lunes, 27 de noviembre de 2023

Clint Eastwood / Martin Scorsese

Duelo en Oscar Corral

Supongo que quizá con la sana o interesada intención de dar algo de “emoción” y hasta de “suspense” a la siempre aburrida ceremonia de la entrega de premios de la Academia de Hollywood —que es, al cubo, como todas estas ceremonias—, este año se vaticina un “duelo en la cumbre” entre Martin Scorsese, del Este, de New York, y Clint Eastwood, del Oeste, de California, que parecen disputarse los galardones más codiciados con las dos películas más “nominadas” del año. Yo creo que —si los de la Academia no optan, aunque sea al azar, por alguna solución poco lógica, pero de esas que pasan por ser “salomónicas”, dándole a uno (Scorsese) el premio al mejor director y al otro el Oscar de la mejor película—, lo más probable es que de este supuesto combate de boxeo salga ganador Martin Scorsese, con el que, por lo que dicen, la Academia estaría en deuda; parece —no llevo las cuentas de estas cosas, a mi entender irrelevantes— que a Scorsese no le han premiado nunca con la estatuilla del mejor director, mientras que a Clint sí… yo, distraídamente, hubiera dado por supuesto que cada uno tenía un par de “Oscares” en alguna vitrina (o en el ropero), pero por lo visto no es así, y algunos que sí las llevan, y por lo visto creen que las Academias son justas y razonables, reclaman para Marty lo que quizá otro año haya merecido con creces, pero este, ay, a mi modesto entender, no, y de ninguna manera, y menos todavía el de dirección.

No hay color

A mi juicio, no hay color, ni cabe comparación entre la magistral —y audaz, dentro de su tranquilo clasicismo— Million Dollar Baby y la muy mediocre y aburrida —aunque vistosa y ruidosa, no lo negaré— The Aviator. No tengo ninguna afición al boxeo (aunque, en el cine, lo encuentro muy interesante), y en cambio he sido un fanático de la aviación hasta que el cine la desplazó de la cumbre de mis múltiples aficiones e intereses, sin que haya dejado de agradarme ver aviones bien filmados. Además, algunas de las estrellas y hasta starlets que le gustaron tanto —según dicen las malas lenguas, los rumores y las biografías más o menos apócrifas— a Mr. Howard Hughes me gustaron mucho a mí también, por lo cual su excéntrica y retorcidamente misteriosa personalidad (quizá meramente trastornada) me era, a priori, mucho más apetecible que la supuesta historia de una boxeadora treintañera y su muy reticente entrenador setentón, que es como, cuidadosamente, hay que presentar el último Eastwood para no destriparlo.


La película de Eastwood es, creo, una de las cinco o seis mejores que ha dirigido —para mi gusto, muy superior a Mystic River y Sin perdón—, y además contiene uno de sus dos o tres mejores trabajos como actor. Pareciéndome hoy Clint Eastwood, sin discusión, el único cineasta de Hollywood con el que habitualmente “se puede contar” y que, sin proponérselo como meta obsesiva ni imitar a nadie, se podría comparar con los clásicos, es evidente que, no habiendo visto todas las que se han hecho, dude que se haya realizado en los Estados Unidos ninguna tan buena en el año 2004. La última de Scorsese, en cambio, es, por desgracia, una de las más flojas de su carrera; si se me apura, la peor que ha realizado nunca; y no tanto porque sea realmente muy mala —pues su talento casi nadie lo discute, y a veces brilla un momento—, sino porque es muy insatisfactoria, muy mediocre y convencional, carente de emoción y hasta de interés casi desde el comienzo, sin que apenas logre remontar el vuelo en alguna escena aislada —por ejemplo, cuando sale Alan Alda y se contiene al borde de la caricatura—; como, para colmo, dura innecesariamente casi tres horas y con muy mal ritmo, la verdad es que se me hace francamente pesada. Mucho de lo que nos muestra, como lo conocemos de vista o de oídas, resulta falso e irritantemente poco plausible (tales los retratos misóginos que dibuja de las impares Katharine Hepburn y Ava Gardner, pero maltrata hasta a Faith Domergue); como Leonardo DiCaprio, buen actor por lo general, no da en absoluto el tipo de Hughes, y encima es uno de los productores ejecutivos de El aviador, resulta que lo fía todo a las pelucas y la brillantina, y que Scorsese no lo frena cuando recurre a las muecas y los ademanes exagerados. De tal modo que se convierte en una caricatura digna de un Museo de Cera, y nunca nos lo creemos. El periodo de la vida del magnate industrial, pionero de la aviación, obseso múltiple, misántropo, productor (e interesante director) de cine y piloto Howard Hughes que Scorsese y su guionista han decidido sobrevolar a trompicones es demasiado breve (y no quizá el más significativo ni el más intrigante) para tanto metraje, mal estructurado además, y con una insistente simplificación freudiana al tratar de hacernos creer que todo se explica por la obsesión patológica por la higiene que padecía y le trasmitió de niño su pobre madre. En una de las películas que se van a disputar el “óscar” se nos cuenta, sin orden ni concierto, parte de una historia conocida, y no demasiado interesante, sin contribuir a nuestra mejor comprensión de los seres reales a los que alude a través de gesticulantes marionetas.


