No debo ocultar mi repugnancia a aceptar, en esta ocasión, la convención de apellidar el título de una película con el nombre de su director: me parece que escribir “de Antonio Drove” a continuación de “Mi mujeres muy decente dentro de lo que cabe”, el segundo film que le ha tocado realizar, no tiene sentido. Porque conozco a Drove desde hace muchos años, puedo asegurar —sin que tal hecho le exonere de la responsabilidad que, más o menos voluntariamente, ha asumido al aceptar dirigirla— que entre lo que a Antonio Drove le interesa y “Mi mujer es muy decente…” no existe relación alguna. Antes de cualquier juicio de valor, “Mi mujer…” es un film de José Luis Dibildos —su productor—, y dirigido por Drove. Que su trabajo profesional sea eficiente, de una pulcritud desacostumbrada, y de una soltura técnica notable, será de interés para el gremio de productores cinematográficos, pero no para aquellos espectadores —sin duda muy numerosos— que quedaron gratamente sorprendidos por su anterior película, “Tocata y fuga de Lolita”, película que, aunque también lastrada por un título francamente disuasorio y producida por Dibildos, conseguía elevarse muy por encima del nivel medio al que nuestro cine nos tiene dolorosamente acostumbrados.
La abismal diferencia de nivel que separa los dos primeros largometrajes de Drove obedece a las muy distintas circunstancias que concurrieron en su’ elaboración. En “Tocata…”, Drove aceptó un punto de partida y un esquema argumental —el enunciado por el título —, pero intervino a fondo en el guion, logrando introducir en él ciertos elementos personales, tanto en la estructura y las situaciones como en los personajes y los diálogos. Contaba, pues, con un campo de juego muy delimitado pero lo bastante amplio como para ejercer su profesión con un mínimo de libertad.
Durante el rodaje pudo dar forma a un material que en parte lo era propio, al que había dado muchas vueltas, y que fue matizando y asumiendo progresivamente, hasta conseguir la primera verdadera comedia cinematográfica que se ha hecho en España: una película divertidísima, llena de vitalidad, con una excelente dirección de actores (Arturo Fernández y Paco Algora en particular, sacando partido de las limitaciones expresivas del primero y de la impericia del segundo para componer dos auténticos personajes de cine), planificada con una claridad y una sensatez infrecuentes en nuestro país, con un ritmo que lograba sortear las inconsistencias arguméntales que no había podido eliminar del guion, con un grado de estilización que paliaba las faltas de gusto que el naturalismo caricaturesco dominante en la “comedia a la española” se hubiera complacido en exacerbar. Hasta tal punto había remontado Drove los obstáculos y las trampas tendidas a su paso que, aunque se trataba de un encargo, “Tocata y fuga de Lolita”—considerada globalmente— no desentona dentro de su breve pero exigente filmografía.
No ocurre lo mismo, desgraciadamente, con “Mi mujer es muy decente…”. Drove cometió el error, confiándose en exceso, de aceptar un guion que desconocía, en cuya elaboración no había participado y en el que ni siquiera podía introducir modificaciones, por falta de tiempo y de autoridad para ello. Alteraciones muy radicales y profundas tendrían que haber sido, para conseguir sacar a flote un guion que hacía agua por los cuatro costados y en el que ni siquiera los ingredientes proporcionaban un punto de apoyo digno. Y es que Dibildos —autor, junto con José Luis Garci, Chumy-Chúmez y Manuel Summers, de dicho guion— había cometido previamente un doble error: el de concebirlo y el de no tirarlo a la papelera y escribirlo de nuevo, partiendo de cero. Porque tanto a Dibildos como a sus colaboradores se les había ido la mano, dando al traste con la diferencia de grado que distingue las producciones de Agata Films de las habituales “comedias a la española”.
Tras un paréntesis de tres años, Dibildos reanudó su carrera de productor en 1974, lanzando la llamada “tercera vía del cine español”, invento publicitario digno de uno de los productores españoles de personalidad más acusada, junto con Elías Querejeta y Pedro Masó, supuestos representantes —precisamente— de las otras dos vías. La “tercera” podría haberse denominado, undécima o decimoséptima sin que el ordinal elegido alterase en lo más mínimo los productos que se venden con semejante etiqueta, porque la “tercera vía” no existe. Ni siquiera es “un término medio” entre las posturas atribuidas a Querejeta (críptico-elitista) y a Masó (chabacano-demagógica), sino que se sitúa a una distancia prudencial (pero no excesiva) de la más transitada de estas vías. La “tercera” sería una especie de “primera vía crítica” o “civilizada”, que sólo se aproximaría a la “segunda” (la más minoritaria) por su pretensión de ser “cine de ideas”. Pretensión que, como “Vida conyugal sana” y “Los nuevos españoles” permiten apreciar, se limita a servir de coartada para el rentable manejo de los ingredientes más manidos y menos recomendables del cine español: así, un largometraje publicitario y cómplice de la represión sexual se presenta como una crítica de la alienación publicitaria y con el título “sociológico-científico” de “Vida conyugal sana”; y un canto —tal vez inconsciente— al subdesarrollo, al pluriempleo y a la empresa marginal y rutinaria se arropa con la progresista apariencia de denunciar el imperialismo económico y la ética del éxito, importaciones americanas que acarrean el infarto a “Los nuevos españoles”.
Todo lo cual no impide que, en el caso de “Mi mujer…”, Dibildos haya rebajado excesivamente su nivel de comparativa dignidad, y que sólo la discreción y la elegante planificación de Drove hayan podido salvarle la papeleta, impidiendo que el film descarrilase estrepitosamente en la peor de las “vías”, hacia la que tendía todo el material de partida con una insistencia preocupante. Drove ha logrado, al menos —aunque poco es—, que la película no irrite ni provoque excesiva vergüenza ajena. Personalmente, encuentro deprimente y lamentable que Drove se desgaste en labores de fontanería cualificada, porque no vale la pena apuntalar —con su capacidad para dirigir a los actores, con su sentido del ritmo, con su inventiva visual— un edificio construido con material de derribo: una típica “idea ingeniosa” sin desarrollar, seguida de chistecitos verbales y visuales (por fortuna escasos: ¡toda una escena sin otra función que meter la “gracia” del canario pintado de futbolista del Barcelona!).
Drove no se complace en la mezquina grosería que le brinda el guion, ni la explota recurriendo a una planificación insistente, sino que trata de dar vida a los esquemáticos personajes que le ha tocado mostrarnos. A veces lo consigue, y María Luisa San José llega a resultar patética —cuando su amante la despacha a Ponferrada—, José Sacristán compone una inquietante figura de perverso puritano y Concha Velasco confiere cierto atractivo a un papel deslucido. Drove se ha esforzado más allá de lo exigible —y no sé si, incluso, de lo admisible, pues la película no merecía ser salvada del desastre—, inventando “gags” visuales, haciendo divertida alguna escena (la pelea con los americanos borrachos), embelleciendo a la joven “estrella” (en la primera escena en que aparece), profundizando en el personaje del estereotipado “galán cómico”, etc.
A pesar de todo eso, “Mi mujer es muy decente…” es una mala película, que demuestra que, si bien es posible —aunque no fácil— hacer un buen film con un guion mal construido (alterándolo, como en “Velázquez”), es imposible que un compendio incoherente de ideas horribles se convierta en una buena película.
En "Dirigido por" nº 22, abr-1975
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