lunes, 6 de noviembre de 2023

Bite the Bullet (Richard Brooks, 1975)

MUERDE LA BALA

Bite the Bullet (1975), para mí el mejor film de Richard Brooks en diez años (desde, precisamente, Lord Jim), es una obra destinada al fracaso comercial con independencia de que lo tenga o no, depende del atractivo del nombre de sus intérpretes y, sobre todo, crítico. Lo primero, porque es un film demasiado puro e inocente como para encontrar, en 1976, un público mayoritario; lo segundo, porque incluso para los amantes de western y los admiradores de Brooks, tiene pocas pretensiones (a diferencia de Los profesionales), y errores demasiado evidentes (aunque, como luego veremos, muy significativos), pero sobre todo, porque es un Western arcaico. Sus antecedentes no deben buscarse en el western psicológico de los años 50 (Anthony Mann, Budd Boetticher, Samuel Fuller, Nicholas Ray, etc.), sino en los de William S. Hart (por ejemplo, The Silent Man, 1917). Esto, ya evidente en la primera secuencia del film, cuando Sam Clayton (Gene Hackman) coge en brazos a un potrillo y lo monta sobre su caballo, se pone de manifiesto cuando su viejo camarada Luke Matthews (James Coburn) advierte al petulante Carbo (Jan-Michael Vincent): «¿No conoces a Sam Clayton, protector de animales desvalidos, de damas en apuros, de niños perdidos y de causas también perdidas?», lo que nos define a Clayton como un «caballero andante» y, a la vez, como un perdedor, introduciéndonos a dos de los temas fundamentales de la película: el amor a los caballos (y, por extensión, a la naturaleza, al Oeste) y la dialéctica del «éxito» y del «fracaso» (preocupación muy americana, y muy brooksiana: Elmer GantryDulce pájaro de juventudLord JimLos profesionales revelan su obsesión por «la segunda oportunidad» y por la «victoria moral»). Porque Muerde la bala, más que un western ecológico (no olvidemos la importancia del ferrocarril, ni que la acción transcurre hacia 1910), es un apólogo moral; como todas las películas del idealista Richard Brooks, pero con una diferencia fundamental: en lugar de un sermón, una diatriba o una requisitoria, enfática y excesivamente explícita, nos hallamos ante un film particularmente lacónico, seco, sereno y armonioso, que fluye reposadamente —como los últimos de los viejos maestros: Ford, Hawks, Walsh—; un film de poco argumento y mucho tema, muy cercano de tonalidad, de espíritu y de ritmo al Hatari! de Hawks, con idéntica despreocupación narrativa —no es el relato lo que importa, sino las situaciones y los personajes— e idéntica generosidad.


Se dirá, con razón, que Bite the Bullet es un film nostálgico, no ya porque añore un tratamiento del género muy distante del violentismo imperante (en este sentido, está en los antípodas del spaguetti western), sino porque revela el amor al Oeste de un hombre que, nacido en Philadelphia en 1912, no pudo conocerlo ni vivirlo (de ahí una preocupación por la autenticidad no tan evidente en los viejos pioneros, que sí lo conocieron). Se le reprocharán a Brooks sus sinceras declaraciones: «Quería que emanase de este film una especie de alegría. Que el público ría, se divierta, llore, sin recurrir a escenas eróticas o de violencia para estimularle. (…) Quería darles una oportunidad de experimentar sentimientos. Sentimientos, y no sensaciones. Por eso he hecho Bite the Bullet». Sentimientos tal vez anticuados, tan poco vigentes que tal vez ni el mismo Brooks se atreve a creer en ellos: no encuentro otra explicación —la que da el director no me convence lo más mínimo— a dos absurdos «ralentí» que se dan de tortas con el límpido, sencillo, sereno y clásico estilo del film y que, para mí, revelan falta de fe en lo que en esos momentos ocurre: 1) que el viejo Matthews, en su mediocre caballo, consiga adelantar al joven Carbo; 2) que Clayton —una vez decidido a ganar— permita que Matthews le alcance, para llegar empatado a la meta. Da la sensación de que Brooks considera tales acontecimientos como puro wishful thinking, como un «cuento de hadas» (un poco como los planos en negativo que «minan» el final feliz de Alphaville). Es una lástima que esa ruptura estilística —concesión a una estética del filmlet publicitario que ha hecho mella en el reciente cine americano, con la consiguiente pérdida de coherencia, y que también dañaba a un admirable western, parecido a Bite the Bullet, realizado por Blake Edwards en 1971, Wild Rovers (y ciertos errores de guion) escrito día a día—, como unas peripecias con bandidos (hacia el final de la película) que no añaden nada ni están muy claras —ni siquiera de realización— impidan que el último film de Brooks llegue a ser una obra maestra, ya que contaba con todos los elementos necesarios para serlo, y representa la superación, casi total, de ciertas limitaciones de este noble y honrado director, tanto en la dirección de actores (admirables todos, en especial Hackman, Ben Johnson, Coburn, Candice Bergen) como en la planificación (nunca forzada ni enfática) o en la estructuración del relato (jamás demostrativa o psicologista). En todo caso, Bite the Bullet es un gran western y, cosa rara, un film muy moral y nada moralizante, que prueba que Richard Brooks no está acabado, sino comprometido en la ardua tarea de bien viellir, madurando sin corromperse ni desmoralizarse. A los 64 años, el angry young man de Deadline U.S.A. (1952) o Semilla de maldad (1955) empieza a convertirse, tal vez, en un viejo maestro.

En "Dirigido por" nº 31, mar-1976

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