Sin sensiblería

En la de Eastwood se nos narra con sobria seguridad y sin sensiblería alguna una historia imprevisible e impresionante de personajes de ficción a los que acabamos tomando cariño y a los que entendemos, por lo que su destino y sus decisiones acaban por importarnos y emocionarnos, sin que traten de forzarnos a ello. Al final, son más reales Frank Dunn y Maggie que Hughes y sus satélites.


Yo no le daría a El aviador ni siquiera el premio a la dirección artística o al diseño de producción: me parece imperdonable presentar como Lockheed “Constellation” un montón de “SuperConstellation”, y encima con el radar que en 1956 (nueve años después del final de la película) todavía no llevaban en el morro. Pero el que menos le daría es precisamente el de dirección, pues nunca el siempre nervioso y un tanto exagerado y hasta inelegante Scorsese ha sido tan enfático, desmedido y ampuloso como en El aviador, hasta tal punto que, quizá por contraposición y contraste, me pasé toda la película añorando al desaparecido Robert Bresson, cineasta al que sin duda Scorsese dirá que admira (aunque sea a través de Paul Schrader), pero del que, decididamente, no ha aprendido nada. Ni siquiera las reglas de la economía, la eficacia, la concisión y la elegancia que descubrieron, cada cual a su manera, esos antiguos artesanos de la serie B a los que tanto proclama adorar Scorsese el cinéfilo, que parece cada vez más el olvidado Dr. Jekyll de un predominante Mr. Hyde director. Claro que a las Academias les suelen gustar los estilos academicistas… así que estaría dentro de lo normal que la mayoría de los votantes se inclinaran por Scorsese frente a Eastwood, entre otras cosas por razones tan absurdas como encontrarlo “más europeo”, “más joven” o “más moderno”; esto último sería muy discutible, y cronológicamente es falso, ya que Scorsese rodó su primer corto en 1963 y empezó su primer largometraje en 1965 (aunque tardase un par de años en acabarlo), mientras que la primera película dirigida por Clint Eastwood data de 1971. Supongo que, como de costumbre, discreparé de la Academia, y que no le darán a Million Dollar Baby todos los “óscares” que se merece, desaprovechando la infrecuente ocasión de premiar lo mejor del año.


Si algún día lejano alguien echa la vista atrás a esta edición de los Oscar 2005, puede llevarse la acertada impresión de que en Hollywood este ha sido el año de los ‘biopics’, es decir, las películas biográficas. No sólo El aviador de Scorsese saca a relucir las luces y sombras de un personaje tan fascinante como lo fue Howard Hughes, sino que otras vidas no menos fascinantes también han sido llevadas a la gran pantalla y compiten con sendas candidaturas, entre ellas a la Mejor Película, como son los filmes Ray (6 nominaciones), de Irwin Twinkler —notable y emocionada recreación del pianista Ray Charles por el nominado Jammie Foxx—, y Descubriendo Nunca Jamás (7 nominaciones), la lúcida y edulcorada visión de Marc Foster sobre el autor James M. Barrie (Johnny Depp, también nominado) en el período que escribió Peter Pan. En la misma senda del ‘biopic’ cabría identificar la propuesta de Alejandro Amenábar de filmar la vida y muerte de Ramón Sampedro en Mar adentro, que se disputará la Mejor Película de Habla No Inglesa con El hundimiento, sobre los últimos días de Adolf Hitler.

En "El Cultural", 24/02/2005

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