que a ninguna de sus películas verdaderamente suyas, aunque a veces reprochándole, con singular cinismo, el haber depuesto sus anteriores “experimentos”. Esperemos que Suárez vuelva al punto de partida al que había llegado con “Aoom”.
En "Dirigido por" nº 20, feb-1975
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