Como poco después con Blade Runner, Ridley Scott logró con Alien uno de los contados mitos aportados al cine por los yermos y desmitificadores años 70 y 80. Alien es una fascinante película de ciencia-ficción terrorífica, con unos monstruos espeluznantes y agobiantes, de muy singular plasticidad y capacidad de invasión y asimilación que los hace doblemente inquietantes, materia prima ideal para alimentar pesadillas. Estos seres multiformes y resistentes fueron imaginados por varios distinguidos dibujantes, que combinaron un abrumador barroquismo con la capacidad para dar asco y repelús de lo orgánico y lo viscoso y, como pueden adoptar las formas y estructuras más diversas, para activar los reflejos más paranoicos de desconfianza y aproximarnos a formas turbadoras de reproducción. El astuto guion, de precisión matemática y hábil gradación del suspense, de los sustos y del misterio, es del director Dan O’Bannon, sobre una trama suya y del productor ejecutivo Ronald Shushett, que une ideas dispersas en varios clásicos del género de los años 50, desde The Thing hasta La invasión de los ladrones de cuerpos. Que entre los promotores de la película haya otro par de directores-guionistas, David Giler y Walter Hill, impide atribuir a Scott todas las virtudes del filme, obra de equipo: desde los encargados de los efectos especiales, los decorados, la fotografía, el montaje, el sonido o la música, hasta un variopinto elenco de intérpretes muy bien elegidos, entre los que destaca Sigourney Weaver en un personaje absolutamente estupendo, a contrapelo del habitualmente asignado a las mujeres en el género, a menudo portavoz de ideas muy retrógradas y del miedo indiscriminado a lo ajeno o distinto.
En "Magazine de El Mundo", 2002
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