La afirmación que da título a esta película obliga a hacerse preguntas hasta el extremo de ponerle a todo un signo de interrogación. ¿Dónde estamos, qué sucede, quiénes somos, hacia dónde vamos, qué será de nosotros? Hace pensar en los interrogantes del famoso cuadro de Paul Klee. Lo cual ya, para empezar, no es lo habitual en el cine. De ningún país, de ninguna época. Salvo muy contadas excepciones, muy de tarde en tarde.
¿Es el personaje misterioso y con poderes que encarna Luis Miguel Cintra el Diablo, como proclaman los títulos y a veces uno sospecha que, en efecto, pudiera serlo, aunque un diablo extremadamente educado, grave, crítico pero más bien parece un benigno perturbador, un tentador responsable? Pero, ¿un diablo enamorado? Eso sí, de una no menos misteriosa y hermosa mujer independiente, bienhumorada y decidida, Almudena (Mónica López), cuyo labio y barbilla están surcados por una cicatriz que no logra afearla, sino más bien atraer hipnóticamente hacia ella todas las miradas.
¿Qué relato extraño se va tejiendo, sin orden visible pero con calma, a lo largo de esta película no ya elíptica sino resueltamente saltarina, melancólicamente alegre, que pasa como por arte de magia (de la magia del montaje) de un rincón a otro del mundo, de un paisaje desértico a una selva verde y espesa, y de un tiempo pasado a otro tal vez futuro o hipotético, en la que tanto el diablo como otro enigmático personaje (Alberto Sanjuán) intercambian tremendas historias de destrucción y caos?
¿Cómo se combina tan tranquila y felizmente una escena de comedia, otra de sátira política, quizá una de suspense y otra de apocalipsis anunciado, con un, en el fondo, escéptico o tal vez nostálgico romanticismo, o con una de las raras – y más largas y emocionantes - escenas de baile de una pareja de todo el cine español, algo no visto ni soñado por lo menos desde El Sur (1983) de Víctor Erice?
Y no hay en esta excepcional película, como pudiera pensarse, ni desorden, ni estridencias, ni superficialidad, ni chistes fáciles, ni grosería ni cursilerías, ni sensacionalismo alguno ni autopromoción autoral, sino una especie de sobrio y nunca sombrío dramatismo, de nostalgia por lo que quizá pudo ser pero no fue y es ya imposible recobrar porque, si somos realistas, el tiempo no se detiene y la vida sigue y pasa, y los pasos dejan huellas y las huellas no se borran porque, en todo caso, se recuerdan.
Texto preparatorio para la presentación de la película en los “Encontros Cinematográficos” de Fundão (abril de 2018).
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