miércoles, 22 de noviembre de 2023

Sauve qui peut (la vie) (Jean-Luc Godard, 1980)

1. Sauve qui peut (la vie) es un film muy duro, más que por lo que cuenta —o muestra, sugiere, permite deducir— y más incluso con que lo hace, porque Godard —consciente del carácter necesariamente fragmentario y parcial de un film— ha prescindido de todas las escenas cuya única o primordial función parece consistir en suavizar, embellecer o comentar el desarrollo de las películas y que actúan, en el mejor de los casos, como un lubricante de la narración, a veces como un obstáculo. Aquí no hay tiempo que perder, y se pasa directamente de una cosa a otra, de un personaje a otro: el primero, Paul Godard (Jacques Dutronc) se nos presenta, sin explicaciones, en plano general; siete minutos más tarde, aparece de pronto, en plano medio, el segundo, Denise Rimbaud (Nathalie Baye); pasados unos treinta minutos, un primer plano introduce al tercero, Isabelle Riviére (Isabelle Huppert). De ninguno se nos advierte la profesión, el estado de ánimo o las condiciones de vida: nos enteraremos mientras avanza la película, veremos que todos ellos han tenido, tienen o tendrán alguna relación; asistiremos, incluso, a una serie de encuentros casuales y de coincidencias cuyo carácter extraordinario el film no subraya nunca.


2. En consecuencia, Sauve qui peut (la vie) es un film breve (no llega a la hora y media) y seco, pero más denso de lo habitual en Godard, y muy tenso. Al contrario de lo que ha sido hasta ahora normal en su cine, no hay acumulación de elementos, sino una nueva organización del número mínimo que resulta imprescindible para dar una visión compleja, en facetas, de la realidad, y no subjetiva o exclusivista. Es, en el fondo, una película muy clara, más ordenada que de costumbre, más «compuesta». Lo que choca no es la profusión ni la heterogeneidadsino la brusquedad, la concisión, la eliminación de toda redundancia. Se trata, sin duda, del film más «directo» y «primario», menos retórico y discursivo que ha hecho Godard hasta ahora. No hay melodramatismo ni énfasis; nada que pula, adorne, redondee o palie su brutal exposición.

Narrativamente, no hay meandros ni digresiones, sino líneas de fuerza quebradas mediante elipsis; dramáticamente, no se «explotan» a fondo las posibilidades de cada escena. Podría decirse que Sauve qui peut (la vie) es el primer film verdaderamente realista de Godard: todos los anteriores —incluso los «colectivos»; desde luego, también los posteriores a Mayo del 68, y tal vez ninguno tanto como Número Deux (1975)— eran films «en primera persona», en los que Godard parecía obsesionado por dejar huellas de su paso —piénsese en sus intervenciones en Número Deux y el episodio de Loin du Viêt-nam (1967), en sus pequeños papeles de A bout de souffle (1959) o Le Mépris (1963), en su voz en off en Bande à part (1964) o 2 ou 3 choses que je sais d'elle (1966), en los textos autógrafos de Pierrot le fou (1965), Alphaville (1965) y muchos otros, etc.—, mientras que éste es un film claramente «en tercera persona». Tal vez por eso han desaparecido casi por completo las referencias o «citas» cinematográficas (apenas se ve que Paul lee el libro de Claude Beylie sobre Pagnol, ni que en un cine dan City Lights de Chaplin, y Marguerite Duras no se deja filmar), literarias (Milan Kundera) o políticas; no hay voz en off, ni textos escritos, ni monólogos-entrevistas; para ser un film de Godard, es notablemente lacónico, aunque haya más afán de diálogo entre los personajes que nunca.

