La decimoquinta edición del festival de Berlín ofrecerá una retrospectiva completa de la obra de Fritz Lang. Nunca está de más recordar la obra inmensa de uno de los más geniales creadores de formas, intrigas y mitos que ha dado el cine, pero la verdadera noticia es que han aparecido materiales inéditos o dados por perdidos —incluso negativos originales— y que hay nuevas reconstrucciones, restauraciones y tirajes de copias.
Pueden imaginar lo costosa que habrá resultado tal recuperación de películas “viejas”, de dudoso valor comercial hoy en día, y eso explica que sus promotores hayan tenido que urdir algún “acontecimiento espectacular” y centrar en una de las “novedades” la campaña publicitaria del evento.
Cabía apostar a ciegas que, más que en cualquiera de los tres Mabuses con que nos obsequió Lang a lo largo de su carrera (en 1922, 1933 y 1960), de actualidad cada día más rabiosa, ese lanzamiento iba a apoyarse en su obra más conocida, Metrópolis, tan influyente desde 1927 como cuarenta años después el 2001… de Kubrick (que también se proyectará en la Berlinale en una copia restaurada), pero quizá la más discutible de las que dirigió el tuerto vienés; por lo demás, es de temer va a ser imposible conocer en su integridad las más de tres horas del montaje definitivo de Lang, estrenado en enero de 1927 pero “aligerado” en cerca de una hora para su distribución comercial a partir de agosto de ese año.
Cualquiera interesado por la obra de Fritz Lang habrá visto al menos cinco versiones diferentes, que sucesiva e improbablemente se suelen presentar como “la más completa”, de las nueve en circulación (sin contar las más fragmentarias), y ahora se anuncia otra, que habrá que ver, aunque sin hacerse demasiadas ilusiones.
Metrópolis es una película formalmente apasionante y todavía hoy espectacular, llena de hallazgos visuales y arquitectónicos, y se convirtió desde su estreno en un mito del siglo XX: su acción transcurre en el año 2026. Sin embargo, y a diferencia de lo que habitualmente distingue a Lang, en la trama de Metrópolis no reinan la claridad y la precisión más admirables, sino una cierta confusión, pues era difícil salir con bien de la cadena de dilemas planteados, y no lo consigue, desde luego, un final que siempre me ha parecido retórico, simbólico y bienintencionado, pero tan poco plausible entonces como hoy. Tan optimista desenlace ha de asombrar a cualquiera que conozca un poco a Lang, que no fue nunca —ni siquiera entonces— un idealista ni un optimista, sino la encarnación misma del escepticismo al que conducen la racionalidad, la inteligencia y la lucidez. De hecho, Metrópolis es una de sus películas más llamativas e impresionantes, pero también una de las raras de su obra que no son totalmente coherentes: lo que cuentan o implican sus imágenes (y hasta sus intrigas secundarias, las más “languianas”) está a menudo en contradicción con su contenido “social” explícito, y eso se nota, sobre todo, en las versiones menos completas, más esquemáticas. No hay motivo alguno para esperarlo, pero, si alguien que vaya a Berlín me cuenta que la nueva versión NO acaba con la simbólica reconciliación del Capital y el Trabajo a través de la mediación del Corazón, correré a ver de nuevo esta obra maestra del expresionismo cinematográfico a la que, a pesar de su importancia histórica, tengo tan poco apego.
En "El Cultural", 07/02/2001
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