Lo mismo que todo el mundo debiera tener en casa, a mano, para releer de vez en cuando fragmentos, las obras completas de —por lo menos— Shakespeare y Cervantes —no sólo el Quijote, desde luego—, creo que el verdadero interesado por el cine debe consultar a menudo —y en este caso recomendaría no “picotear”, sino soportando y disfrutando su “peso temporal” entero— lo que queda de la filmografía de F. W. Murnau: no es mucho, por desgracia, pero es un prodigio y serviría para recordar o hacer ver la importancia decisiva del periodo silencioso en la creación de ese nuevo arte que fue, hace todavía poco más de un siglo, el cine, hoy tan venido a menos.
Por desgracia, circulan de sus pocas películas no desaparecidas tantas copias fragmentarias, desordenadas, sin nitidez y en tan variable estado de deterioro, que conviene andarse con tiento antes de adquirir con afán de permanencia alguna de ellas. De momento, no parece que Tabú o Amanecer, no digamos Herr Tartüff, Phantom, City Girl o El último, estén disponibles en condiciones aceptables. Pero tenemos la suerte, rara en este país, de que —para colmo, a un precio inferior al usual— las ediciones en DVD de las dos obras maestras de Murnau antecitadas sean, que yo sepa, las óptimas disponibles, sin duda superiores a otras que circulan en otros mercados (y, ocasionalmente, importadas, en el nuestro).
Nosferatu, como se sabe, es una obra fundacional (y todavía inigualada, pese a remakes frustrados varios) en el cine de terror o de vampiros, fantástico o como quiera llamársele. Sólo el Vampyr de Dreyer se acerca al grado de inquietud que puede sembrar —sin efectismos ni mal gusto— en el espectador, y ninguna se acerca a su insólita belleza ni a su ritmo asombroso, que a menudo tanto ciertas proyecciones a velocidad indebida como los 25 fotogramas por segundo del vídeo, si no se corrige, han echado a perder; no hay excesos sangrientos, pero cada encuadre, cada entrada en campo —incluso de un barco, no ya del vampiro más ilustre— está cargada de amenaza. La copia restaurada por la Fundación F. W. Murnau incorpora los hallazgos más recientes atribuibles al montaje original del autor, sin espúreas “ampliaciones” de dudosa procedencia, y tiene una soberbia calidad de imagen. Aunque ambas se cuentan, desde luego, entre las más grandes e innovadoras que realizara Murnau, Faust es una película aún más rica y perfecta, y se nos presenta en la versión recompuesta con minuciosidad obsesiva, durante años, por Luciano Berriatúa, que mejora, si cabe, el esplendor y la potencia insuperable de sus imágenes, sin duda entre las que más se han aproximado a lo sublime y a lo perfecto en toda la historia del cine, además de tratarse de la más emocionantes dramatizaciones de este mito universal, siempre vigente y hasta de renovada actualidad. Lástima que Faust deba verse sin banda sonora, pues la música que la acompaña es, a mi modesto entender, tan inadecuada y disonante como irritante, y ello a pesar de que entre los interesantes extras que enriquecen esta edición, además de información sobre los trabajos de restauración, se incluye la música —para mi gusto, infinitamente mejor— compuesta por Werner R. Heymann; a lo mejor hasta puede sustituirse, pero no veo instrucciones para ello y confieso no ser uno de esos habilidosos que encuentran “extras” ocultos. También creo que hubiera sido mejor contar con subtítulos en castellano si se quieren ver los rótulos alemanes y se conoce mal el idioma de Goethe, pero son quejas menores, sobre todo en un medio que permite algunas opciones y cuando se nos ofrecen películas de tal calidad y en un estado tan próximo al original como hoy parece posible.
Tanto Faust como Nosferatu se cuentan entre lo más indispensable que se ha publicado en DVD, causa suficiente para adquirir el aparato reproductor. Y mucho me temo que el que permanezca insensible a sus encantos tendrá vedado para siempre el cine mudo; yo encuentro estas películas más frescas y vivas que casi todo lo que se hace ahora —incluso lo mejor—, y no las veo como piezas de museo de una cierta trascendencia histórica, sino como obras de arte plenamente disfrutables, sin necesidad de ejercicios de aclimatación previos.
Entiendo que su grandeza es capaz de imponerse por sí sola, sin ayudas, a las mayores reticencias, aunque nunca venga mal un cierto grado de familiaridad con esa etapa del cine.
En "El Cultural", 02/01/2003
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