lunes, 13 de noviembre de 2023

Phantom of the Paradise (Brian De Palma, 1974)

EL FANTASMA DEL PARAÍSO

Phantom of the Paradise (1974) no es otra cosa, en el fondo, que la cuarta versión cinematográfica de la novela de Gaston Leroux Le Fantôme de l'Opéra. Tras Rupert Julian (1925), Arthur Lubin (1943) y Terence Fisher (1962), es ahora el joven Brian De Palma quien aborda esta bella y melodramática historia de venganza, con la novedad de que podría rebautizarse ahora El fantasma de la ópera rock y de que la trama originaria, seguida con fidelidad, ha sido embellecida con elementos procedentes de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y de los mitos fáusticos tratados por Chamisso, Goethe y varios otros escritores germánicos (El estudiante de PragaEl hombre que vendió su sombra al diabloFausto, etc.), sin olvidar ciertas alusiones a Drácula, la criatura del Dr. Frankenstein (a través de The Rocky Horror Show) o el Golem. No se piense, sin embargo, que el guion de De Palma —que, cínicamente, se presenta como original, sin citar ninguna de sus numerosas fuentes, directas e indirectas— se limita a acumular referencias culturalistas, cinefílicas o folklóricas, pues lo más destacable de El fantasma del Paraíso es, precisamente, un grado de coherencia interna y de asimilación de temas aparentemente dispersos pero —De Palma lo prueba— estrechamente relacionados entre sí; coherencia que, desgraciadamente, no se extiende a la puesta en escena, excesivamente heterogénea dese un punto de vida estilístico.


Ahora bien, con la ayuda de circuitos cerrados de televisión al estilo del Dr. Mabuse, contratos sellados con sangre pero grabados en videotape, esbirros neonazis sin duda reclutados entre los Hell’s Angels de Kenneth Anger o Roger Corman, la histeria de los fans, cierto homosexualismo, el consumo de drogas, las maniobras capitalistas de la Death Records, y el afán de éxito y eterna juventud y riqueza de Phoenix y Swan —recuérdese el Fénix que renace de sus cenizas y el canto del Cisne—, De Palma ha logrado, por un lado, actualizar coherentemente El fantasma de la Ópera.

No conozco a Paul Williams, cantante que comparte con De Palma la paternidad del film —actor, autor de la música y de la letra de las canciones, co-productor—, y no siento particular interés por un sector del rock moderno más o menos vinculado con el Gay Power (David Bowie, Alice Cooper) o la Warhol Factory (Lou Reed, Eno, Velvet Underground), por lo que tal vez sea incapaz de apreciar algunos de los valores de Phantom of the Paradise.

En principio, la idea de actualizar El fantasma de la Ópera podría parecer descabellada y condenada de antemano al fracaso, por tratarse de una melodramática historia de amor y venganza un tanto pasada de moda. Sin embargo, el trasplante al mundillo de las casas discográficas y del rock, en Estados Unidos y 1974, llevado a cabo por De Palma, hace la trama aún más verosímil que en el París romántico de Gaston Leroux. Un compositor, Winslow Leach (William Finley), se ve desposeído de la partitura de su «cantata rock» Faust por el maléfico y todopoderoso Swan (Paul Williams), antiguo cantante y dueño, en la actualidad, de Death Records y del Paradise; en un intento desesperado de recuperar su composición, Leach queda horrorosamente desfigurado y pierde la voz. Mientras tanto, Swan se dispone a inaugurar el Paradise con Faust, pero en una versión desvirtuada por sus nefastos intérpretes, «The Juicy Fruits», astros de la casa. Ante el sangriento sabotaje de Leach, Swan llega a un pacto con él, en virtud del cual Leach termina la cantata, que será estrenada por Phoenix (Jessica Harper), una joven cantante de la que se ha enamorado. El desenlace, tras las incidencias clásicas (puestas al día con mucho ingenio y cierta ironía), es el de todas las versiones de la historia y además, en segundo término, relacionar esta barroca venganza con una serie de mitos —Fausto, Dorian Gray, Mabuse, Pigmalión y Galatea, Svengali y Trilby, el Dr. Frankenstein y su criatura, Drácula, etc.—, dándole una dimensión suplementaria y soterradamente humorística, sin que la tonalidad irónica llegue a disipar la naturaleza terrorífica del relato. Así tenemos que el retrato de Swan está filmado en video; que lo que vendió al diablo no fue su alma, ni su sombra, ni su reflejo en el espejo, sino su imagen; que a la vez que Dorian Gray y Fausto es, para Leach y Phoenix, un Mefistófeles y, para el compositor, un vampiro; que los tres personajes principales son —por diferentes motivos— fáusticos.

Lástima que Brian De Palma, notable en la dirección de actores, y pese a no ser ya ningún debutante, carezca todavía de un estilo personal y lo bastante coherente como para que sus películas lleguen a ser algo más que interesantes tentativas, prometedores esbozos o fracasados ensayos. Al igual que en Sisters (1972), De Palma se revela muy interesado por las estructuras complicadas —llenas de flashbacks esclarecedores—, por las historias de venganza, por las convenciones de los géneros cinematográficos —de los que se sirve con soltura e ironía no despectiva—, y como un ferviente admirador de Hitchcock, a quien rinde homenaje reiteradamente (en Phantom of the Paradise crea suspense mediante un pastiche de la escena de la ducha de Psicosis, que resuelve con un inesperado y divertido gag cómico); pero, también como en Sisters, se muestra excesivamente ecléctico e indeciso en el momento de rodar, filmando cada escena con un estilo diferente (en general, ajeno), y sin que exista la menor unidad visual en la película. Junto a imágenes espléndidas y llenas de imaginación plástica o dramática, imitadas unas y originales otras, nos encontramos con planos vacilantes, torpes, descuidados, ridículos, echados a perder por el mal uso y abuso de objetivos distorsionantes, o por un montaje más atento a lo que se consideraría aceptable para un playback televisivo que a las necesidades dramáticas y musicales de la escena en cuestión.

Todo esto quiere decir que, si bien teóricamente, sobre el papel, en el guion, De Palma ha conseguido elaborar una paráfrasis moderna y orgánica de una serie de mitos literario-cinematográficos, ha sido incapaz, en cambio, de crear continuamente los sonidos y las imágenes necesarias para convertir un guion interesantísimo en una película igualmente apasionante, tal vez por falta de medios o de tiempo, en ocasiones por timidez, a veces por exceso de ideas o por incapacidad para mantener el tono adecuado, el caso es que De Palma sigue siendo, por lo que dejan entrever las dos películas suyas que se han estrenado en España, un cineasta prometedor, que no ofrece garantías pero que puede darnos cualquier día una sorpresa y que resulta más interesante que gran parte de los directores americanos de la última hornada. Phantom of the Paradise, al igual que Hermanas, y tal vez un poco más, es una película muy curiosa.

En "Dirigido por" nº 28, nov/dic-1975

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