lunes, 13 de noviembre de 2023

The Black Windmill (Don Siegel, 1974)

EL MOLINO NEGRO

Se ha dicho que “El molino negro” (1974) es un film poco característico de su director, Don Siegel. Se olvida, sin duda, que Siegel se educó en Inglaterra, escenario de su último film y país de origen de la mayor parte de sus intérpretes; y que algo empuja a los cineastas americanos —nacidos o no en los Estados Unidos— a rodar alguna vez en Inglaterra (Mankiewicz, Cukor, Preminger, Hitchcock, Ford, Aldrich, Fleischer, De Toth, Wilder, Ray, etc.), cuando no se afincan en las Islas Británicas (Donen, Huston, Losey, etc.). Se arguye que Siegel no ha hecho antes películas de espionaje —como si eso significase algo para un director que ha explorado todos los géneros—, sin reflexionar un momento y ver que el motor del film no es una misión de espionaje, sino un secuestro, un chantaje y un robo —con las consiguientes ocultaciones, trampas y persecuciones—; es decir, un suceso criminal semejante a muchos otros que pueden encontrarse en el cine de Siegel.


La diferencia básica entre “The Black Windmill” (o cualquiera de sus obras recientes) y los films que realizaba Siegel en los años 50 estriba en que se trata, evidentemente, de películas de serie A, y no de paupérrimas producciones rodadas en dos o tres semanas, y en que se presentan explícitamente como “ A Siegel Film”. Sin embargo, el autor de “Código del hampa” lleva ya bastantes años actuando fuera de los estrechos márgenes de la serie B, sin que por ello su estilo haya perdido ninguna de sus virtudes más características y más directamente procedentes de la serie B. Sus últimas películas no han perdido eficacia, concisión ni brutalidad; concretamente, “El molino negro”, como “Brigada Homicida”, “Harry el sucio” “La gran estafa”, pero también como “Estrella de fuego” o “Comando”,es un film extraordinariamente rodado y montado, con una dirección de actores sobria y eficaz, con un ritmo y una tensión perfectamente sostenidos a lo largo de toda la narración. Tal vez, si cabe, sea una película más precisa y cuidada que las que realizaba hace quince o veinte años: los medios disponibles han sido empleados económicamente, sin alardes ni derroches, y han beneficiado el resultado final. Por otra parte, la mayor libertad con que ha contado Siegel en sus últimas películas —tras el éxito de “Harry el sucio” y el abandono de Clint Eastwood— permite hacerse una idea más precisa de cuáles son sus ambiciones y de qué es lo que realmente le interesa.

En el cine de Siegel nunca ha habido héroes, sino más bien, en todo caso, antihéroes, cercados por ambos lados y desprovistos de verdadera iniciativa. Sus personajes no tienen más campo de maniobra que el (incómodo y estrecho a más no poder) que existe entre la espada y la pared. Astutos y obstinados, ligeramente desequilibrados incluso, los personajes de Siegel aguantan mientras pueden, hasta que su resistencia llega a un punto límite; entonces estallan violentamente, y actúan por su cuenta, sin escrúpulos de ninguna clase, a cualquier precio, desobedeciendo a sus superiores (del hampa o de la ley), sin arredrarse ante ningún riesgo, sin escuchar ningún consejo. Esta aventura se ve saldada por el éxito, y a veces también por la muerte, y a través de ella Siegel muestra que ambos bandos —por opuestos que sean— recurren, en el fondo, a los mismos métodos. El individuo se ve obligado a luchar al mismo tiempo con las organizaciones rivales que se enfrentan, aquella inicialmente enemiga y aquella a la que pertenecía pero a la que ha traicionado. El antihéroe de Siegel emprende una guerra privada, sin cuartel, contra todo aquello que se interpone entre él y su objetivo: el caso más extremo es el de Charley Varrick, “el último de los independientes”, en “La gran estafa”. En este sentido, “El molino negro” no puede ser más típico de Siegel: es el relato sin pretensiones —ni tema explícito— de una aventura individual que no cambia o modifica al personaje central sino, a lo sumo, sus relaciones con el medio cuyas leyes infringe (el servicio secreto, el hampa, la policía) o con alguna persona (aquí su esposa). Parece evidente que Siegel no tiene el menor interés por crear suspense argumental (desde la única aparición de Mrs. Julyan, sabemos que su marido es el traidor); no trata de hacer un whodonit. El único suspense que Siegel intenta crear y mantener es el de la propia acción; su objetivo parece limitarse a sostener una tensión continua y creciente, sin introspección psicológica ni identificación del espectador con el personaje, sino lograda exclusivamente mediante el propio ritmo de la acción y los giros de la narración. Siegel, sin duda molesto por las interpretaciones tendenciosas que sufrió “Harry el sucio” —film totalmente ambiguo, pero no tan reaccionario como algunos se apresuraron a proclamar—, y tras exponer sus ideas con una claridad meridiana en “Charley Varrick” (una de las pocas obras maestras que nos ha dado el cine americano en los últimos tiempos), parece rechazar todo mensaje, toda ejemplaridad, toda expresión; en “El molino negro” se limita a narrar, a trazar una seca crónica de aventuras, acción y supervivencia. La dureza, la economía narrativa, el impacto visual, la violencia sin contemplaciones ni complacencia, la ausencia de sentimentalismo y el behaviorismo anti-psicológico son virtudes que siempre han caracterizado el cine de Siegel, pero que en su última película alcanzan un máximo: Siegel se mantiene constantemente objetivo y distante, sin introducirse en los personajes, negándose a politizar artificialmente la trama —maniobra que está muy de moda en todas partes; véase por ejemplo “Los visitantes” de Kazan—, rechazando cualquier tentación significante o parabólica. En este sentido, el cine de Siegel se ha convertido en un cine modesto y verdaderamente marginal. Esperemos que esa voluntaria marginación, esa decisión de convertirse en artesano independiente cuando tenía a su alcance la posibilidad de manifestarse como verdadero autor no le confine al silencio (como a Budd Boetticher) ni a una inactividad sólo intermitentemente superada (como a Samuel Fuller, cuyo “Dead Pigeon on Beethovenstrasse” sigue, encima, inédito en España); de momento, Siegel continúa en la brecha, rodando “The Night I Caught the Santa Fé Chief”, película basada en la primera novela de Edward Thorpe y que ofrece un argumento muy prometedor en manos del hombre que dirigió “Baby Face Nelson” “The Line-Up”.

En "Dirigido por" nº 22, abr-1975

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