Desde mi punto de vista —poco representativo, me temo, de los gustos mayoritarios del actual público de cine—, Tiovivo c.1950 es una obra plenamente lograda; no hay nada que me estorbe, choque, parezca anacrónico o se me haga lento; de hecho, pensé al intuir que concluía que, finalmente, Garci había cortado cosas, porque, aunque una semana antes me había confirmado que duraba 2h. 30, me parecía imposible que hubiera llegado siquiera a las 2 h. Tiene un ritmo y una fluidez que ninguna de sus películas anteriores había alcanzado de forma tan plena y sostenida, y durante tanto tiempo. Tampoco cae en los riesgos que “a priori” acechan a una película sin protagonista y con tal multitud de actores: no es confusa, no es superficial, no es episódica y no es atropellada, sino que va a su ritmo, sin siquiera dar sensación de prisa, menos aún de artificialmente “acelerada”. Los encadenados me parecen prodigiosos, el salto o paso de unos personajes a otros es sorprendentemente “natural”, nunca parece forzado. Hay una estructura interna sin duda muy pensada durante la escritura, afinada en el rodaje y pulida en el montaje —que Garci hizo en solitario—, pero que tampoco permitía caprichos ni grandes cambios, y que tiene la doble peculiaridad de que ni se vean los andamios ni se noten las costuras. Y no es un castillo de papel. Son peligros que se evitan, más que con vigilancia o por eliminación —es decir, por razones “negativas"—, gracias a un enfoque básico positiva y, en el fondo, muy simple: lejos de ser una película —como se dirá— "coral”, no es un coro uniforme ni heterogéneo y azaroso, menos aún la mezcla desafinada de voces discordantes, sino un conjunto de individuos reales, que intervienes por turno y en diferentes combinaciones, de uno en uno, por parejas, por tríos… No hay 70 actores, sino 70 personajes con sus biografías, con su pasado y su futuro, con los que Garci se cruza en algunos momentos de un par de días críticos para algunos de ellos, banales para otros, del mes de diciembre de un cierto año, que no ha querido precisar porque vale para varios de los alrededores de 1950. No es un rompecabezas ni trata de dibujar un “microcosmos” o una “panorámica” de la sociedad, que haría de cada uno un “representante” de algo, sino que es una mirada que atraviesa en diagonal el espesor de esos días, vislumbrando a su paso algunos momentos de unas vidas que se entrecruzan o se desligan en el curso de esos instantes. El resto se intuye, a veces con la sensación de certidumbre de que uno los conoce, sabe un pasado que nadie cuenta, prevé un futuro que no está predeterminado ni siquiera apuntado por la película. Apostaría que Garci podría contar —o imaginar sobre la marcha; no quiero decir que su historia esté literalmente “escrita"— lo que ha sido hasta el momento en que aparece y lo que después será de la vida de todos y cada uno de los personajes que entran en campo, incluso cuando la cámara los coge de refilón y no se llega a detener en ellos, como cuentan que sucedía en las películas de John Ford. Por eso creo que las referencias a "La colmena”, tanto la de Cela como la de Mario Camus, son equivocadas o superficiales.
Como ninguno de esos seres es totalmente pasivo, ni hay tampoco ningún auténtico manipulador que organice la vida de los demás, no existe más jerarquía entre los personajes que el interés —variable— que en cada uno de los espectadores puedan despertar; lo que hace que la película, sin serlo para su autor, se haga caleidoscópica para el público: cada espectador verá más unas cosas que otras, y dará más importancia a unos u otros de los estados de ánimo que registra, y que no son monocordes ni uniformes. Tiovivo c.1950 no impone una visión de conjunto ni un juicio sumario sobre la época, y que se niega a condenar a los personajes, intentando siempre comprender cuáles son sus motivos —que luego podremos encontrar más o menos interesados, nobles, indecentes, ilusos, cobardes, desesperados, quiméricos— en lugar de censurarlos o convertirlos en peleles o títeres falsamente representativos; nadie es meramente “un pillo”, “un estraperlista” o “un derrotado”, no son tipos ni tópicos: son personas que se dejan llevar o dominar o vencer, en un momento dado, por esos impulsos, deseos, estados de ánimo o necesidades. Tampoco que comprendamos sus razones les da “la razón” ni los justifica o ennoblece, ni siquiera los iguala; simplemente podría permitir, más que disculparlos, entender su conducta.
Otra cosa es que la visión de la época que se trasluce no sea, desde luego, nada feliz —difícilmente podría serlo para la mayoría—; pero no excluye la posibilidad de que alguno logre serlo, al menos por un rato o una temporada, ni de que por lo menos lo intente o se lo plantee como meta o aspiración. Pueden obrar por desesperación, pero no han perdido la esperanza por completo; casi ninguno, aunque lo haya perdido todo, se ha dado por vencido; algunos serán ingenuos, y pagarán por ser tan ilusos, pero no han renunciado a la capacidad de ilusionarse. La mayoría buscan evasivas, compensaciones, éxitos muy relativos, ficticios, ajenos o vicarios —por ejemplo, a través del cine, o de la ambición artística o económica, o de la sed de un triunfo personal, por quimérico que sea, como el ser un gran torero… de salón—, pero no han dejado de sobrevivir, hasta si se les acumula ya la fatiga de llevar muchos años así y de no vislumbrar un término a su “mala racha” ni un giro en el destino colectivo. Hay un predominio de la claustrofobia, el agobio, las limitaciones, las censuras, la frustración, las ilusiones perdidas o montadas en el aire con tal de tener algo a que aferrarse, y a pesar de todo, la voluntad de vivir, y si fuera posible de ser feliz, o al menos de divertirse un rato. Pero no es una visión de una pieza, monótona y monocolor. Es inequívocamente crítica, pero no pura y mera o apriorísticamente negativa.
Creo que es la película más amplia y honda que ha hecho Garci, la más objetiva al tiempo que la más personal, la más medida y creo que, a pesar de ello, es también la más intuitiva. Esta vez ha ido tan al grano que ha refrenado —por fin— la tendencia, ya disminuida en los últimos tiempos, pero todavía de vez en cuando excesiva, a ser un poco enfático y demasiado explícito, a atribuir a algunos personajes sus admiraciones y entusiasmos. Aunque sin duda algunos lo harán, porque ni quieren enterarse de lo mucho que ha progresado Garci desde Canción de Cuna (1994), aquí no podrán acusarle con un mínimo de base de sentimentalismo, ni de enumerar escritores y cineastas y pintores, ni de subrayar las cosas mediante la música.
En "El Cultural", 07/10/2004
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