Souvenirs d'en France (1975) es, tras Pauline s'en va (1969), el segundo largometraje de un ex crítico, André Téchiné, que nunca fue célebre como tal, pero que podría representar muy bien al «colaborador medio» de la «cuarta etapa» (1964-1968) de Cahiers du Cinéma. Como ocurre con todos los cineastas que antes fueron más o menos conocidos por otra actividad —fotógrafos, montadores, guionistas, actores, músicos, pintores, novelistas, directores o autores teatrales, poetas, críticos, reporteros o decoradores—, resulta inevitable tratar de explicar su cine, en cierta medida al menos, en función de lo que de él sabemos. En el caso de Téchiné, debo reconocer que Souvenirs d'en France no responde totalmente a los que de él esperaba; cierto que, al ser un segundo film, es lógico que sea menos «cinéfilo» de lo normal en un crítico (y no es que falten alusiones o referencias a películas diversas), pero lo que no suponía, dada la fecha en que dejó de escribir en Cahiers, es que me iba a encontrar con un director que presenta síntomas inequívocos de haber sido víctima del «síndrome de mayo de 1968», curiosa neurosis de ansiedad que ha afectado a muchos jóvenes directores, sobre todo franceses, y cuyo paciente más célebre sería, sin duda, Jean-Luc Godard, autor que, siempre radical, renegó de su carrera anterior a la fracasada revolución, y se convirtió en otro cineasta o, junto con Jean-Pierre Gorin, en medio cineasta. Claro que su caso, aunque extremado, no ha, sido el único, ni mucho menos, y aquí tenemos a Téchiné, quien, evidentemente, todavía no ha logrado resolver el conflicto existente entre lo que le gusta hacer y lo que piensa —o le obligan a creer— que debe hacer, viejo conflicto entre deber y libertad que no todo el mundo consigue dilucidar satisfactoriamente y que, de plantearse, obliga casi siempre a no pocas renuncias y sacrificios.
La primera media hora de Souvenirs d'en France resulta sorprendente para un film francés realizado en 1975: la acción, muy de «melodrama social», de «novela-río», de «saga familiar», transcurre hacia 1937, en la Francia del Frente Popular; su tono es abiertamente melodramático, desenfrenadamente lírico en ocasiones, con ribetes «populistas» que traen a la memoria algunas películas realizadas en aquella época por directores como Renoir, Vigo, Carné, al mismo tiempo que el uso del color, la estilizada interpretación de los actores, los movimientos de cámaras, el comentario musical e incluso ciertas referencias explícitas —los personajes acuden a un cine, a ver Camille (1937) de Cukor; un obrero y su patrón contemplan, fascinados, los carteles que anuncian ese film, Back Street, de Stahl o uno de Rodolfo Valentino— nos recuerdan la admiración que siempre sintió Téchiné por Cukor, Sirk, Demy, Becker, Truffaut y Ophüls (cuya influencia presidirá luego un curioso flashback). Para que el asunto resulte aún más insólito, estas referencias se mezclan con detalles, o incluso algunas escenas —como la que enfrenta a la lavandera Jeanne Moreau y a la anciana Oranne Demazis sobre un pañuelo, que recuerda Mouchette—, notablemente bressonianas, y que tienden a contrarrestar el élan folletinesco de la mayor parte de las secuencias de este primer tercio del film, a mi parecer el más logrado —pese a su heterogeneidad, es también el más coherente— y prometedor.
Pero he aquí que, a partir de una rara y muy distanciadora escena en la que Jeanne Moreau monologa mientras se prepara un almuerzo que no llegará a probar, lo que prometía ser una larga película de conflictos familiares e interclasistas, que posiblemente narraría la historia de varias generaciones de franceses, se convierte en una oscura y elíptica revisión, a vuelo de pájaro, de los últimos 35 o 40 años de la vida provinciana francesa. Cuando acaba la etapa frentepopulista, se acaban también una cierta «armonía» y la continuidad temporal, saltando bruscamente a escenas breves e inconexas, separadas a veces por una década, y en las que el espectador no francés tarda algún tiempo en situarse; la película, al mismo tiempo, deja de ser la historia de unos personajes individuales —más o menos auténticos, o increíbles, e interesantes— para convertirse en una especie de partida de ajedrez entre diferentes figuras emblemáticas que, más que a sí mismos, pasan a representar «clases sociales», «niveles económicos» o «posturas ideológicas», cuando no conceptos más o menos abstractos: así, Marie-France Pisier deja de ser una bella muchacha, bastante tonta, indudablemente burguesa y «mimada», y un tanto caprichosa e irresponsable, para convertirse, casi exclusivamente, en «la irresponsabilidad». Todo ello provoca una notable pérdida de interés en el film, que se hace cada vez más esquemático, simplista y convencionalmente «distanciador», mientras saltamos del Frente Popular a la ocupación alemana, de ésta a la resistencia contra los nazis, y luego, sucesivamente, a la liberación, al gaullismo, a Mayo del 68 y a la «reforma» giscardiana, sin que semejantes saltos temporales consigan darnos una visión sintética de lo que han sido los últimos años de la vida francesa. Naturalmente, la empresa de resumir significativamente en hora y media un período tan largo de la historia reciente de cualquier país es enormemente difícil —esperemos que pronto puedan enfrentarse con semejante problema los cineastas españoles—, pero Téchiné fracasa, sobre todo por omisión y por falta de profundidad, allí donde Jean-Marie Straub, apoyándose en una novela de Heinrich Boll inteligentemente reestructurada, triunfaba con la historia de Alemania en Nicht versöhnt (1965), film que Téchiné admiró cuando crítico y que, posiblemente, haya tratado de emular, sin éxito.
Pero lo grave de Souvenirs d'en France no reside en sus posibles errores de estructura, ni tampoco en su desmedida ambición, ni en sus pretensiones sociológicas o historicistas, sino en que tales objetivos, muy loables e interesantes «a priori», parecen el producto de una autoimposición forzada, de una postura adoptada a disgusto, que hace que el film pierda vitalidad y precisión, destruyendo retrospectivamente el melodrama de los treinta minutos iniciales, melodrama que no tenía por qué ser «burgués» ni «reaccionario», en el que, por otras parte, Téchiné parecía sentirse muy a gusto, y para el que le creo, en todo caso, más dotado que para el análisis histórico. A lo mejor me equivoco, pero me da la sensación de que Téchiné se sintió repentinamente avergonzado de lo que estaba haciendo, y decidió cambiar de rumbo a mitad de película, tratando luego de «hacerse perdonar» el esplendoroso melodrama que había empezado mediante una concienzuda —aunque apresurada— labor de «desmontaje» y «desmitificación».
En "Dirigido por" nº 34, jun-1976
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