3. En Sauve qui peut (la vie) encontramos a un Godard más tranquilo y «resistente» —menos desanimado— que antaño, menos tentado que nunca a dar lecciones o proponer remedios —con recetas ajenas o propias, tanto da—, que se niega a fingir que encuentra el mundo que le rodea menos irrespirable de lo que es, pero que, de todos modos, parece dispuesto a no dejar de respirar. Por eso, en lugar de sentarse de brazos cruzados a contemplar el progreso de la corrupción, o quejarse, hace películas —en cine o televisión—, tal vez sin el entusiasmo juvenil ni el lirismo innovador de sus treinta años —pues acaba de cumplir cincuenta—, pero con la misma inquietud y curiosidad, idéntico inconformismo y comparable afán de explorar las posibilidades expresivas de la imagen tras la forzada austeridad de Le Gai Savoir (1968) o la deliberada monotonía, el color, la composición y el movimiento, que se traduce en los cambios de velocidad que tienen lugar cada vez que en Sauve qui peut (la vie) hay una variación de ritmo o de dirección en los personajes, cuando intentan salir de la situación en que se encuentran —y el sonido. Hay también una búsqueda de claridad y concisión particularmente loables en tiempos tan proclives a los supermetrajes y a la inflación espectacularmente hueca de tramas insignificantes. Godard hizo «tabula rasa» durante unos años, y ahora empieza a repoblar su pantalla: su renacido interés por los personajes tiene por consecuencia inmediata una nueva concepción —menos psicológica todavía, más cálida y física, mucho menos verbal que antes— de la dirección de actores; en este sentido, hay en Sauve qui peut (la vie) cosas radicalmente inéditas en su cine, como el breve pero delicioso plano-secuencia de Denise e Isabelle charlando y sonriendo en el R-5 rojo de ésta, que podría esperar de Pialat o Eustache, pero creía fuera del alcance de Godard.

4. Pese a que la vida de los personajes es bastante invivible, la dureza del film se debe precisamente a la impasibilidad con que Godard contempla sus peripecias. Se ha hablado mucho de desesperación a propósito de Sauve qui peut (la vie): es ésta una cuestión muy subjetiva, que depende en buena parte de la que el espectador —poco manipulado por el film en un sentido u otro— proyecte, pero no acierto a ver ni siquiera desesperanza, en parte porque no hay identificación alguna entre el autor y sus personajes —aunque uno se llame Godard—, como la había, en cambio, en A bout de souffle o Pierrot le fou —películas emocionantemente desesperadas y subjetivas—, ni tampoco entre estos y el espectador. Godard ha optado esta vez por la distancia —pero sin rastro de la indiferencia o el desprecio que apuntaban Les Carabiniers (1963), Une femme mariée (1964) o Week End (1967)—, una distancia relativa que no excluye el interés, la preocupación o el cariño por los personajes: no es la lejanía del rechazo o el asco  ante lo ajeno, incomprensible o detestable, sino el resultado de una serenidad conquistada, no sé si intuitiva —como en Vivre sa vie (1962) o Masculin Féminin (1966) —o deliberadamente— como en La Chinoise (1967) o Tout va bien (1972)—, pero que en todo caso se ha visto acompañada de una liberación afectiva. Para comprobarlo, bastaría con comparar la actitud de Godard hacia Paul, Denise e Isabelle con la que mantenía frente a los personajes de Número Deux, film éste verdaderamente pesimista y opresivo. Tampoco debe darse una gran importancia a que Sauve qui peut (la vie) se salde inesperadamente con la muerte fortuita y solitaria de Paul Godard, lo mismo sucede al final de Bez znieczulenia («Sin anestesia», 1978) —a  mi entender lo mejor que ha hecho nunca Andrzej Wajda—, con la diferencia crucial de que en el film polaco la víctima del accidente es indudablemente el protagonista —en el sentido etimológico del término— y en el de Godard es tan sólo uno de los tres personajes centrales, tal vez el más débil y el que en realidad tiene menos problemas.

5. Por último, creo oportuno señalar la completa desaparición de cualquier síntoma de paranoia: en Sauve qui peut (la vie) no hay villanos, ni siquiera esos villanos abstractos y «estructurales» (el sistema, la sociedad de consumo, el capitalismo, la burguesía, el imperialismo) a que tan aficionado se ha vuelto el cine de los años setenta. El mundo es tal como es porque así lo hemos hecho o hemos permitido que lo hicieran; así de dura y difícil es la vida, pero algo hay en ella —Godard no dice qué: cada cual tendrá sus motivos, si los encuentra— que hace que valga la pena que la salve el que pueda. Y está claro, cuando el film acaba, que Isabelle podrá, que tal vez —si pasa de la teoría a la práctica, si se mueve a tiempo— Denise lo consiga, y que Paul —que muere engañándose a sí mismo— difícilmente lo hubiese logrado.

En “Casablanca” nº1, ene-1981

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