Pocos primeros largometrajes españoles, europeos y hasta del mundo han resultado tan satisfactorios y añorables como Solas, con el que Benito Zambrano, ajeno a modas y conveniencias, tuvo a bien sorprendernos hace ya casi cuatro años. Seguimos sin saber gran cosa de este director; entonces no sabíamos absolutamente nada, salvo lo que la propia película daba a entender, si se quiere algo relativamente elemental, pero yo creo que muy importante, y - tristemente - insólito en los tiempos que corren. Se palpa, nada más empezar la película, que tiene algo que decir, y que el director quiere narrarlo, trasmitírselo a otros, a esos desconocidos variopintos que, cuando hay suerte, llenamos las salas de cine. Zambrano, muy modestamente, va a lo suyo; es decir, se limita a intentarlo, aunque sea de forma poco llamativa, que no sólo no atrae la atención hacia los modos y maneras de contarlo, sino que, sobre todo, no pretende que nos pasemos su metraje exclamando "Qué talento, qué inventiva, qué pericia" la de este Zambrano. Es decir, es una película que se "limita" a contar lo que le pasa a una serie de personajes veraces, creíbles, que existen en la realidad, en lugar de ser un spot publicitario de cien minutos acerca de un señor llamado Benito Zambrano, que trata de hacerse rico y famoso a la mayor velocidad posible.
Esto, que parece de lo más normal, y en alguna época lo fue, es hoy una auténtica rareza. Motivo suficiente para celebrarlo y para sentir gratitud hacia Zambrano; incluso si la película no estuviese conseguida, y fuese menos lograda que bienintencionada, como tan a menudo sucede con los primeros largos, ya hubiera infundido algunas esperanzas en su futuro, y nos incitaría a contemplar la película con paciencia y generosidad.
Lo curioso es que, pese a su tono menor, a su falta de alardes, a su aversión al efectismo, a su afán de no cargar las tintas, la película, asombrosamente, es mucho más de lo que parece ofrecer. De pronto - y sin que hayan transcurrido muchos minutos -, tenemos la sensación de que aquello que se nos muestra es cierto. Y la sobriedad con que sucesos tremendos nos son referidos produce emoción. Vemos belleza, decencia, sinceridad, autenticidad en los personajes. Descubrimos que, pese a no filmar nada hermoso, ni eludir lo desagradable, lo desabrido o lo áspero, hay belleza también en la película. En su tono, su paso, su ritmo, su respiración, en la distancia justa con que mira, en la preocupación que, deducimos y compartimos, siente el cineasta por los personajes, que le importan, le afectan, le conciernen; que ni siquiera se permite maltratar, odiar o insultar cuando se ponen más antipáticos, menos racionales, más brutos, o se entregan a una visión unánimemente negativa, casi complacientemente negra, desmovilizadora, de su vida y del mundo.
No es una película de esas que pertrechándose en su cómoda seguridad, adoptan un tono de superioridad y denuncian un estado de cosas, se quejan en abstracto, buscan culpables que nos permitan sentirnos plenamente irresponsables o imparten lecciones de economía política, sociología y psicología a diestra y siniestra, mostrándonos cuán equivocados estamos todos por no hacer lo que el autor propugna, casi siempre de forma vaga y mágica, sin demostrar - ¿para qué?, y sobre todo, ¿cómo? - la eficacia o justicia de sus "remedios". No dora la píldora, no omite nada, no embellece a los personajes para hacernos más tragaderos sus defectos o sus limitaciones, su pasividad o su fatalismo, su malhumor o su falta de sentido de la supervivencia.
No son, pues, personajes blancos o negros, ni meticulosa y proporcionadamente grises, ni estáticos, para siempre resumidos en una fórmula o definición lapidaria; no son representantes emblemáticos, sino individuos vivos, con sus virtudes y defectos, con sus equivocaciones y manías. Por eso, al final, tenemos la impresión de haber llegado a conocerlos, de entenderlos mejor.
Texto preparatorio para la presentación de la película en Vitoria en el ciclo “Las generaciones del cine español” de la Sociedad Estatal España Nuevo Milenio (25 de enero de 2002).
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