No me explico que los autores de 27 horas -director y productor coguionistas- insistan tanto en que no es una película sobre la droga. Considerándola superior a las pocas que aprecio en que juega un papel equivalente -la europea More, de Barbet Schroeder, y la americana The Panic at Needle Park, de Jerry Schatzberg-, y hasta si lo que Armendáriz y Querejeta quieren dar a entender es que no desean venderla con esa etiqueta, o que no sólo trata de «eso», sus protestas sobran: la película se basta, pues, sin moralina ni psicologismo, supone implícita pero patentemente una advertencia acerca de los peligros de la heroína. Lo cual, dada esa ausencia saludable de sermones, explicaciones y sensacionalismo, está lejos de parecerme mal, sin que crea preciso dar el gato por liebre de hacer de 27 horas un poema romántico de amantes condenados. No es Paul et Virginia, ni You Only Live Once ni They Live by Night; no es evidente que Jon (Martxelo Rubio) muera, ni que se suicide, y todavía menos que lo haga por amor; cabe sospechar que Jon y la frágil Maite (Maribel Verdú) se quieren, pero su falta de ilusiones puede más que ese tenue afecto.
Como documento, 27 horas es verosímil. Sobre todo, porque no se presenta como tal. Aunque lo que muestra es terrible -los protagonistas mueren sin causa, pero sin razones para vivir, antes de los 20 años-, no se sale del cine con mal sabor de boca, precisamente porque sus autores han evitado el tremendismo, la sociología, el folletín, la divulgación y otras tentaciones menores, como el redentorismo o echarle la culpa a Madrid, gracias al rigor estilístico. Brutalmente elíptica en su repaso de las 27 horas de Jon, tiene la sequedad, concisión y justa distancia que permiten librarse de tales cepos. Ahora bien, ¿qué les ocurre a sus personajes, salvo que se inyectan heroína y que no encuentran nada lo bastante atractivo a su alcance como para que valga la pena dejarla? Por eso no entiendo que se niegue su función clave en 27 horas, película que confirma plenamente -en terreno más arriesgado, y en 81 minutos- la promesa de Tasio.
Publicado en el nº 6 de Cine Nuevo (diciembre de 1986)
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