Esta película contiene una de las escenas más dignamente tristes de la historia del cine: los apaches chiricahuas dejan caer al suelo sus lanzas –auténticas banderas en el polvo– y sus penachos de plumas; las patas de sus caballos borran los dibujos en la arena –huellas de una cultura que se sabe condenada– y la tribu entera –o lo que queda de una noble raza guerrera– emprende su fatigosa marcha a la reserva.
Hay también una cascada de barro inolvidable, el más seco y bello colorido: tierras rojas contra nubes grises, blancos y amarillos, casacas azules, verdes pinos. Y Suzanne Pleshette, que hubiera llegado a ser una gran estrella de haber seguido en activo cineastas como Walsh, de los que ya no quedan.
La capacidad de indignarse a los setenta y siete años; la sabiduría y la experiencia, la soltura y la falta de pretensiones que permiten hacer un filme a la vez sencillo y complejo, clásico y crítico de la tradición, dinámico y reflexivo, en el que se dan la mano –como en Baroja– humor y romanticismo.
Como Siete mujeres (Ford), Topaz (Hitchcock) Gertrud (Dreyer), Peligro… ¡línea 7.000! ;(Hawks), Le Caporal épinglé (Renoir), Tristana (Buñuel), La condesa de Hong-Kong (Chaplin), Un gángster para un milagro (Capra), Samma no aji (Ozu), Akasen chitai (Mizoguchi), Love Among the Ruins (Cukor) y ;La vida privada de Sherlock Holmes (Wilder), por poner unos pocos ejemplos ilustres, Una trompeta lejana ;es la obra de un cineasta en plena posesión de sus facultades que ve acercarse su hora y que, desde la última vuelta del camino, contempla con lucidez y legítimo orgullo su larga vida creadora y decide reafirmar su trayectoria (o rectificarla) antes de despedirse.
Un filme de retirada que es una victoria. Un western dirigido a caballo. La última película de Raoul Walsh, tuerto, aventurero y poeta.
En “Casablanca” nº2, feb-1981
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