Sorprende el éxito de esta película, cuya descripción telegráfica no puede ser menos incitante. Porque no es un melodrama -como tanto se ha dicho, contribuyendo a la confusión reinante alrededor del término-, género pasado de moda en el cine, pero popular en la televisión, sino una historia en que lo mucho triste y lamentable que sucede lo hace enfáticamente. Spielberg ratifica su indiscutible habilidad, pero también que ha perdido todo atisbo de naturalidad: la afectación preside cada encuadre, dicta cada composición y delata, una vez más, el vano afán de rehacer el cine del pasado que anquilosa a buena parte del cine americano. En esta ocasión los «modelos» son otros (Griffith, Vidor, Ford), pero se transparentan igualmente bajo las imágenes, y su huella originaria subraya hasta qué punto el calco no es exacto y la precisión inútil; si coinciden las formas, no sucede así con los resultados, porque falta el sentimiento.
Sólo los actores -en general, excepcionales, y más Margaret Avery que Whoopi Goldberg- parecen creer en sus papeles sin un esfuerzo como el que Spielberg, evidentemente, se ve obligado a hacer para presentárnoslos. Por eso la película, aunque funciona -gracias a ellos- y tiene cosas notables, resulta muy insatisfactoria; se ven más la voluntariosidad y el empeño que la historia que narra.
Cuestión muy otra es su presunto «racismo» o «antirracismo» (que vendría a ser lo mismo, pero con signo contrario; los no racistas no necesitan ser anti-racistas). La primera acusación procede, sin duda, de los que no admiten que se les presente -sean negros, policías, frailes, homosexuales, comunistas, empresarios- como machistas, corruptos, brutales, tontos o malvados, ni siquiera excepcionalmente. Tampoco es anti-racista, y, por lo mismo, no todos los negros son santos; como en cualquier otro colectivo de seres humanos, sea cual fuere el criterio de agrupación, hay de todo, y ninguno de sus integrantes es exclusiva y completamente blanco ni negro moralmente. Los problemas que plantea The Color Purple no son, pues, a mi entender, éticos o políticos, sino estrictamente cinematográficos, aunque todos sus protagonistas fuesen blancos, El color púrpura sería la antítesis de El rayo verde.
Publicado en el nº 6 de Cine Nuevo (diciembre de 1986)
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